Ya hace más de una semana que Benedicto XVI abrió su cuenta de Twitter.
El día después, tenía más de un millón de seguidores.
Varias cuestiones que hacen pensar.
En lo que a seguidores se refiere. Tiene 1.210.031, por ahora. Obama tiene 24 millones. El Dalai Lama, casi 6. ¿Y seguidores reales, en la vida en la que estornudamos y estamos dormidos? No hay color.
En lo que a personas a las que sigue. Sólo sigue a sus otras cuentas. Por ahí le han llovido (casualidades) algunas críticas. En La Vanguardia, un periodista llamado Miquel Molina (si no recuerdo mal) decía que el reto era seguir a gente y conversar con ellos. Bonita idea. Pero ninguno de los más reputados y famosos hombres que pueblan la tierra hace eso.
El Papa se ha metido en Twitter porque todo suma, porque allí donde hay gente, hay que estar, como él mismo se ha cansado de decir una y otra vez. Pero no por el mero hecho de estar, sino para aportar una visión de la vida positiva.
(Por cierto, Shakira tiene más de 19 millones de seguidores. Algo menos que Obama.
No sé, por tanto, si la importancia va por los seguidores... porque,
y es el por cierto 2, Justin Bieber -al que no sigo ni escucho- tiene 31.620.081 seguidores. Y, hace un día, colgó el siguiente olé-tus-webs-tweet, como se dice ahora:
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