diario JMJ (14.8.2011)

I.
Ayer colgué un tweet con una frase oída a un jovenzuelo. Una especie
de reflexión fresca y sincera en voz alta: "¿Que qué cojones tiene la
Iglesia para que un viejo de 80 tacos reúna a 1 millón de jóvenes? Lo
que echan de menos: a Dios". Me dio que pensar. Y lo mejor fue la
instantánea respuesta de mis contactos de Facebook. En menos de dos
minutos, varios "Thumbs Up"... de jovenzuelos de los que no mean
precisamente agua bendita. De uno de ellos aprendí la expresión
inglesa "Fuck yeah!", que pone en casi cada video de música
discotequera que cuelga... Otro no se limitó a aprobar la publicación,
sino que la comentó: "yo quiero ser como es viejo: iré a verle". Eso
le hace a uno pensar: ¿qué ofrece la Iglesia a los jóvenes? ¿Qué
promete el Papa a los que están dando sus primeros pasos como dueños
de sus vidas? Ofrece profundidad y autenticidad. Siento hablar como un
carca, pero no hay otras palabras. Y sé que, en el fondo, eso no es
hablar como un vejestorio. El Papa y la Iglesia no ofrecen "una vida
que mola". Eso es poco, poquísimo. No ofrecen "farra de puta madre y
botellón [sic]", sino una vida seria, que no triste, y reponsable. Los
jóvenes le ven, en buen plan, el plumero a la Iglesia. No hay trampa
ni cartón. Al final, existen dos modelos de juventud: Amy Winehouse...
27 años y a la calle... Y el católico. Lo mejor es verlo, no tener que
decirlo. Nuestra sociedad se ha cargado las palabras. Y ha teñido las
que quedan de un tinte negativo y gris. Se equivocan: 1000000 de
jóvenes con sus vidas alegres (y todas su miserias) lo mostrarán. Yo
lo veré en primer plano.

II.
Dale que te dale a la cabecilla. Voy a permitirme un pedaleo. ¿Es
hipócrita que gente que usa condones y botellonea semana sí semana
también vaya a las JMJ? Ellos sabrán. Yo no les juzgo. Cada cual tiene
su pasado. Yo mismo el mío. La cosa es que el futuro no está escrito,
y que en la Iglesia se perdonan los pecados. "Así cualquiera", dice el
frívolo. Con una condición: que se hayan cometido y reconocido como
tales. Esa es la diferencia: no soy perfecto, pero quiero serlo. No es
humillación saberse poca cosa: es realismo, fuerza desde donde
construir. No es malo reconocer los puntos débiles y protegerlos. Por
eso a las murallas se las llama... fortalezas, con toda la dosis de
cosa positiva que la palabra trae: fuerza, poderío, señorío.

III.
Misa a las 9:00. Lo que iba a ser una Misa para dos -yo ayudaba
al cura- se convierte en una para cuatro más. Un joven matrimonio de
habla inglesa con sus dos ruidosos hijos: uno de cuatro o cinco años,
y el otro aún menor. Creo que son australianos, pero podrían ser
americanos, o ingleses. Vete tú a saber. El hecho es que jamás me he
distraído tanto con más gusto: la pobre madre hacía lo que podía para
callar los lloros y, sobre todo, los cantos de su hijo. En esa capilla
hay mucho eco y, seguramnete, estaba el bueno del niño ensayando. Será
hoolligan. O como se escriba.
Al acabar la Misa, entra un cura en la sacristía y nos saluda. Es
alemán (visiblemente alemán, diría) y viene a celebrar otra, para su
grupo de peregrinos. Lo que decíamos: Iglesia, la misma -sin la
tontería de mezclar con asuntos políticos- en todo el orbe. Vamos
bien.

IV.
Fue ayer, pero se me pasó escribirlo. Birra fría en un bar. A nuestra
llegada -sucios y con ropa de deporte: veníamos de jugar a fútbol- un
grupo de guiris nos mira, ellos y ellas. Son jóvenes. Topicazo que se
me pasa por la mente: "van a las JMJ, fijo. Mírales, sonríen, están
hablando y...". Y entonces veo entre ellos a un cura jovencísimo con
una pedazo de cámara de fotos. No hay duda. Van a las JMJ.

V.
Última de las visitas al Santuario de Torreciudad antes de volver para
Barcelona y meterme en un bus, camino a Madrid. Poner el pie en la
explanada y empezar a ver gente de todos los sitios es todo uno:
mexicanos, neozelandeses, franceses, argentinos... Lo sé por las
banderas, claro. Camino unos metros y miro el teléfono. Un amigo me
pide si he visto en Barcelona a un grupo de ugandeses que conoció no
sé dónde. Ni idea, pero ya preguntaré y le diré. Es, dicho brevemente,
universalidad de la buena, de la auténtica: la de cara a cara. Surge,
además, un fenómenos divertido, aunque no curioso. Estos jóvenes
respiran alegría por todos los poros de su ser y eso se contagia.
Sumemos a eso que hay entre ellos una química especial, sean del país
que sean. Yo me he hartado de saludar chinos. (Por cierto que desde
hace dos noches, veo a dos con largas cañas de bambú, moviéndose
marcialmente. Uno le enseña al otro. Hiperestético, de verdad). Uno se
ha quedado conmigo: "buenos días", me ha dicho con acento argentino.
¿Qué sucede? QUe hay algo muy profundo que todos tienen en común y que
les hace más llevadero y rápido el camino de la amistad: la juventud
-la época de los ideales- y las creencias hondas. No es una teoría.
Expresarlo en palabras es caer en el riesgo de lo cursi: "mira, este
es joven, y católico, como yo.... ¡Hola, tío! Where are you from?". Y
lo que siga. Tal cual.

VI.
Al volver del santuario, un amigo al que hacía tres años que
apenas veía me llama. Lleva 3 años en en Los Angeles, metido en el
doctorado en márketing, y viene a las JMJ. Se está zampando un mixto
de jamón y queso (¿miquini?) en un bareto cercano. Le acompaña a
Madrid un grupo de californianos, que está de camino, en Lourdes.
"Cuando les veas con sus flip-flops (sandalias, por lo visto) sabrás
quiénes son". Vienen más de 30. Unos cracks.

VII.
Para acabar de ilustrar lo divertido de la universalidad, la
guinda: el partido Madrid-Barça. Lo vimos en la sala de estar. A media
primera parte, empieza a llegar "gente de otros sitios" que, sin
ningún tipo de reparo, se sientan en las ventanas y se ponen a
contemplar el arte futbolístico. Uno de los nuestros se levanta y va
por unas sillas. Son, por lo que pronto se verá, franceses. A cada
balón que toca Benzema, gritan como si de histéricos se tratara. En
fin, un detallito divertido.

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