La Iglesia y los tiempos que corren:

Se oye hablar, y se escriben cartas y artículos en este mismo diario, sobre la Iglesia y los tiempos, y sobre la necesidad o no de una reforma, que estaría provocada casi necesariamente por las frecuentes vacilaciones y desapegos de los creyentes. O de algunos creyentes, matizaría yo. "La Iglesia vacilará si su fundamento vacila, pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos". Lo dice uno de los grandes pensadores conversos de la Iglesia, de quien es tan amigo Benedicto XVI: San Agustín, hace más de 15 siglos. Este dato cronológico y esta cita suya me hacen pensar dos cosas. Primera, que el mal que pretendemos moderno es antiguo: siempre hemos estado igual. Y segunda:  que San Agustín tiene razón. El fundamento de la Iglesia, formada también por hombres, no es un uno de ellos, ni siquiera el Papa. No me cabe la menor duda de que el actual es bien consciente de ello: basta oírle pedir oraciones constantemente para llevar a buen puerto su tarea. Porque sabe, y con eso basta, un poco de historia de la Iglesia (moderna, por ejemplo): ni el peor enemigo intestino, quizá algún eclesiástico o incluso un Papa, ha podido con ella. Lo digo por si sirve para calmar a algún creyente desanimado.

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