"Deep cover": sí, y... (Emociones, libertad aceptada y crecimiento personal)

 

Para mi hermana Elena, y Arnau. Porque no les gustó. :)

"Deep cover": comedia simple (con algunos leves reparos) que no pasará a la historia del cine, pero muy simpática: lloramos de risa viéndola. Y ya van algunas veces, cosa que me hizo pensar, y verla ya de otro modo. 

No conviene minusvalorar el poder de un buen cómico. El humor del bueno es muy inteligente: va mucho más allá del caca-culo-pedo-pis. Quizás porque busca bloquear de algún modo a la racionalidad y provocar la reacción más ancestral: la risa es algo parecido a eso. Shakespeare —he leído hace nada una muy buena versión juvenil de El rey Lear— usa a menudo en sus obras, y no solo comedias, el papel del cómico, del bufón: el único que puede decir a la cara, entre bromas y de modo desvergonzado y con frecuente mala educación, grandes verdades. Aquellas que más parece necesitar quien las rechaza.
Lo mismo, me parece, ocurre aquí. 
Deep cover puede hacernos reflexionar sobre las emociones, la libertad y el crecimiento personal. 

Vamos a comentar algunas frases que los protagonistas. Sí: cuidado con leer este texto: está cargado de avances de la película que pueden destrozártela. 

En un momento inicial de la película, la protagonista femenina, Kat, explica a sus alumnos de comedia de improvisación las tres reglas fundamentales: 
No salirse del personaje. Decir que sí. No dejar colgado a compañero. 
Una de las puntos cardinales de la película es que esos tres principios son los mismo que rigen la acción de los agentes infiltrados. De ahí que les escojan para una tarea policial complicada, etc. No explico más. 
Resulta, además, que aquí mismo está el punto fundamental de este escrito: esas tres claves son las que, en el fondo, sirven para vivir la vida. A ver si las podemos explicar.

En el fondo, Deep Cover es una película de personajes, disfrazada de película de acción con gags cómicos. Se trata de tres personajes fracasados, según el modo habitual de decir. Ellos, como mínimo, tienen esa autopercepción. Veamos cómo se describen a sí mismos en el momento en que pueden por fin ser sinceros: al borde de su muerte. En efecto, van a fusilarles. 
Kat, la profesora al borde de los 40 que lleva diez años retocando su único monólogo, resume de modo cruel su paso por este mundo:
Vamos a morir porque necesitaba demostrarme que no había desperdiciado mi vida.
Comparándose con sus amigas pijas y despreocupadamente ricas (y estúpidas), se considera un montón de heno.
Por su parte, Marlon, que ha adoptado el nombre de Roach como infiltrado, parece aceptar por fin sus límites como actor frustrado a quien a duras penas llegan papeles de terciario en anuncios de baja estofa:
No soy de Niro. No soy Brando. Ni siquiera me llamo Marlon: soy Tristan. Mi padre es dentista. Jugué al críquet regional. Soy caballero de la pizza. Y ya no seré nada más. 
El escudero, un personaje desternillante a la vez que entrañable, no se queda corto al relatar su vida (por segunda vez) como hombre dedicado al mundo de la banca:
Yo he sido una mierda en general. No tengo ni idea de lo que hago. Y todo en un patético intento de hacer amigos. Debí ser yo mismo. Debí trabajar en el vino. 
Y aquí viene de lleno la primera reflexión: ¿por qué han de ser fracasados unos adultos que no brillen como CEO de empresas multimillonarias? ¿Es fracasada una persona que se dedica a servir café en un bar? (Abro aclaración. No tengo nada contra los CEO: no está el asunto, digámoslo bien ya, en el trabajo, sino en cierto clasismo, por el cual damos valor mayor moral o personal a los individuos (y no solo a las profesiones) que tienen un trabajo u otro. Dicho de otro modo: todo trabajo que no le haga mala persona es digno: eso es la digniddad personal, que dignifica la labor que la persona lleva a cabo. La dignidad social, sin embargo, puede ir por otros lados. El valor social que se da a ciertas profesiones varía por países: el profesor está mucho mejor considerado en Finlandia que en España. Por algo será, también, añado. Y cierro inciso). Nuestra sociedad tiene la capacidad de generar unas expectativas en nosotros que no tiene por qué ser siempre reales, y que nos llevan a fingir, a mentir, para bien parecer ante los demás. Se ve a la perfección en el inicio de la película, en que se presenta a los personajes como idealistas que no han conseguido su propósito vital: triunfar en los negocios, en el arte o en la sociedad, ser una celebridad. Es la primera gran lección.

La segunda, unida a esta, es la necesidad que tenemos de los demás, en mayor o menos grado, para elaborarnos como personas, sobre todo, en el campo de las emociones. La unión de la dimensión social y emocional de cada uno se hace evidente en la película porque cada personaje tiene un déficit claro en el campo emocional. Una de las cosas buenas del arte es que puede estereotipar a los personajes y sacar lo que quiere de modo sencillo. 
Kat es, por defecto profesional, o por los motivos que sea, una mentirosa: una improvisadora que no se atreve a decir que no o a llevar la contraria. Hasta que se atreve. Es una escena hilarante. 
El escudero echa de menos tener amigo, hundido por su patosidad en el trato. Las escenas iniciales son divertidas si no las tomas como reales. 
Roach, el actor frustrado, vive ensimismado, lo cual le hace fácil comprador de una casa en el país de las maravillas, donde nadie real vive, salvo uno, siendo rey. 
Los tres, unidos en las misiones, sacan lo mejor de sí y crecen gracias a lo que otros despreciaban. La unión ha sacado a relucir sus talentos. Unos valoran a los otros. Pero solo es una misión, al fin y al cabo...

