Releyendo La Odisea en 2025: Canto XV (la obediencia, los sintecho y sus recuerdos)


En el Canto XV, la diosa Atenea —protagonista principal de La Odisea, según cómo se miren las cosas— le mete en la cabeza a Telémaco que tiene que volver a Ítaca cuanto antes. Así que, tras su visita a Menelao y Helena en Esparta, les comunica a los dos que debe partir.
Atenea, cuiadora del hijo de Odiseo, lo guía en secreto y le indica que evite el camino directo, además de acompañarlo hasta que esté fuera de peligro.
Durante el viaje de regreso, Telémaco recoge a un profeta llamado Teoclímeno, que le pide navegar con  él para buscar refugio en Ítaca y escapar de quienes le persiguen.
En Ítaca, Eumeo, el fiel porquerizo, sigue cuidando del hogar y entabla una memoriosa y memorable  conversación con Odiseo, disfrazado de mendigo, sin saber su verdadera identidad.
Esta situación prepara el terreno para el esperado encuentro entre padre e hijo, que pronto comenzarán a planear cómo enfrentarse a los pretendientes.

Ya hemos dedicado bastantes líneas sobre la hospitalidad en la Odisea. Unas más, breves.
Menelao, ejemplar en su hospitalidad, no desea retener a Telémaco ni un segundo más de lo que él quiere: en eso consiste la hospitalidad. Dejemos que lo diga él mismo:
¡Telémaco! No te detendré mucha tiempo, ya que quieres irte; pues me es odioso así el que, recibiendo a un huésped, lo ama sin medida, como el que lo aborrece en extremo; más vale usar de moderación en todas las cosas. Tan mal procede con el huésped quien le incita a que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le cumple partir. Se le debe tratar amistosamente mientras esté con nosotros y despedirlo cuando quiera ponerse en camino. 

Usar moderación en todas las cosas es la traducción que he leído de una palabra que podría traducirse mejor por lo conveniente, lo que es según su destino. 

Un segundo aspecto, que exagero muy poco al considerar de rabiosa actualidad, es la obediencia. Salvo en ambientes excepcionales, no se entiende que sea virtud, y cómo debería pensarse para que así lo fuera. Porque salta a la vista que no toda obediencia es virtuosa, aunque sí sea visiblemente acatamiento a lo que otro dice. 
En este canto, se lee:
Llegó entonces Eteoneo Beoctoída, que se acababa de levantar, pues no vivía muy lejos; y, habiéndole ordenado Menelao, valiente en la batalla, que encendiera fuego y asara las carnes, obedeció acto continuo.
"Obedeció acto continuo", con prontitud y eficacia. El tal Eteoneo Beoctoída, de nombre claramente singular, no es sirviente de Menelao. Ni vive en su casa, pero le hace caso. A los jefes hay que hacerles caso, si son como deben ser: prudentes. Y se les obedece con cabeza —y no quitándosela, como robots—, con prudencia, con iniciativa, fiados de su inteligencia, y de su posición, que ve más donde uno tal vez no. Y en el "tal vez" está de nuevo la prudencia, que lleva a decirle a quien manda lo que se ve como problemático en el mandato, si es que eso pasa
Mandar es un acto de servicio, así pensadas las cosas: quien bien manda tiene que preparar el terreno, estudiar la situación, tener presentes los pros y los contras: ejercitar la prudencia mientras otros, prudentes también, quizás la apliquen para obedecer y dar lo mejor de sí para una causa común. 
Podríamos seguir tirando del hilo, pero lo dejaremos así, habiendo dejado claro que la obediencia virtuosa, como el mandato virtuoso, son actos de personas libres para personas libres, con todo lo que eso conlleva, que es mucho.

Otro de los temas —el tercero de hoy— que puede llamar la atención al lector de este canto es la valoración que se da sobre el vagar, sobre las personas errantes, sin hogar, sin techo. Recordamos aquí oportunamente lo que dijimos en la introducción a la entera Odisea: que podía entenderse perfectamente como la vuelta a casa, al hogar. 
Vagar será aquí sinónimo de verse obligado a no tener casa y errar por el mundo. En un diálogo de Odiseo con Eumeo, se puede leer de modo claro y distinto:
Nada hay tan malo para los hombres como la vida errante: por el funesto vientre pasan los mortales muchas fatigas, cuando los abruman la vagancia, el infortunio y los pesares.
Resulta que, llegada la noche, Odiseo va a contar todo lo que ha hecho a Eumeo, sin saber aún el lector si de veras o inventándoselo todo, como ya ha hecho. Y aquí hallamos la que puede ser de las primeras manifestaciones de lo que ha cristalizado en el actual "cualquier tiempo pasado fue mejor". El recuerdo casi cariñoso de los males pasados. Ya cenados, Eumeo se arranca a contar a Odiseo —y viceversa— sus memorias. 
De los demás, aquél a quien el corazón y el ánimo se lo aconseje, salga y acuéstese; y, no bien raye el día, tome el desayuno y váyase con los puercos de su señor. Nosotros, bebiendo y comiendo en la cabaña, deleitémonos con renovar la memoria de nuestros tristes infortunios, pues halla placer en el recuerdo de los trabajos sufridos quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo. 

El recuerdo del pasado doloroso es, si ha sido reflexionado, maestro de vida. Y puede ser agradecido, también, porque el mal pasó al final. Los hechos vividos me constituyen, y es bueno aceptarlos. Solo quien aceptado su pasado puede tener un buen futuro, viviendo desde el presente con cierta estabilidad. Es algo que los jóvenes tienden a olvidar, porque están en pleno desarrollo de su novedad. No es errado saberse protagonistas, pero conviene saberse receptores primero de una historia, de una cultura, de una genética, de unos padres. Cada generación es hija de sus tiempos y sus padres y su biología. 

Es misión de los adultos, maduros, enseñar a los jóvenes a aceptarse en lo que son ya, para poder tender con vitalidad y realismo a lo que aún no son y quieren llegar a ser. 

 

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