Para Trapiello

Leo con perplejidad el artículo de Trapiello "Extravagancias clericales". Tras una prudente distinción entre unos y otros curas, con la que pretende explicar que no todos son cómicos y despreciables, se lanza a degollar metafísicamente a todo el que lo sea. A eso se le llama, en todos lo idiomas que conozco, contradecirse. Y no una vez: varias. Me gustaría, por eso, expresar algunas razones que tengo para no estar de acuerdo con el autor en esta ocasión, pese a haber leído con gusto muchos de sus poemas.
La primera: la distinción que hace entre curas es válida para todos los hombres, sean o no presbíteros. Y, podría añadir, seguramente haya más sinvergüenzas periodistas que sacerdotes, por el mero hecho de que hay más periodistas que sacerdotes.
Segunda: Trapiello, con un desenfado propio de la imprudencia, señala que los curas se aprovechan de su púlpito para decir extravagancias de todo tipo. Pero lo señala desde el suyo propio: una preciosa página de un magazine. Claro: somos tontos quienes les escuchamos.
Tercera: debería leer, y supongo que lo habrá hecho ya, a Bernanos o a Guareschi. Mucho más conmovedores. Otra opinión, supongo.
Cuarta: habla de los cuidados paliativos de la crucifixión. Tal vez el obispo cometió un desliz, ya que en Marcos 15, 23 se lee que "le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó". Y la mirra no es sino un narcótico que disminuye el dolor, así como el vino -vinagre, dicen los otros evangelistas- disminuía la sed, verdadero tormento del crucificado.
Quinta: Trapiello cita a Nietzsche, que siempre queda bien. Pero no concluye la frase. Sí, le atribuye, "acaso", un exceso en sus atribuciones de filósofo. Pero no cita el "nosotros le hemos matado" nietzscheano, en nuestra vida diaria. Aunque sí acaba diciendo que, para sorpresa suya, todavía hay gente que no le ha matado.
Sexta: atribuye Trapiello a los curas un machismo exacerbado. A todos los curas. Supongo que, a esas alturas del artículo, ya había olvidado su prudente inicio: "hacen un poco cómico e insolvente cualquier anticlericalismo indiscrimiado y feroz", que de este modo acaba retratando muy bien su escrito.
Séptima: trata el servicio como fracaso de un hombre, cuando habla de las monjas, de todas ellas. No entiende que no todo el que sirve lo hace a regañadientes. No entiende que, dice el cristianismo desde siempre, Dios paga bien a quien cuida de él, de sus cosas. Y como no lo entiende, lo critica.
Y octava: estima, equivocadamente, que la propuesta de los curas (de todos, de nuevo) como bien supremo es el sufrimiento y la resignación a un sufrir que etcétera... Y que el dolor físico es el mayor tirano. Mucho peor la falta de sentido último o la soledad. De todos modos, si dejamos de lado las dos últimas encíclicas de Benedicto XVI ("Dios es amor" y "Salvados por la esperanza"), en las que el Papa sí sabe lo que dice, lo más parecido que he oído a eso es "No quiero que te vayas/ dolor, última forma /de amar". Y es de Pedro Salinas, como el autor sabe de memoria. Y es muy cristiana, la idea. Y el que ama, sabe lo que digo. Pero es un dolor por amor. El testamento cristiano, el nuevo mandamiento, es amaos unos a otros como yo os he amado: hasta el extremo. Otro gallo nos cantaría.



Ya sé que pasa las líneas debidas, pero también Trapiello lo hace y es bochornoso que, sin dar ni medio dato, tenga una tribuna para pontificar cuanto quiera sin que nadie le diga nada.

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