La tercera lección va unida a esto último. Se trata, dicho de modo pomposo, de la libertad aceptada como método de crecimiento personal. Aquí vamos a ser algo más abstractos, pero paso a paso, como en la película. 
El ser humano es libre, pero su libertad no es absoluta, sino limitada, concretada. Algunos la llaman libertad situada. Es decir, que quien es libre es una determinada persona situada en el mundo —el ser humano «en general» no existe—, y en un momento preciso. No es libre, en cambio, ni respecto a su nacer ni respecto a su morir. Además, necesitamos ayuda. De hecho, las grandes cosas que nos pasan son —en gran parte o en su totalidad— regalos, dones, que uno es consciente de que no merece (los amigos, la persona que uno ama como marido o mujer, Dios, etc.), a pesar de que uno elegir proyecto vital. 
Más aún sobre la libertad. El ser humano es libre, sí, pero no es tampoco una libertad abstracta desde cero: cuando se da cuenta de sí mismo como ser libre, ya lleva tiempo existiendo, y siendo: no ha decidido su propio cuerpo, sus elementos genéticos, cognitivos, afectivos, educacionales de nacimiento y tradición propia. A eso se le llama a veces  síntesis pasiva. Así lo hace Jaciento Choza, un filósofo dedicado a la antropología:
La síntesis pasiva es cronológicamente anterior a la libertad, pero cuando ésta se constituye, la asume. Yo no soy libre de tener una determinada constitución biopsicológica, pero sí soy libre de asumirla o no en mi proyecto biográfico. 
Se trata de asumir —o no, como bien señala— mi pasado y quién soy y he sido y seré sin mi permiso. A eso llamamos en el título libertad aceptada, porque puede no serlo, y frustrarse el crecimiento personal. En Deep Cover, la simpática película que comentamos se ve muestra eso: el proceso de aceptación del pasado y presente de los personajes. Cuando se da, empieza el crecimiento porque la síntesis pasiva no es lastre, sino riqueza: son mis condiciones reales para formular libremente mi proyecto vital. Lo que ya soy no es un inconveniente, sino, precisamente, aquello que posibilita en la práctica el ejercicio real de mi libertad

Ya hemos presentado a nuestros "fracasados". Lo entrecomillo queriendo, claro está; no lo son, aunque aún lo crean. En eso consiste la risa inconsciente: la representación de alguien absolutamente paquete hace reír. 
¿Qué sucede al final de la película? Que, por un cúmulo de casualidades y coincidencias, los personajes han aprendido aceptar su vida, y se pueden tomar una segunda oportunidad. Es el "sí, y..." del título
Expliquémoslo. Se trata de una regla fundamental en la improvisación: aceptar lo que ha dicho el otro comediante y sumar tu tontería improvisada. En la vida: aceptar lo que me ha pasado, y sumar: seguir. Una lección muy valiosa. Cura tu trauma, sana tu herida aceptándola —sí— como primer paso, y —¡y!— tira para adelante. No te quedes en el pasado. 
Por eso, el final es bien bonito y muy real. El superinspector que les ha detenido —por varias cosas, a cual peor— les concede inmunidad por lo que han ayudado y porque, a fin de cuentas, no hay pruebas porque estaban de agentes encubiertos. Así que solo les pide que sigan con lo que hacían: que sean ellos mismos otra vez. Y ahí está la lección: ya no pueden ser los mismos. En su caso, además, son mejores: esa situación —y el dinero del mafioso— les ha ayudado a superarse. 
Kat será profesora, pero con muchos más alumnos, que han conocido por el boca-oreja sus batallitas como cerebro de un equipo de agentes infiltrados, etc... Un éxito merecido.
Roach, que ha memorizado un monólogo buenísimo —así tomado por él, en su enfermizo afán de hacer arte de todo lo que vive—, lo suelta de pe a pa en el primer cásting que puede. Y accede al papel de motero. Un éxito merecido.
El Escudero, cuyo nombre real no recuerdo, es su propio jefe en una lujosa vinoteca, en la que se dedicará a vender vino, a la vez que hace sus bromas a los clientes, que se parten de risa. 

Se cierra el círculo: la libertad aceptada les ha llevado a crecer. En lugar de quedarse en lo negativo, que es bien real, han podido mejorar, a partir de sobrellevarse desde donde estaban... y con la ayuda de otras personas. La amistad. Ahí está el "no dejar tirado al compañero", que puede también pensarse como "no abandonarse a uno mismo".

No querría dejar de aclarar algo. No se trata de hacer un apología a ultranza de la improvisación. Porque —paradojas— para improvisar se dan ni más ni menos que tres reglas, cuando parecería que no tiene que haberlas. Son, solo, reglas diferentes. O sea, que la improvisación debe entenderse, en la vida, como una sano dejarse ir y no pretender controlarlo todo, aunque sea desde las sólidas raíces que cada cual debe tener.

La película tiene —y las recogí— unas cuantas frases más que valdría la pena comentar. 
Quizás haya parte dos. 
Como mínimo, compensa ver la película. 


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