Collige rosas (o la juventud de los momentos)

Tengo una calabacera -que así se llama a la planta que da calabazas- en la terraza de mi casa. No la he plantado yo. Pero se podría decir que la estoy resucitando, porque estaba seca. Sólo necesita que la rieguen, porque ya hay sol y arena de la buena. Al principio pensé que me estaba pasando de agua. Pero no.
Hoy, por la mañana, le he hecho una foto a la flor. Estaba ya en proceso de descomposición (Ojo: no tengo ni idea de botánica. A lo mejor no es descomposición, sino preparación para no se sabe qué). Lo sorprendente -para mí, por lo menos- es que ayer al medio día no estaba abierta. A media tarde, a punto. Antes de acostarme abierta de par en par: de un blanco frágil y precioso. Y a las 9 de la mañana, pocha como una vieja centenaria. Ese proceso lo he ido viendo unos cuantas veces. Así de efímeras son. 
(Gran etimología, y clarísima en su imagen, la de esta palabra griega: epí+hémera, con "h" aspirada. "Epí", que significa estar por encima sin contacto físico: o sea, a distancia, o también metafóricamente; y "hémera", que significa día. Efímero es lo que recorre un día, y sólo un día.)
Y, cosas de la vida, me ha venido a la cabeza el famoso tópico literario del "collige rosas" (recoge las rosas), ahora que es tiempo y están bonitas. "Carpe diem", se suele decir también. Agarra el día, aprovecha el momento. Se suele aplicar a la juventud. Pero esa juventud se da en cada cosa que hacemos. Todo tiene su tiempo oportuno. Sólo hay que saber cogerlo al vuelo, lo cual es un arte: no implica vivir de modo desbocado, sin criterio. En el comedimiento está el máximo disfrute: el cólico y la borrachera lo explican a su manera. Y la educación consiste, entre otras cosas, en enseñar estos "detalles".
Los trenes pasan. Hay que subirse, aunque quizás no a todos. Así, la vida deja de ser una línea muerta para convertirse en una sucesión de retos: uno detrás de otro. No hay momento para aburrirse. 
Olé con la calabaza.

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