Bicis, trialeras y educación


(Iba a añadir "de adolescentes" en el título, pero creo que no hace falta concretar tanto: sirve como está)


El caso es que el lunes pasado, en un día de fiesta propia del colegio donde trabajo, fui con dos amigos en bici. Ya hacía un tiempo que no cogía mi caballo metalizado. En un momento de la excursión, nos las tuvimos que ver con una linda trialera: un caminito de bajada empinada repleto de piedras y raíces de árbol.

Por lo visto -y experimentado- la clave es doble: se trata de encontrar el equilibrio entre freno de detrás y dejar que la bici baje libre, sin encallarse. Y evitar casi siempre -o siempre- el freno de delante. Así, con esa consigna -"el freno de delante: nuestro máximo enemigo"- emprendimos la odisea de intentar llegar sanos al final. Y lo logramos.
No sé cómo funciona la mente humana. Ni siquiera la mía. El caso es que, mientras me empeñaba en no matarme a la primera de cambio, pensaba el que la técnica ciclista de descenso de zonas de piedras es perfectamente aplicable a la educación... también en adolescentes. 

¿En qué sentido? En que, de vez en cuando, hay que dejar el freno: hay que abandonar la seguridad total, hay que dejar de lado el querer tenerlo todo controlado. Dicho de otro modo: hay una cierta inercia que no sólo es útil y buena, sino necesaria e imprescindible. Por raro que parezca, uno puede surcar -casi volar- por encima de las piedras. Sin matarse. Se trata de tomar con fuerza los mangos de la bici, y dejar que los brazos fluyan un poco: no es lo mismo mano que brazo. Y, cuando la zona esté un poco despejada, frenar...

A mí me sirvió: hay padres, y profesores, que se encallan en todas las piedras. Frenamos siempre. Y así no hay quien baje. Fuerza en las manos -las líneas rojas de los principios irrenunciables en educación: respeto y similares- y después, a bajar, dejando pasar algún error, del que uno aprende. 
En caso de duda, bajarse de la bici: un poco de descanso.

PD: Y, después de caerse, levantarse.

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