Nada más feminista que la castidad

De un tiempo a esta parte, se ven y escuchan cosas más que novedosas para muchos, pero más viejas que el ir a pie. Aunque había escrito ya algo al respecto, hace una temporada que pensaba hablar sobre algo tan viejo y a la vez revolucionario como esta idea -que no es mía, lógicamente-, pero ahora ha llegado el momento. 
Ahí va la tesis: la castidad me parece la manera mejor y más completa de ser feminista que existe. 
¡Cuánto hemos perdido burlándonos de ella! 
O, en muchos casos, desconociéndola, sin culpa alguna, lo admito.
O, sobre todo esto, tratándola de modo parcial: como algo solo negativo y prohibicionista.
Tampoco han ayudado ciertos católicos. 
Ya viene siendo hora de sacar brillo a esta preciosa, útil y sana manera de vivir y de tratar a los demás. En horas de manadas violadoras de las que todos echamos pestes al unísono y con gran convencimiento, nos conviene encontrar lo positivo de todo el asunto. Y es la castidad.

-¿Castidad?  

El amor verdadero. 
Porque hay uno falso, sí. Un reduccionismo del amor. Un "cojo esto y me dejo lo otro". Es el egoísmo carnal disfrazado de pasión arrolladora y enamoramiento invencible. 
Seamos claros: todo lo que puedan hacer las pastillas (o los robots) no es amor; es excitación. Excitación que será, como mucho, parte de una parte del amor: y qué gran y grave error coger el todo por la parte: pensar que mi excitación soy yo. El filtro de amor, que tantas óperas ha inspirado, vuelve a estar de moda, lamentablemente. Y es una gran mentira: y es grande porque contiene algo -poco- de verdad: que la pasión es parte del amor. Y es mentira porque es parte y solo parte y porque es solo a veces. Esos matices reales como la realidad misa. 

En negativo. Quien no es casto (limpio de intenciones y acciones), acaba con el cuerpo muerto y alma desencantada, como decía aquel. Y acaba fijándose solo en algo tan fácilmente cantable como el cuerpo solo: 

-“I’m in love with the shape of you / I’m in love with your body”. 
-Ok -podría decir la chica de cuyo cuerpo se habla-, pero “do you love me, or it's only my body?”

La castidad (llámale sardina si no te gusta esa palabra, pero sabe que así se ha llamado porque castus es limpio) lleva a las personas a mirar como personas a otras personas. Corporalesm, sí, pero personas. Excitantes, pero personas. Por eso es parte importante de esa virtud (¡de esa fuerza!) de la castidad el hecho (inaplazable hoy día más que nunca) de educar la mirada: cómo mirar a las personas sin quedarse en su cuerpo. Y a no mirar y sí ver a quien ha decidido que él o ella sí es solo cuerpo provocador de pasiones. ¡Qué grande que muchas mujeres, guapas y elegantes, hayan sabido salir al paso de quienes las querían usar de simples escaparates: de mujeres trofeo! Soy guapa, pero no soy tu trofeo, no soy un pedazo de carne. 

Y ayuda también esa virtud a hablar de acuerdo con la dignidad de cada persona: poniendo lo personal siempre en todas partes, sin reduccionismos que dejan a las personas en sus genitales o glándulas mamarias o glúteos de diseño. En definitiva: cuidar la forma de hablar: ¡las palabras! 
¡La de daño que ha hecho la palabra sexy! Sexy: que tiene atractivo físico o sexual. Todo lo personal es corporal y lo corporal, personal. Y todo lo corporal es sexual. Y lo sexual suele atraer. Así que... ¡qué manía con sexualizar a las personas! Llamar a alguien sexy es tanto como mirarla solo desde el punto de vista sexual: me provocas placer sexual. Eso es tanto como llamar viagra a una persona: reducirla a su parcial actuación en mí. Ninguna persona merece eso. 

