Hace unos meses leí El mercader de Venecia, de Shakespeare. Es el último suyo que he leído. Y tomé unas referencias, porque, como suele suceder, me quedé sin palabras. O, mejor dicho, me quedé con sus palabras, y les di algunas vueltas.
Se trata de la primera escena. Comienza primero Jessica, a quien responderá Lorenzo:
Se trata de la primera escena. Comienza primero Jessica, a quien responderá Lorenzo:
—Nunca estoy alegre oyendo una música dulce.
—Porque tienes ocupados los sentidos. Observa un rebaño indómito y salvaje o una manada de potros aún sin desbravar, saltando locamente, bufando y relinchando, como es propio de la sangre que les bulle. Si oyen un toque de trompeta o llega a sus oídos una melodía, verás cómo todos se paran al instante y se aquieta su briosa mirada con el grato poder de la música. Por eso fingió el poeta que Orfeo movía los árboles, las piedras y los ríos. Pues nada hay tan robusto, duro ni violento que no cambie por efecto de la música. El hombre sin música en el alma, insensible a la armonía de dulces sonidos, solo sirve para intrigas, traiciones y rapiñas. Sus impulsos son más turbios que la noche y sus propósitos, más oscuros que el Erebo. No te fíes de ese hombre. Escucha la música.
Podemos comentar cinco cosas:
La primera: que yo he visto con mis propios ojos como un pequeño rebaño de vacas se acercaba, manso y silencioso, al oír cantar a una persona muy concreta —a quien le enviaré este post— al son de la guitarra. Lo bueno fue que el hombre en cuestión no vio venir a las vacas hasta que las tuvo a un metro, extasiadas.
La segunda: que hay varios métodos pedagógicos que, unos siglos más tarde, han descubierto la realidad de las palabras de Shakespeare. Palabras, por cierto, que no vienen más que a parafrasear el más antiguo refrán:
La primera: que yo he visto con mis propios ojos como un pequeño rebaño de vacas se acercaba, manso y silencioso, al oír cantar a una persona muy concreta —a quien le enviaré este post— al son de la guitarra. Lo bueno fue que el hombre en cuestión no vio venir a las vacas hasta que las tuvo a un metro, extasiadas.
La segunda: que hay varios métodos pedagógicos que, unos siglos más tarde, han descubierto la realidad de las palabras de Shakespeare. Palabras, por cierto, que no vienen más que a parafrasear el más antiguo refrán:
"la música amansa a las bestias".
La ciencia, esa segundona.
La tercera: que Shakespeare vuelve a dar un salto en su obra: de las cosas o animales, al hombre. Una analogía interesante. Antropología de la buena, la suya:
"el hombre sin música en el alma, insensible a la armonía de dulces sonidos, solo sirve para intrigas, traiciones y rapiñas".
La armonía y la belleza han ido siempre de la mano de los hombre buenos. No en vano se pierde cuando los hombres y la moralidad empieza a valer un céntimo: en el siglo XIX. Da que pensar.
La cuarta: que Shakespeare no dice "oye la música", sino "escúchala". Y da, al principio, una clave: centra los sentidos en lo que haces (escuchar música). Cada cual sabrá cómo lo hace. Personalmente, me parece complicado escuchar música y hacer otra cosa a la vez. Ya se sabe. Aquel "estudio mientras escucho música". No sé cómo se hace eso. Mejor, sí lo sé: a trompicones, y perdiendo mucho tiempo. La razón es clara: la atención que uno dedica a la música no la dedica al trabajo. Baja el rendimiento.
La quinta: que la música debería estar presente en la educación desde los primeros compases. Eso sabían ya los griegos. Y las madres, que cantan a los chicos. Y muchos más.
Y las que cada cual añada.
¡Saludos!
Como regalo, una canción de Sting, titulada Sister moon, en la que cita un verso del Soneto 130 de Shakespeare:
La cuarta: que Shakespeare no dice "oye la música", sino "escúchala". Y da, al principio, una clave: centra los sentidos en lo que haces (escuchar música). Cada cual sabrá cómo lo hace. Personalmente, me parece complicado escuchar música y hacer otra cosa a la vez. Ya se sabe. Aquel "estudio mientras escucho música". No sé cómo se hace eso. Mejor, sí lo sé: a trompicones, y perdiendo mucho tiempo. La razón es clara: la atención que uno dedica a la música no la dedica al trabajo. Baja el rendimiento.
La quinta: que la música debería estar presente en la educación desde los primeros compases. Eso sabían ya los griegos. Y las madres, que cantan a los chicos. Y muchos más.
Y las que cada cual añada.
¡Saludos!
Como regalo, una canción de Sting, titulada Sister moon, en la que cita un verso del Soneto 130 de Shakespeare:
"My mistress' eyes are nothing like the sun"...
Aquí va entero y, luego, traducido:
My mistress' eyes are nothing like the sun;
Coral is far more red than her lips' red;
If snow be white, why then her breasts are dun;
If hairs be wires, black wires grow on her head.
I have seen roses damasked, red and white,
But no such roses see I in her cheeks;
And in some perfumes is there more delight
Than in the breath that from my mistress reeks.
I love to hear her speak, yet well I know
That music hath a far more pleasing sound;
I grant I never saw a goddess go;
My mistress, when she walks, treads on the ground.
And yet, by heaven, I think my love as rare
As any she belied with false compare.
Coral is far more red than her lips' red;
If snow be white, why then her breasts are dun;
If hairs be wires, black wires grow on her head.
I have seen roses damasked, red and white,
But no such roses see I in her cheeks;
And in some perfumes is there more delight
Than in the breath that from my mistress reeks.
I love to hear her speak, yet well I know
That music hath a far more pleasing sound;
I grant I never saw a goddess go;
My mistress, when she walks, treads on the ground.
And yet, by heaven, I think my love as rare
As any she belied with false compare.
Traducción que aporta la Biblioteca Virtual Cervantes
Los ojos de mi amada no parecen dos soles,
y el coral es más rojo, que el rojo de sus labios.
Siendo blanca la nieve, sus senos son oscuros,
y si el cabello es negro en ella es hierro negro.
He visto rosas rojas, blancas y adamascadas, 5
mas nunca en sus mejillas encuentro tales cosas.
Y en algunos perfumes, existe más deleite,
que en ese dulce aliento que emana de mi amada.
Amo escuchar su voz y sin embargo, entiendo,
que la música tiene un sonido más grato. 10
No he visto caminar por la tierra a una diosa,
pero al andar mi amada, va pisando la tierra.
Mas juro y considero a mi amada tan única,
que no existe en el mundo, ilusión que la iguale.

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