En el Canto XX, que es preparatorio y previo al desenlace, se narra cómo Odiseo pasa la noche sin poder dormir, preocupado por la violencia que pronto estallará contra los pretendientes. Atenea, como siempre, se le aparece y lo reconforta. Al amanecer, él pide ayuda a Zeus, quien responde con un trueno favorable. Mientras tanto, las sirvientas y otros siervos infieles se comportan con gran descaro, y él les observa con ira contenida. Durante el banquete, casi todos los pretendientes continúan mofándose de él. También Telémaco soporta las ofensas en silencio. Al final, aparecen presagios divinos: se acerca ya la venganza y la restauración del orden en Ítaca.
El canto se inicia con una descripción que llama la atención. El autor de La Odisea es un maestro y sabe expresar muy bien los sentimientos suaves y las pasiones desgarradoras. Odiseo está muy enfadado. Decirlo así sería paupérrimo. Por eso, con unas descripciones más que sugerentes —¡y en verso, no lo olvidemos!—, podemos leer:
y en tanto el corazón desde dentro le ladraba. Como la perra que anda alrededor de sus tiernos cachorrillos ladra y desea acometer cuando ve a un hombre a quien no conoce, así, al presenciar con indignación aquellas malas acciones, ladraba interiormente el corazón de Odiseo. Y éste, dándose de golpes en el pecho, reprendiólo con semejantes palabras:—¡Aguanta corazón, que algo más vergonzoso hubiste de soportar aquel día en que el Cíclope de fuerza indómita, me devoraba los esforzados compañeros; y tú lo toleraste, hasta que mi astucia nos sacó del antro donde nos dábamos por muertos!Así dijo, increpando en su pecho al corazón sufrido y obediente; más Odiseo revolvíase ya a un lado ya al opuesto. Así como, cuando un hombre asa a un grande y encendido fuego un vientre repleto de gordura y de sangre, le da vueltas acá y acullá con el propósito de acabar pronto; así se revolvía Odiseo a una y otra parte, mientras pensaba de qué manera conseguiría poner las manos en los desvergonzados pretendientes, hallándose solo contra tantos.
Además de la impresionante y colorida descripción del estado de ánimo, que contiene la causa de tanta pasión, este canto explica la reacción del héroe. Ya hemos comentado varias veces que, en efecto, es plenamente humano sentir las pasiones, pero se trata, además, de gobernarlas: corrigiéndolas, o dejando que corran sin miedo, porque son totalmente proporcionadas a la realidad que las causa.
En otras palabras: está más que justificado que Odiseo note en su interior que su corazón ladra, debido a la sana indignación que le provoca ver la maldad. Pero, más prudente que la media de hombres, prefiere acallarlo y posponer su reacción exterior: se vengará cuando sea oportuno, nunca mejor dicho. Para ello, tiene que mandarse con gran fuerza no hacer lo que tantas ganas tiene de hacer.
Tantas veces nos ocurre lo mismo: notamos una gran excitación —y las hay de muchos tipos—, y nos dejamos caer en sus brazos, tontamente convencidos de que el mero hecho de notarla, la hace buena; de que notar una gran indignación, por ejemplo, hace que esa sea justa. Otra gran lección de La Odisea: pararse a tiempo, por duro que se nos haga, para no dejarse llevar más que por la cabeza.
Más adelante, a Melantio, descomunal maleducado, no le dirige ni palabra: calla como opción. Omite hablar:
Así se expresó. El ingenioso Odiseo no le dio respuesta pero meneó la cabeza silenciosamente, agitando en lo íntimo de su alma siniestros ardides.
No es pequeña lección esta. ¡Qué difícil es callar a veces! Pero la prudencia puede hacer que sea oportuno: ante el enfado grandioso que llevará a una respuestas exagerada que, en el fondo, uno no quiere dar; ante la seguridad de que, al hablar, no avanzaremos porque uno no quiere escuchar sino pelear, y tantas otras ocasiones que cualquier adulto ha vivido en tantas ocasiones. Otras veces, sin embargo, conviene hablar. Y duro. Ya después se pedirá perdón por haber utilizado las formas con dureza, al servicio de la claridad del mensaje.
Quien controla su lengua, dirá siglos más adelante el apóstol Santiago, controla toda su persona. ¡Y qué difícil es! Añado aquí, por su sabiduría, un fragmento de esa carta, en su tercer capítulo:
Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo
Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
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