El más allá de noviembre y de los difuntos


Doctor en Derecho y en Filosofía, preparaba una oposición a cátedra, en la Universidad de Madrid. Dos carreras brillantes, realizadas con brillantez.

       Recibí un aviso suyo: estaba enfermo, y deseaba que fuera a verle. Llegué a la pensión, donde se hospedaba. —"Padre, me muero", fue su saludo. Le animé, con cariño.Quiso hacer confesión general. Aquella noche falleció.
       Un arquitecto y un médico me ayudaron a amortajarle. —Y, a la vista de aquel cuerpo joven, que rápidamente comenzó a descomponerse..., coincidimos los tres en que las dos carreras universitarias no valían nada, comparadas con la carrera definitiva que, buen cristiano, acababa de coronar.

No soy yo. Es San Josemaría, en Surco,un libro de espiritualidad. Tiene un capítulo titulado "Más allá". Y este es su punto 877. Impacta. Por lo menos a mí. 

Y, escuchada, me trajeron a la cabeza otras. Un poema, en concreto: Las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Aquí se pueden leer enteras. Una maravilla. Transmiten una visión cristiana de la vida y de la muerte. Ese Dios -y volvemos a una imagen del santo citado- que no es un cazador que anda al acecho de la presa, sino un jardinero que recoge la flor cuando mejor está, cosa que nadie sabe mejor que Él. Y era de gran importancia el aprender a morir. Eso mismo decía Platón y los clásicos posteriores. Hoy, vivimos de espaldas a la muerte, por tonto que parezca. Porque dos cosas sabemos con certeza (como mínimo) que estamos vivos y que vamos a morir.

No me resisto a transcribir las tres primeras estrofas de ese largo poema:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo después, de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo passado
fue mejor.

Y pues vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por passado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio,
porque todo ha de passar
por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.


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