Diario JMJ (13.8.2011)


Un evento así merece un reportaje diario. A mi manera, claro.


I.
Una japonesa, joven y guapa peregrina de las JMJ, pasea con su bolso y su cámara de video de rigor por dentro del santuario de Torreciudad, en Huesca. ¿Huesca? Les va de paso para Madrid, seguro, si se considera de dónde vienen.
Yo, pobre de mí, la juzgo: "ahí va la nipona... aunque bien pudiera ser china... Mírala, con su cámara... No sé si se entera de dónde está". ¡Y vaya si se entera! De pronto, se arrodilla en medio del pasillo lateral, con la vista y el cuerpo dirigidos al sagrario, y, en un típico gesto oriental de respeto, se inclina. Permanece así un rato notable, en visible adoración. Luego se levanta y graba lo que quería: el precioso retablo. "¡Olé su madre!", me digo. Lección de humildad y oración. Dos por uno y gratis. Y unión de tecnología y piedad en una. Es la tradicional modernidad o moderna tradición de la Iglesia. En vivo y en directo.

II.
Palpar y alucinar con la universalidad de la Iglesia:
Acabo de asistir a un acto litúrgico que puede llamarse, con todas las letras, internacional. La curiosidad innata me ha jugado una mala pasada: he estado distraído mirando quién entraba y quién había en el santuario. Pero me ha servido para dar gracias porque la Iglesia es, en todos los sentidos, católica. No es lugar de pedaleadas griegas, pero un poquito nos vendrá de fábula. Católico: katà hólos, para todos. Para todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las circunstancias. Eso es la Iglesia.
A mi derecha, chinos y japoneses (o chinos o japoneses) y gente de Singapur (un bus) y de Girona (dos buses) y holandeses, y estadounidenses y franceses. Y, por supuesto, españoles, de todas partes: de Granada, de Jaén, de Ferrol, de Catalunya... Todos juntos. Tiene su qué lo que ha leído el sacerdote en la ceremonia: "los creyentes vivían todos unidos". Esas palabras de los Hechos se han cumplido. Con creces.


III.
En una distracción, en una más, me giro y veo a una chica mirando al gran retablo y sonriendo. Es una sonrisa de complicidad íntima, no una risotada. Otra lección de qué es rezar. Gratis.

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