"Despedidas" (o cómo hacer en una película algo tan necesario hoy día como hablar de la muerte)

 
Nunca había visto tantos muertos en una película. O, mejor dicho, nunca había mirado con tanto cariño a tantos muertos en una película. Ayer tuve la inmensa suerte de ver "Despedidas", la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2008. ¡Qué obra de arte! ¡Y qué gran sensación de renovación interior al verla, como en toda obra de arte! 

Podríamos ser reduccionistas y decir que el tema es la muerte. O algo más precisos, para asegurar que, como en todas las obras de arte, los temas más humanos desfilan entremezclados: el amor en todas sus modalidades: la amistad, el eros (el matrimonio y sus reglas propias), el amor al mundo, y algo de religiosidad también; la filiación y la paternidad, bien o mal llevadas: desastres y fortuna con los hijos; el trabajo bien y mal hecho y sus consecuencias en el sujeto; la eternidad. Es una película, en fin, sobre la vida, sobre la la belleza de la vida de los seres humanos. Desde el inicio hasta su fin, que puede ser igual de bello u horrible, según uno actúe.  
Son 131 minutos en que el director te lleva, como en los buenos dramas, de la sonrisa a la lágrima. El cine japonés es, en eso, desconcertante. Al menos para mí. Pero eso no es malo: la vida también lo es. 

Y la muerte. Sobre ella se han escrito ya en esta web bastantes cosas (y hoy mismo, día en que se incia el  mes de los difuntos, viene un artículo en El País), porque conviene no esconcer algo tan normal como morirse. Nuestra sociedad occidental la esconde siempre que puede. En esta maravilla de película, no. Se habla de la muerte de todos los modos posibles, y desde muchos ángulos. Pero siempre de modo explícito. Porque ahí está siempre, por mucho que la intentemos esconder. Porque somos viatores, caminantes: wayfarers. Así se titula la canción principal de la banda sonora, que tiene un gran papel en el film. Luego hablaremos de alla.  

La muerte como final y como inicio. Como algo dolorosísimo. Como algo purificador. Como último momento para algo: para el resentimiento o la paz. Todo eso aparece. Con gran naturalidad. Momentos de tensión. Y de ternura. Porque cuando uno muere, hay que enterrarlo como merece todo ser humano. Desde Antígona lo sabemos en occidnente. Y eso, en la película, se hace así: 

El cuerpo frío recupera su belleza para toda la eternidad. Todo se hace con calma con precisión y por encima de todo con Amable afecto. Con placidez y belleza.
Durante la película, y a riesgo de perderme algo, tomé notas. Muchos diálogos (también las voces en off) son espectaculares, siempre dichos en el ambiente adecuado y con la música pensada. 
La película tiene algo de clásico: la capacidad de decir las cosas más sublimes del modo más impensado. Shakespere usaba a los tontos y bromistas o rudos para decir las mejores verdades. Con eso en mente, sorprende menos el diálogo que se da entre un extravagante hombre y el protagonista. Desde un puente miran al río: 
—¿Hay salmones?
—Sí. Allí. En la roca. Es triste. Llegar hasta aquí para morir. No parece que valga la pena. 
—Quieren volver a casa. Volver donde nacieron.

Dicho lo cual, el hombre de aspecto histriónico se aleja del protagonista. Ya está dicho todo. 
Sin duda, podríamos añadir el monólogo del encargado del crematorio. Pero eso lo dejo para el disfrute personal. Espero no haber detrozado la película, que recomiendo vivamente. 

Me guardo en la manga para el final dos bonitos ases: un texto de Platón, en que se lee la parte final de la defensa de Sócrates en que habla de la muerte. Y un fragmento musical. 

Sócrates primero:
Porque temer la muerte, atenienses, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se supiese con certeza que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce? 
Respecto a mí, atenienses, quizá soy en esto muy diferente de todos los demás hombres, y si en algo parezco más sabio que ellos, es porque no sabiendo lo que nos espera más allá de la muerte, digo y sostengo que no lo sé. Lo que sé de cierto es que cometer injusticias y desobedecer al que es mejor y está por cima de nosotros, sea Dios, sea hombre, es lo más criminal y lo más vergonzoso. Por lo mismo yo no temeré ni huiré nunca de males que no conozco y que son quizá verdaderos bienes; pero temeré y huiré siempre de males que sé con certeza que son verdaderos males.






 





Y, como guinda, lo dicho: quisiera señalar que la banda sonora es un espectáculo que tiene vida propia. Su autor ha escrito más de 100 bandas sonoras. Se nota. Sensibilidad y mesura a raudales, por raro que parezca. 
Ahí, un vídeo excelente. El autor es el pianista:


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