La moneda del esfuerzo y sus dos caras (o por qué narices no me esfuerzo)

—Soy un hombre sin voluntad.

Así de claro —y equivocado— me lo dijo un chaval de 16 alocados y falsamente despeinados años hace un tiempo. Un adolescente de libro que ahora es todo un hombre.
El resumen que daba a su problema era terrible, como se ve. Pero insistía con aquel ritornello tan manido y clásico entre estos púberes: "ya me gustaría esforzarme, pero no puedo". 

Sobre lo que vale o no la pena, hemos escrito ya algunas veces en este blog, gracias a Dios. Pero vamos a abundar aquí en tres aspectos con la respuesta que le pude dar gracias a un educador que me ayudó:
—Te falta la moneda del esfuerzo.
(Ahora, buscando alguna foto simpática, he visto que en algún videojuego se habla de este modo. Y ya me sirve). 

Ahí va el primero: 
No se la llama moneda porque sí, sino porque sirve para pagar por las cosas realmente buenas. Para las otras, para las que apenas cuesta conseguir, hay otros modos. Pero hay cosas que, por valer más la pena, cuestan más de conseguir: Y no deja de ser simpática esta coincidencia, este reconocimiento de que lo que más vale, más cuesta tantas veces.

Los otros dos aspectos son como las dos caras de la moneda. Y muy a propósito se dice aquí. No hay moneda sin dos caras. Y, además, no pueden mirarse plenamente a la vez. 
Pues bien, las dos caras de la moneda del esfuerzo simbolizan los resultados del esfuerzo: sus consecuencias casi necesarias. Son el cansancio y el disfrute. Y van juntas, esas dos caras. Solo que un adolescente —persona inexperta por definición— quizás no se ha dado cuenta aún de esa unión substancial: todavía no sabe vitalmente que, a pesar de que uno ve siempre una cara de la moneda, la otra le espera ahí. 

¿Dónde está el problema de quien no se esfuerza? En dos cosas: la falta de resultados debida a su no esfuerzo, y el hastío vital. Quien no se esfuerza no consigue nada duradero. Y, además, cosecha, sin quererlo, un vacío desagradable: la otra cara de la moneda. 

¡Cuántos jóvenes no se esfuerzan —ni siquiera en su actividad deportiva— porque no quieren agotarse o cansarse demasiado! Pero luego no disfrutan nunca, si dejamos de lado el alcohol, la droga y el sexo, que son los tres placeres pasajeros más usados para rellenar el vacío. 
Sin embargo, muchos de ellos valoran a quienes se dejan la piel en el campo... aunque ellos mismos no lo hagan. Podríamos hablar de Nadal y compañía: hasta el final, hasta que duela... pero por un fin. Y viene, con el cansancio del esfuerzo, el disfrute.  

La solución está clara. Y es doble. Uno: aprender a tener un fin que valga la pena. Dos: aprender a usar la moneda del esfuerzo con sus dos caras, sabiendo que, cuando sale primero la cara del cansancio, es porque el disfrute va a ser mayúsculo. 
No hay atajos: cuesta. Pero vale la pena. 


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