Releyendo La Odisea en 2025: Canto XVIII (hablar con claridad con los hijos, el contagio del bien y del mal, la bondad de tener un consejero y algo de alcohol)


En el canto XVIII tiene su aparición —breve pero estelar— un mendigo llamado Iro. Se dedica a provocar a Odiseo, que aún va disfrazado de mendigo. Pelean en el palacio ante los pretendientes y Odiseo le destroza de un puñetazo. Algo después, Penélope es aconsejada por Atenea y, bien vestida y acicalada, se deja ver por los pretendientes con su más cuidada belleza. La reacción es algo burda, pero consigue que los pretendientes le hagan más regalos. Odiseo sigue preparando la consumación de su venganza, ya cercana.

Es un canto que contiene suculentos pasajes, que están cargados de buenas lecciones sobre la vida. Cinco, en concreto.

Lo que Iro se buscó —pelea— lo hallará, y por duplicado. La respuesta de Antínoo, que le ve temblar de miedo ante el "viejo y andrajoso" Odiseo, no puede ser más cruda, nunca mejor dicho. No se andaban con tonterías, estos griegos:

—Ojalá no existieras, fanfarrón, ni hubieses nacido, puesto que tiemblas y temes de tal modo a un viejo abrumado por el infortunio que le persigue. Lo que voy a decir se cumplirá. Si ése quedare vencedor por tener más fuerza, te echaré en una negra embarcación y te mandaré al continente, al rey Equeto, plaga de todos los mortales, que te cortará la nariz y las orejas con el cruel bronce y te arrancará las vergüenzas para dárselas crudas a los perros.

Ahí es nada. 
La segunda lección nos la ofrece Penélope: aconseja vivamente a Telémaco que cuide sus relaciones:
—¡Eurínome! Mi ánimo desea lo que antes no apetecía: que me muestre a los pretendientes, aunque a todos los detesto. Quisiera hacerle a mi hijo una advertencia, que le será provechosa: que no trate de continuo a estos soberbios que dicen buenas palabras y maquinan acciones inicuas. 

Es una pedagogía infalible: la teoría de la manzana podrida. El mal se contagia: los malos —los soberbios, aquí— hacen malos a los que tratan. Por supuesto, podemos decirlo en positivo: la virtud, también se contagia: le apetece a uno hacer el bien cuando está rodeado de gente buena, porque los buenos se hacen buenos cuando se tratan. El ejemplo arrastra, se suele decir.

De la mano de la despensera, Eurínome, vendrá la tercer gran lección, que tiene que ver con la educación emocional. Penélope quiere hablar con su hijo, pero su sirvienta la aconseja:

 no te presentes con el rostro afeado por las lágrimas que es malísima cosa afligirse siempre y sin descanso

El punto medio en las emociones, que se define por el peso objetivo que tienen las circunstancias. No llores siempre, que no hay motivo. De eso hemos hablado ya en otro capítulo, pero no queríamos dejar de copiar esta nueva manera de decirlo. Homero es mucho Homero.

Atenea, la diosa que más aparece y cuida a Odiseo y su familia, hace que Penélope caiga en un dulce sueño y, mientras tanto, recupera su cuerpo y su aspecto. La descripción de la reacción e intenciones de los pretendientes no puede ser más clara: 

Diciendo así, bajó del magnífico aposento superior, no yendo sola, sino acompañada de dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adonde estaban los pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construido con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella a cada lado. Los pretendientes sintieron flaquear sus rodillas, fascinada su alma por el amor, y todos deseaban acostarse con Penelopea en su mismo lecho. 

La cuarta de las lecciones es muy interesante para nuestros días y nuestros jóvenes, aunque no sea la primera vez que aparece en La Odisea. Se trata de la bondad de tener un consejero. Penélope ya ha deslumbrado a todos con su presencia irresistible. Es momento de habla con claridad con su hijo. Y vaya sí lo hace:

—¡Telémaco! Ya no tienes ni firmeza de voluntad ni juicio. Cuando estabas en la niñez, revolvías en tu inteligencia pensamientos más sensatos; pero ahora que eres mayor por haber llegado a la flor de la juventud, y que un extranjero, al contemplar tu estatura y tu belleza, consideraría dichoso al varón de quien eres prole, no muestras ni recta voluntad ni tampoco juicio. ¡Qué acción no se ha ejecutado en esta sala, donde permitiste que se maltratara a un huésped de semejante modo! ¿Qué sucederá si el huésped que se halla en nuestra morada es blanco de una vejación tan penosa? La vergüenza y el oprobio caerán sobre ti, a la faz de todos los hombres.
Respondióle el prudente Telémaco: 
—¡Madre mía! No me causa indignación que estés irritada, mas ya en mi ánimo conozco y entiendo muchas cosas buenas y malas, pues hasta ahora he sido un niño. Esto no obstante, me es imposible resolverlo todo prudentemente, porque me turban los que se sientan en torno mío, pensando cosas inicuas, y no tengo quien me auxilie

Vale la pena repasar el diálogo. Y no solamente por lo que Penélope señala con fuerza y claridad a su hijo: ya hay quien no se atreve a hablar con sus retoños porque considera —es miedo, en el fondo— que ya son mayores. También, por la respuesta de su hijo, que reconoce su error y pide ayuda.  ¡Qué buena cosa es tener un consejero cuando se es joven, sobre todo! Y los grandes gurúes de cierta edad los quieren también.  

Para acabar, como quinto comentario, la breve y acertada descripción de los efectos negativos del alcohol que hace Telémaco a los pretendientes:

—¡Desgraciados! Os volvéis locos y vuestro ánimo ya no puede disimular los efectos de la comida y del vino: algún dios os excita sin duda. Mas, ya que comisteis bien, vaya cada cual a recogerse a su casa, cuando el ánimo se lo aconseje; que yo no pienso echar a nadie. 

Una cierta locura y el descontrol del ánimo: ahí están los efectos negativos. Los dos tienen que ver con la supresión del importantísimo papel que hace la razón en la vida del hombre. Desde Platón, como mínimo, se ha considerado que la razón es la reguladora de las pasiones: la razón ve su oportunidad y puede potenciarlas, o su inoportunidad, y las ciega o intenta no hacer caso de ellas. Puede ser oportuno beber algo para excitar ciertas pasiones nobles y buenas, y puede ser muy inoportuno beber, si el momento o circunstancia no lo aconsejan. 

Ya se ve que, como todo el mundo sabe, el arte —La Odisea, en este caso— llega a la verdad antes que la filosofía. 



 

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