Los demás y la adolescencia (y la vida)

Fue el día antes de la Semana Santa. Me llegó esta fotografía: unos chicos haciendo padle-surf. 
Ha llegado el momento de comentar lo que pensé. 

Me pareció que esa foto es una bonita metáfora de lo que es la adolescencia y, en cierto sentido, la vida entera. No en vano esta época es solo una partecica del todo.

Los de la foto son chicos de 16 y 17 años, en plena pubertad, aunque algunos estén más cerca de un adulto que ciertos tipos barbados de más edad biológica. 
El cuarto por la derecha es el monitor. 

Podríamos, tomando por guía la imagen,  enumerar y explicar brevemente algunas características de esa  apasionante —y apasionante, a veces— etapa. Bastará citar algunas cosas para que cada quien deshaga el paralelismo sencillísimo: navegar es vivir, por ejemplo. 

  1. Los chicos de la fotografía se lanzan a una aventura. Tienen que abandonar la orilla. No vale nadar y guardar la ropa. Hay que alejarse a la desconocido, a lo alto. Y conviene apuntar dos cosas. Primera: solo se lanza quien sabe de algún modo que hay "un alto" al que ir, un desconocido... que vale la pena buscar y encontrar. Es la añoranza del futuro, como decía alguien con letras, tal vez T.S. Elliot. Segunda: quizás los padres siguen en la orilla del chico (tan metidos a la vez en su propio mar). Siempre, en efecto, hay una orilla adonde volver y descansar: Ítaca, el hogar, etc. Ahí conviene que estén los padres: en lugar seguro. Muchísimas metáforas se han usado. Y son todas válidas. 
  2. En esa foto, y en la vida, cada uno es quien es, con su circunstancia y su estilo, pero van en grupo. Todos tiran hacia el mismo lugar. Se esperan, si uno va más tarde por el motivo que sea. Acelera más uno, acompañado y provocado por otros, pero tiene un ojo en los demás, porque se sabe parte de algo más grande que sí mismo. El papel de los demás en la adolescencia es muy relevante. Eso es un tópico. Y una gran verdad. Sin embargo, ese papel no es menor en la época adulta. Quizás convendría decir, por tanto, que el imprescindible papel de los demás en la propia vida empieza a notarse con fuerza (para no desparecer ya jamás) en la adolescencia. Sobre esto abundaremos al final, con un invitado especial.
  3. Van más o menos preparados para su aventura: llevan una pala y una tabla, y se han vestido de neopreno y salvavidas, porque el agua está fría y hay ciertos peligros que a veces uno no tiene siquiera presentes. Tan simple como esto. Pero se les ha dado ya algo, que es suficiente. Les acompaña, además, un monitor, que ya ha pasado por esas cosas antes. Y los chicos han comprendido y aceptado llevar todo aquello: es razonable y razonado.   
  4. La aventura se acaba en algún momento, pero queda de algún modo para siempre. Es decir, que todos morimos, aunque no todos vivamos del todo. Qué gran disgusto se lleva quien muere sin haber vivido realmente, sino solo sobrevivido. 
Y ahora, querríamos citar tres fragmentos largos para dar profundidad (y concreción) al papel de los demás. Como hemos apuntado, no se trata de una simple nota de la adolescencia. El papa Francisco se han encargado de recordarlo a quienes han leído su última encíclica, Fratelli Tutti, hermanos todos, que trata sobre la amistad social. 

Vamos al primer fragmento, sobre lo sencillo y común que es hoy para nosotros -adultos y jóvenes- olvidarnos de que no vivimos solos, por más que queramos:

Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.

65. Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada. Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano se muere por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor.

66. Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»

En este segundo fragmento, más profundo, se habla de la necesidad de los demás para ser uno mismo. Añadiré abajo las autoridades intelectuales a las que cita el Papa. Me parece un párrafo corto pero  remarcable:

Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[62]. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro»[63]. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte»[64].

(La cita [62] es de la Gaudium et spes, un documento importante del Concilio Vaticano II. La [63], de una obra de Gabriel Marcel, un filósofo personalista: De la negación a la invocación. La [65], una referencia a  Sto. Tomás de Aquino, Scriptum super Sententiis: "se dice que el amor produce éxtasis y efervescencia puesto que lo efervescente bulle fuera de sí y expira". La [66] es de Karol Wojtyła, en Amor y responsabilidad. Finalmente, el teólogo Karl Rahner, en su El año litúrgico.


La tercera y última cita quiere remarcar el objetivo de ese salir de sí mismo para ir a los demás. Es una reciprocidad en el bien: los demás hacen el bien para mí y yo para ellos. Por eso, para la madurez propia y social es imprecindible que cada cual dé lo mejor de sí:

112. No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes.

Es una Encíclica larga y llena de aportaciones. A veces, muy concreta. Otra, menos. Recomiendo su lectura a trozos pero continua.

Aquí, entera.


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