Pedal matrimonial

Que el hombre sea capaz de creación artística es un hecho. Que en ocasiones extrapola indebidamente a otros campos su poder creador, también. Y que nos hemos acostumbrado a pensar que no es tal extrapolación, un peligro demasiado real de consecuencias gravísimas. Me explico con una imagen más bien clásica.
Imaginemos que durante decenios, muchos han tomado un determinado camino para llegar a un delicioso castillo. Era emboscado y estrecho –como suelen ser algunos de esos senderos–, pero de hecho han disfrutado de su estancia allí y ninguno recuerda con demasiado dolor las estrecheces del viaje. Resultaría comprensible que, si las nuevas generaciones no son especialmente aptas para vericuetos silvestres, sospecharan que hay –debe haberlos, parecen gemir– más modos de llegar al castillo; o que no hay castillo, siquiera. El problema es que, aunque tal vez los haya, nada lógico puede llevarles a negar que ése sí les conduzca a dicha fortaleza. Y se niega. Es difícil, dicen en son de queja. Pero es que nadie dijo que no lo fuera. Sólo que llevaba al feliz destino. "¿Y quién me dice a mí que llegaron?" Ellos mismos. Ciertamente, siempre se puede entrar en la descalificación por la duda: "¿y si mienten?" ¿Y si eres tú quien miente al no reconocer que es la falta de fuerzas la que te obliga a pensar en otro camino, y, sobre todo, a asegurar que ése no lleva al castillo? Es muy viejo el mal: el yo como rasero y patrón intelectual y vital. Si yo no he llegado, nadie puede haber llegado. Pero es igual de antigua y difícil la medicina: reconocer la verdad, reconocer que hay una verdad independiente de mí en su origen.
Digo todo esto porque leí un reportaje sobre nueve matrimonios –uno con una para siempre– con más de 60 años de fidelidad. Se puede argumentar que es difícil, pero no que es imposible. Volvemos al bueno de Tomás de Aquino: "si la luna no se eclipsa, es inútil preguntarse cómo". Pero si se eclipsa, añado, lo inútil es preguntarse si de hecho puede eclipsarse. Y lo realista, indagar cómo.
Conclusión, que empalma con el indescifrable inicio: el hombre no ha de crearse a sí mismo. Sólo ha de reconocerse como es, aceptarse en cuanto hombre, y ser creativo, que no creador.

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