La paradoja del ceda el paso

Póngase el lector en situación: primer día de colegio, al que me dirijo; carretera con dos carriles, cargada a más no poder de coches; a la derecha, un carril más, separado por una mediana, para uso de quien quiera aparcar en su casa, o del autobús. Y está vacío. Y son cien metros de calle. Pues bien, siempre hay quienes van por ahí para avanzar, y ahí se da la paradoja del ceda el paso. A nadie se le ocurre no ceder el paso en un ceda, porque para eso está. Sólo cuando el carril al que uno accede está llenísimo; tanto, que los coches no se mueven y uno puede fácilmente meter el morro de su coche de forma descarada. Y resulta que no dejarle pasar queda mal. En resumen: evitan ostentosamente una cola de cinco minutos, incumplen la ley, y encima queda uno fatal si no les deja pasar. El caso es que les cedemos el paso: aún no somos robots, aún somos buena gente. Y que dure.

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