Palabras mayores

"Eso son palabras mayores", se oye decir de vez en cuando. ¿Las hemos
perdido? ¿No serán, tal vez, las que se escribían con mayúscula? Tal
vez sea una pista. Recordaré dos: Dios y todos los nombres propios. De
la primera, mucho habría que decir. Con sostener esto, ya está casi
todo claro. De lo segundo, sí querría escribir unas cuantas cosas. La
primera: Dios y los nombres propios tienen que ver. Al menos en la
tradición cristiana, entre otras. Se dan, en efecto las siguientes dos
relaciones. Primera: en cuanto la palabra "Dios" deja de ir con
mayúscula -con todo lo que eso implica: respeto, veneración, cierto
misterio, cierta seguridad de su inabarcabilidad, etc.- pierden
sentido las mayúsculas en nuestros nombres, por la misma razón.
Compensa darle algunas vueltas. El Concilio Vaticano II -y eso son
¡palabras mayores!- lo enseña a su manera: la negación de Dios es, al
fin y al cabo, la negación del hombre. El proceso puede ser largo,
pero es inevitable. Y segunda relación: en cuanto el hombre se empeña
en amplificar e hiperbolizar demasiado su mayúscula inicial, por miedo
a que la D de Dios le haga sombra o le dañe, se pierde el sentido de
su función. Como un cabezudo no es más que un ser horrendo, o un
artefacto con el que se celebran fiestas: un juguete.

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