Sully: un homenaje al silencioso bosque que crece

Vi "Sully", otra maravillosa película de Clint Eastwood, en Navidad. Se podrían decir muchas cosas sobre ella y sus protagonistas: con algo de paciencia, se sacan apabullantes lecciones de liderazgo, impecables aplicaciones de la prudencia, y hasta una preciosa lección de inteligencia emocional en el matrimonio y en las relaciones de amistad. Pero, por algún motivo, me ha gustado más todavía destacar lo que el bueno de Sully hace así a su vez al final de la película, cuando se reconoce su pericia y buen talante moral. "No fui yo solo. Fuimos todos". No es literal la frase. Aunque la palma se la lleva la declaración final, tampoco literal (la añado abajo), en pantalla negra: "24 minutos necesitó New York para sacar lo mejor de sí: la ayuda de 1200 personas y 7 ferries".

Esa es la idea: el bien no hace ruido y es eficaz así. Quizás incluso por eso. En efecto, suele sorprende un bien que quiera hacer ruido, porque sabemos que, de algún modo, el bienhechor suele ser magnánimo y desinteresado: pone el fin de sus acciones en los demás, por mucho que uno reciba beneficios al hacer el bien. 

Lo desastroso, los errores, las culpas, eso sí: es el árbol que cae, ruidoso, molesto. Me parece todo un acierto de Eastwood, y un papelón de Tom Hanks, la caracterización que dan a la pesadilla de Sully ¡por haber hecho lo correcto! El ruido de los medios, el ruido de los juicios, el ruido de su "insensatez e imprudencia"...


Pues no: un piloto y su copiloto hicieron lo mejor que supieron. Y la ciudad se ocupó, en 24 minutos, de lo demás: gente anónima preocupada de los demás, sin importar su nombre. 

Dos refranes castizos lo resumen: "Hace más ruido el árbol que cae que el bosque que crece" y "haz el bien y no mires a quién".

Bravo por Sully y NY, y todos los que son así.


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