Come y bebe sin límite (y así nos va): educar en la templanza

Es publicidad, ya lo sé.
La foto la hice yo, después de comer pizzas con dos amigos, ya lo sé.
Pero esa publicidad no sólo hace comprar: da que pensar. 

Me parece que es muy de nuestro amado siglo XXI: ese "sin límites" la delata. Y los verbos y expresiones, también: "atrévete", "todo lo que quieras".

Es, en una palabra (en una, por cierto, que se usa poco), una publicidad hecha con mentalidad destemplada. Es el viejo truco: vender el placer sin límites. Y, si se me apura, el "sin límites" tan propio e impropio del hombre. Tan propio porque lo encontramos en los relatos más antiguos del hombre: "seréis como dioses". Y tan impropio porque, nos guste o no, sí tenemos límites. Es la tensión interior de siempre. 

Decir obviedades tiene su qué. Sostener, por ejemplo, que "el hombre es real", o que "es como es", puede parecer vacío. Pero hay que partir de ahí para avanzar seguro. El estómago de un hombre, por ejemplo. Tiene un límite. Puede ir uno comiendo más y más, pero lo que le sentará mal no será solamente la comida. La templanza y la destemplanza tienen repercusiones en la persona entera, y no solo en su cuerpo. Decía Joseph Pieper, ese filósofo reciente, que es en la templanza donde se ve con peculiar facilidad la unión entre moral y salud: el destemplado no es solo poco virtuoso, sino que con frecuencia enferma. La palabra "adicción" está en nuestros periódicos demasiado a menudo.

Una sociedad que invita a comer y beber sin límite es una sociedad destemplada: enferma, en el fondo. Porque quien actúa sin límite es menos hombre y más animal. Y peor que un animal porque ellos llevan en sí un instinto regulador casi infalible.

Decía mi profesor de filosofía que el hombre es infinitible: capaz del infinito. Pero que un espacio infinito sólo se puede llenar con algo infinito. La otra opción, que siempre lleva al desasosiego de quien no está satisfecho, es intentar llenar esa ansia de infinito con infinitas cosas finitas. La realidad nos da en la cara. Al no ser uno capaz de hacer algo infinitas veces, crece la insatisfacción y demás palabras horribles... y tan corrientes.

Come y bebe con límites: los que tu razón y tú sentido común -tu prudencia- te dicten.
Otro reto para los educadores del siglo XXI: educar en la templanza, en el punto medio del placer, en el ni todo ni nada, en el no todo y no siempre.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es genial, porque también podría aplicarse a la escucha y la música. Intentamos llenarnos de músicas (muchas de ellas celestiales) y a veces no dedicamos el tiempo a otras facetas más importantes, como leer este sabio blog.
Jose Quintano ha dicho que…
¡Muchas gracias, amable lector!