¿Quién quiere ser Papa?

Nos hizo sonreír -al menos a quienes veían conmigo la fumata y posteriores eventos desde TV1- la pregunta de la presentadora a un experto: "¿No cree usted que los cardenales pueden sentirse algo frustrados por no haber salido elegidos?". El entrevistado, llena su boca de sonrisas, se limitó a responder algo que a un servidor le parece elemental: "No creo: deben de estar más bien aliviados. Ser Papa no es sencillo: conlleva cargar un gran peso, lo mismo que ser cardenal, que no es sencillo".
Parece que aún cunde la imagen del Papa temporalmente poderoso. Cuando, de hecho, salta a la vista -para quien sabe un poquillo- que gobernar la Iglesia es todo menos cómodo, y que el Papa es el que más obedece. A éste, por ejemplo, se le acabó lo de hacerse la comida. No va a tener tiempo.
Para entender el milagro de la Iglesia -con todas las deficiencias de sus miembros, las mías primero-, hay que tener un poco de visión sobrenatural: tiene que haber un algo más para que un mamotreto tan grande no haya reventado hace siglos. 
Aunque haya a quien le cueste metérselo en la cabeza, hay quienes pensamos -e intentamos vivir- que la Iglesia tiene medios y fines sobrenaturales. Y, como hombres que son quienes en parte la forman, usa también de medios humanos. Complicado de unir, pero posible, sin duda. El Papa es el primero que se lo cree: por eso lo primero que dijo fue "buenas tardes", y luego "rezad por mí y recemos unos por otros". Y por eso, aun saber el peso que le cae encima, está contento: sabe quién lleva esa barca.

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