La educación y los detalles

Anteayer estuve esquiando. Y recibí una leccioncilla, dejando de lado las que mis amigos me dieron, gratis, sobre la técnica del descenso. Los juicios sobre los demás, ya se sabe, deben evitarse. Más, si se basan en las ropas. Esto me lo enseñaron mis padres por activa y pasiva. Pero el ser humano es así. Y yo, a la vista de tanto chulillo pijín con guantes que costaban más de lo que mi entera ropa, andaba algo crítico con el mundo, entre tortazo y tortazo contra el blando suelo. Ese momento tenía que llegar, y llegó: en una "sencilla" pista arrollé a un esquiador. Ya en el suelo, me esperaba lo peor: una bronca tamaño plaza de toros. Ya me había ocurrido. Al quitarse las gafas el hombre, vi que era de cierta edad. Yo ya me había disculpado lo más sinceramente posible: "lo siento: no tengo ni idea de cómo se frena. Perdone". Y el hombre, entrado en años, quitó hierro al asunto y, después de varios "no es nada, no te preocupes", concluyó: "lo importante es que no nos hemos hecho daño". Luego, se levantó y esperó a que yo me levantara, cosa ciertamente difícil, mientras le decía a su acompañante: "Espera, que no quiero embestirle yo ahora...". Todo con una sonrisa. Más tarde, al contárselo a mis amigos, recordé una frase de "Huida a media noche", esa divertidísima película que acabábamos de ver la noche anterior: "¿Lo ves, Jack? Por cada hombre malo hay seis hombres buenos". 

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