Wonder! (Metafísica del lenguaje o Asombro limitado)

Hace ya un tiempo que quería escribir este post. Pero Cronos, ese bastardo que devora a sus hijos, me tenía entre sus garras. Creo que he sacado la cabeza entre sus pezuñas y voy a aprovechar…

Detrás de las palabras hay un mundo. Nuestro mundo, decía Wittgenstein, tiene su límite en nuestras palabras. No estoy de acuerdo: hay realidades inefables, no “hablables”, no descritibles… Y no por eso dejan de ser reales. Pero es un detalle o matiz a su teoría. Mi vocabulario limita mi mundo.

Pues bien, resulta que la palabra inglesa “wonder" es, como muchas en ¿todas? las lenguas, polisémica: un cajón con muchas cosas en su interior. Y resulta también que, si a esas realidades diferentes las llamamos de modo igual, es porque alguna semejanza en el sentido, más o menos metafórica, tienen entre sí.

Y, vistas las acepciones de la palabra “wonder”, la cosa está servida: toda una teoría del conocimiento realista (Aristóteles la firmaría, seguro), y toda la base de una pedagogía recta y eficacísima.

Veamos.

Wonder: preguntarse, desear saber, admirarse, asombrarse, maravillarse.

Algunas de estas actitudes son, a primera vista, subjetivas. Y a segunda vista también. Pero -y a eso me refiero- no son sólo subjetivas: son objetivas también de algún modo. Es decir: no son invenciones mías. Admirarse, asombrarse, maravillarse… son acciones en que el sujeto es pasivo… pero esa pasividad es, ni más ni menos, que el motor de una de las acciones más humanas del hombre: el conocer amoroso, el amor al saber. Ya he unido las dos acciones (conocer y amar) en una… pero las he juntado porque de hecho están así de entrelazadas inseparablemente: la maravilla de la realidad me asombra, me hace admirarme, y surgen naturales las preguntas: ¿cómo se ha hecho esto, por qué es así… de maravilloso? Ya tenemos el círculo completo, porque conocer es la respuesta a esas preguntas.

Decía Aristóteles que todo hombre desea naturalmente (kata physin, por naturaleza: por haber nacido así de hombre) conocer.
Y ese “desea” no es principalmente racional.

¡Bravo por el inglés!


Añadiría, por ser realista, que el asombro no es ilimitado. Por el sencillo hecho de que el sujeto del asombro -nosotros- no lo somos. Todo lo que hace el hombre es limitado.

¿Consecuencias educativas de lo dicho hasta aquí?
Muchas. Diré dos. 

Una: conviene -dicho rápido y de modo poco matizado- que el profesor sepa tanto que los chicos queden admirados. O sea, que muestre tan bien la asombrosa realidad que los alumnos pasen a través de él. A este tipo de profesor le podríamos llamar profesor traslúcido. Pero suena fatal.

Dos: conviene ser persona (o estado) realista en toda teoría pedagógica y tener en cuenta que pretender asombrar al alumno todas las horas de todos los días es absurdo. Y no precisamente por el nivel de profesor sólo, sino porque nadie soporta tanta emoción: el hombre tiene derecho y necesidad de aburrirse.


"Elogio del aburrimiento" sería un buen título para un post futuro. Algo he leído al respecto. 

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