El olímpico rey de la selva (y del bosque y de lo que haga falta...)

Hace tiempo que me hablaron de este hecho. Incluso lo había visto ya. En su día, un profesor de filosofía lo utilizó como imagen para explicar por qué el hombre es el verdadero rey de la selva. Yo mismo la había usado en clase.  Siendo como es un indiscutible paleto como animal -con todos mis respetos a Dios lo digo- el bípedo erecto y sin plumas que somos tiene en su haber algo que es más que olímpico. No busca ser más alto o más rápido o más fuerte, porque la pura velocidad no le interesa. O mejor dicho, es la pura velocidad lo que le interesa: sin más finalidad que la autosuperación. El hombre tiene eso: se supera a sí mismo. Es capaz de hacer cosas inútiles. Esta posibilidad puede acabar siendo una actitud mala. Pero no obligatoriamente.
En la foto se ve a la perfección. Todos los animales girarán cuando se encuentren en su camino un árbol tan increíble como ése. Menos el hombre. Él mirará arriba, asombrado. Quizás se le escape algo que muestre su emoción. Y luego, si quiere, pensará que para qué evitar el árbol, si puede agujerearlo, perforarlo y pasar por dentro. Será un túnel. Porque así lo quiero, porque quiero pasar por ahí, y no unos metros más a la derecha o a la izquierda. Habrá, lógicamente, quienes opinen que eso muestra la ineptitud humana y su soberbia. Es posible. El hecho es que muestra su parcial soberanía sobre lo creado. Y digo parcial porque luego viene un bichito que ni vemos, y a la tumba. Así de mucho y poco somos. A la vez, y sin contradicción. Somos los reyes, porque nos han pensado así. Quizás sería más exacto decir que somos los príncipes. A Otro corresponde ser Rey. Eso implica muchas cosas. Entre otras, la ecología. Toma.

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