Lecciones olímpicas XIII: David Valero o el sacrificio, el trabajo y la honestidad tras una remontada épica dedicada a su familia

(Seguimos con la serie de Lecciones Olímpicas, dos olimpiadas más tarde)


Se suele decir que nadie recuerda al segundo. Así es. 
Sin embargo, aquí vamos a hacer una mención especialísima a uno que quedó tercero. 
Y de qué modo: desde la posición 22ª a la 3ª, que le mereció el bronce.

David Valero Serrano, nacido en Baza, con sus 32 añazos ya, lo ha logrado. Su periplo hacia la medalla es de lo más educativo y ejemplar.
Participó en Río en 2016 y quedó noveno. Pertinaz como todos los campeones, siguió luchando y entrenando. Dos años más tarde, en el Europeo de Glasgow, bronce. Pero la mosca competidora le acometía y le impulsaba: 
«Desde Río pensaba en hacer algo grande en unos Juegos».
Y lo ha hecho. 

Podemos aprender mucho de este señor campeón: conocimiento propio, dedicación, etc. Pero la vida es breve, así que nos quedaremos con 3, que tienen fácil comentario a la luz de sus palabras:

Primera: uno de los motores del éxito: la constancia, o insistencia en el sacrificio, o esfuerzo constante. Ese factor irremplazable en todo éxito que valga la pena. A estas alturas, sobra decir que "esfuerzo" y "pena" son sinónimos. Es algo que David Valero quiere legar a los jóvenes:
"Me cuesta mucho la salida, pero no tiro nunca la toalla. Sabía que tenía que remontar así que fui a luchar por lo que saliese, consistía en no tirar la toalla y seguir y seguir y seguir..."
Segunda: el para qué del éxito: el poso, lo que queda: su aprovechamiento para la posteridad. Esta es la que más peso tiene. No en vano la causa final es la causa de las causas, que decía Aristóteles. Es decir: que el fin buscado es lo que tira, que el fruto es lo que hace arar al que ara... y pedalear al que pedalea. Hermosas palabras las suyas, bien medidas: 
—¿Dónde colocará la medalla?
—No sé dónde, pero en un lugar donde lo vea todos los días. Que nos muestre el sacrificio, que hay que ser trabajador y honesto en esta vida.
Y tercera: otro de los motores del éxito. El principal, en su caso, según sus palabras: el porqué de su motivación. Un porqué, por cierto, aparentemente invisible y que parece estar poco de moda hoy día: la familia. Es curioso —no del todo: es un recurso literario facilón— que, cuanto peor parece estar el matrimonio, más venga a la mente y a la boca a los que lo han pasado mal cuando están en su apogeo.  
No son mil palabras las que así hablan, sino las suyas:
"Esto va para mi mujer y mi hijo. Son mi gran apoyo, si a alguien que tengo que dedicarle la medalla es a ellos. Siempre están a mi lado, dando ánimos en las buenas y malas, son los que me ayudan a conseguir todos estos sueños"
En la última vuelta, su preparador le acabó de fortalecer con un lúcido mensaje:
"¡Acúerdate de tu hijo! ¡Vas a hacer historia!"
Y vaya si la hizo. 



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