Hacer lo correcto cuando nadie está mirando

Después de un año de leer con los alumnos qué dicen sobre el bien Platón, J. S. Mill, Kant, Aristóteles, Santo Tomás, Hume y Nietzsche y algunos más... resulta que uno va a arreglar el coche y se encuentra un cartel que lo explica de modo más claro que la luz del sol. 

Entendida la exageración retórica, lo cierto es que muchas cosas pueden extraerse de la frase de Robinson, que así se llama el amo del garaje mecánico. 
Por si no fuera evidente, lo diremos: la sociedad se basa, precisamente, en lo que sostiene ese simple papel: la confianza en que uno lo hará bien aunque no le vean. Las relaciones humanas, sin duda, también: son la base del convivir. Uno va, por ejemplo, a cambiar las ruedas del coche, y confía en que el vendedor haga lo correcto: que le informe de lo que hay (la calidad, los precios, las ventajas, los inconvenientes) y que lo haga con sinceridad y pensando en el bien de uno como cliente. O sea, al decir de Kant, que actúe según el deber, conforme a lo que dicta la racionalidad humana, que sabe descubrir bien en las situaciones. "¡Qué difícil lo hacen los filósofos, oiga!", se quejan los alumnos a veces. No les falta razón, sobre todo por el "a veces". 

Volvamos brevemente a la frase. Se pueden considerar, como mínimo, tres aspectos: "calidad", "hacer lo correcto" y "nadie está mirando". Vamos a decir alguna cosa sobre ellos.

Donde se lee "calidad" podría entenderse perfectamente "bondad". ¿Qué es un acto bueno: cómo sé que este señor que me arregla el coche es bueno? Esto queda unido —y a veces no se suelen tomar de la mano estos aspectos— con la segunda "hacer lo correcto". ¿A qué se refiere? ¿A lo correcto técnicamente, a lo correcto moral o éticamente? ¿O a las dos a la vez? Me parece que a las dos, y, siendo cosas diferentes, es importante saber por qué van unidas.
Así lo expone Antonio Millán Puelles en su libro Ética y realismo. Un texto algo largo, pero impresionante por las consecuencias que saca: 
Como aquello que dice Santo Tomás: ¿Se puede ser buen pintor y mal hombre? Sí. ¿Se puede ser buen hombre y mal pintor? No. Si se es pintor, hay que ser, cuando menos, un pintor aceptable. No es obligatorio ser Tizziano, ni ser el Greco, etc. Pero si una persona no sabe pintar aceptablemente, su obligación es hacer otra cosa, dedicarse a otro oficio. Un médico malo, un "matasanos", no es sólo un médico técnicamente malo, lo es también moralmente. Que se dedique a otra cosa. Lo que no puede es hacer daño a la sociedad. Digo esto por aquello que dicen las madres: 
—Mi hijo es mal estudiante, pero en el fondo es buenísimo. 
—Mire, usted está muy equivocada: es malísimo. Si es estudiante, tiene la obligación de estudiar, y si no estudia es mala persona, una mala persona que puede rectificar y convertirse en una buenísima persona. 
—Y eso en qué consiste? 
—Pues en seguir unas normas técnicas. 
—Y qué tiene que ver la moral con la técnica? 
—Mucho: tiene que usar los datos técnicos. Si existe una técnica para estudiar bien, tiene obligación de aprenderla y de ponerla en práctica.
Como profesor, me ha gustado siempre el ejemplo que se utiliza: un mal estudiante se hace mala persona. Casi siempre se puede mejorar técnicamente. Si uno no lo hace, que se dedique a otra cosa, que la vida es más que estudiar. Lo que no se puede hacer es el chapuzas, porque el sujeto es el mismo: lo que hago mal me hace malo si, teniendo que saber hacerlo bien, no sé hacerlo: la ignorancia es un mal no solo técnico, sino moral: me deshace como persona. Es la unión entre la praxis y la técnica: dos actos libres del mismo hombre. Dicho de una manera magistral por Santo Tomás en las cuestiones disputadas sobre las virtudes cardinales: 
Lo primero que se ha de pedir al que actúa es que sepa.
El tercer factor de la frase es "cuando nadie mira". Se pueden encontrar varias formulaciones de esa misma idea en la historia de occidente. "Haz el bien y no mires a quién", por ejemplo. O "que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda".  O "haz con los demás o que te gustaría que hicieran contigo". A primera vista, en la superficie, no parecen hablar de lo mismo. Pero la raíz es común. Kant habla de la buena voluntad: haz las cosas sin buscar premio, porque toca hacerlas, porque están bien, porque es razonable hacerlas, porque tu razón encuentra una cierta necesidad en hacerlas así. Otros, utilitaristas, dirán que conviene hacer las cosas sacándose a uno de la ecuación, como si de un observador imparcial se tratara. En ambos casos se ve el plumero a los autores: que tu subjetividad no entre en juego en tu beneficio, del tipo que sea. Que todo el mundo pueda hacer lo mismo. Que no dependas de la mirada ajena. Que hagas lo que consideras bueno a pesar de que te cueste. O, como sintetiza nuestro mecánico, "calidad es hacer lo correcto cuando nadie está mirando".

En un añadido de último momento podemos meter a Dios —siempre ha estado ahí— y decir que, según cómo, no es posible ese "cuando nadie mira", puesto que Dios no solo ve, sino que mira... con cariño. Así concluye San Josemaría en el punto 334 de Surco, un libro para orar:

Que obremos siempre de tal manera, en la presencia de Dios, que no tengamos que ocultar nada a los hombres.
Y diremos, además, que, dependiendo de qué visión de Dios tengamos, saldrá una u otra cosa. Jose María Cabodevila recoge en su espectacular libro "El padre del hijo pródigo" el siguiente testimonio de Jean Paul Sartre: 
Una tarde, el niño Jean-Paul Sartre se había quedado solo en casa y se aburría.
No se le ocurrió nada mejor que dedicarse a encender cerillas.
De pronto, la alfombra empezó a arder. Mientras intentaban sofocar el fuego, el niño advirtió que Dios lo estaba observando. Se sintió traspasado por su terrible mirada. Y no lo puedo soportar. En ese mismo momento renegó de Dios para siempre. ¿Cómo tolerar la existencia de un Dios omnipresente que lo ve todo y lo penetra todo? Ante él, la criatura se encontraría sin refugio, sin privacidad, sin libertad. Pasaron los años, el niño se hizo mayor y llegó a formular en términos filosóficos aquel episodio de su infancia: los ojos de un ser supremo, una mirada objetivadora, anularía la subjetividad de la persona humana. (...)  ¿Realmente se trata de una mirada tan implacable como temía aquel niño que de repente, indignado o aterrado, abjuró de su fe? El creyente no cree que la mirada de Dios sea así. Ante unos ojos fríos y escrutadores, ciertamente uno siente su intimidad en peligro instintiva mente se cierra, trata de defenderse. Por el contrario, una mirada benévola invita abrir el alma y a confiar. ¿Cómo es la mirada de Dios?, ¿qué siente un creyente ante ella? “Señor, Tú me miras por dentro y me conoces, sabes cuándo me siento me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos". En vez de sentirse amenazado, se siente protegido. “Me envuelves por detrás y por delante, tus manos me guardan” (salmo 139,1-5). La mirada de Dios no intimida, ofrece amparo y cobijo. No desnuda, sino que abriga. No paraliza, estimula. No abraza, caldea suavemente.

Todo un reto. Ya cada cual pensará lo que vea.
Todo un cartel. 

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