Otra de las grandes consecuencias de quien vive la castidad (de quien se esfuerzar por vivir de acuerdo con los ideales que esa virtud propone) es que aprende a respetar la intimidad personal propia y de la propia persona. Intimidad: lo más interior que uno tiene. No el hígado, propiamente. Mi yo más profundo, mis sentimientos más escondidos, mis más interiores ideas e ideales. Todo eso, con ser personal, es corporal en cierto modo, porque todo lo personas es a la vez corporal. Por eso la intimidad no es solo sentimental, sino corporal. Por eso el pudor trata de guardar lo íntimo para los momentos de intimidad, y no saca a escena (ob-scena) lo que no debe ser sacado: evita a toda costa lo obsceno. ¡Qué bueno que el feminismo -un cierto tipo, sano- reivindique todos esos valores! Valores que, por cierto, no ha inventado: la castidad cristiana, tan tachada por desconocida, ya hacía bandera de ellos. 

¿Y el placer? El placer no deja de ser placentero cuando se ama. Lo es aún más. El amor suma. La búsqueda de placer no llena: solo sacia parcialmente. No estamos hechos para el placer, aunque tampoco sin el placer: porque somos alguien corporal. El placer no es malo. Solo que no es siempre bueno. Se desgarra y desnaturaliza y duele (quizás hasta físicamente) cuando lo personal se pierde por el camino, cuando cuenta únicamente lo corporal: mi físico. ¡Cuánto duele saber que aquello que parecía amor era solo búsqueda egoísta de placer de la otra persona! (Por todo esto, ¡qué sintomático es la aparición de las muñecas sexuales: plástico para mi placer! Un advenimiento más que lógico... que sirve para desenmascarar claramente el egoísmo).

Vayamos por fin a la gran pregunta: ¿qué tiene de feminista la castidad, en los hombres y en las mujeres? 
Así de sencillo: es una manera de actuar por la cual uno trata con exquisito respeto y amor al otro. Lo que más nos hace falta hoy día. 
La mujer no es tratada como objeto que únicamente enciende mi satisfacción sexual. Siempre hay un plus: la mujer es querida por sí. Nunca solo como cuerpo. Queda realzada: es igual de importante que el hombre. 
El macho alfa dominador aprende con esfuerzo e inteligencia a no desatar sus pasiones sin tener en cuenta a la persona. Y “macho” pasa a ser lo que era -un adjetivo- de modo que vuelve a ganar importancia el nombre: persona. Me importas tú. Por eso no miro a una mujer como a una nevera: una cosa que contiene algo que me apetece. No colecciono fotos de neveras. Ni de mujeres. 
No saco de la intimidad lo que es íntimo. 
¿Y la mujer? Aprende que es más que un cuerpo y se valora globalmente: como persona. No comete el torpe reduccionismo de verse como carne de aparador. Ni de pensar que su manera de entenderse es la misma que la de los hombres. Y mucho menos piensa que "diferente" equivale a "mejor o peor". Eso es un juicio de valor. No: complementariedad es la palabra. Es mejor para una cosa y peor para otra, pero igual de dignos, ellas y ellos. Aprende -ya la sociedad cambiará con ella, como siempre- que dignidad y función no son la misma cosa. 
Por otra parte, la mujer fatal deja de jugar a provocar de tantas maneras con fines de diversión o dinero al tonto de turno que no se domina.

Y tantas otras cosas que cualquiera que haya entendido las premisas que hemos explicado puede llegar a deducir. 



PS: no digo, porque sería engañar, que quien sepa en qué consiste este manera de ser persona la viva a la perfeción. Sí digo que es mucho mejor proponérselo y fallar, que su contrario. Y digo que sí se puede vivir según ese ideal de vida. Los hechos lo muestran. Las teorías que contradicen a la realidad, para los libros. 

PS2. Las sensibilidades actuales -alguna quizás extremada y exagerada- pueden sentirse heridas: no era mi intención. Un post da para lo que da: remover el cocotero era el objetivo de este.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy bueno
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno!