Conducir(se) como un idiota o como El idiota

Esa es la cuestión, como podría haber dicho Shakespeare.

Pero no, lo decía Dostoievski, otro monstruo de la literatura. 
Lo cierto es que no estoy leyendo El idiota. Ya pasó ese momento. Y volverá algún día.  (Bueno: Shakespeare también lo escribió. Esperemos unas líneas para verlo)

Es un libro del cual compensa tomar notas, porque habla de un tema en el que estamos muy verdes hoy día, a pesar de lo mucho que se publica al respecto: la inteligencia emocional.

En la parte IV del libro, en el primer capítulo, se leen unas palabras con las que el autor describe a Gavrila Ardaliónovich. Muy buenas. Tremendas:
La impetuosidad de sus deseos antojábasele su fuerza.
¿A qué viene lo de conducir y conducirse? Bien sencillo es (a pesar de los saltos que da la mente para conectar eventos y frases). En verano me toca conducir a menudo de aquí a allí, y con más gente: en caravana. Y se da cuenta uno de que conducir rápido es muy sencillo; y que lo difícil es no correr: cumplir con lo establecido. En efecto, le da a uno un no sé qué de acelerar, de quemar el asfalto. Como si uno fuera más capaz. La impetuosidad, sí. Que te lleva a conducir como un idiota.
Conducirse no es más que conducir el coche (o bici o lo que cual quiera) de nuestra vida. Es una metáfora buenísima y muy usada, por buena y útil y sugerente. 
Al bueno de Gavrila Ardaliónovich le pasaba lo que a muchos nos pasa cuando nos dejamos llevar y no pensamos en nuestras acciones: que la impetuosidad y descontrol de sus deseos (muchas veces de origen ajeno a la propia voluntad) le parecía que eran ni más ni menos que su fuerza: su valía. Es más quien más hace: quien más grita, quien más baila, corre, etc...

Y, efectivamente, Shakespeare apuntó lo mismo en Hamlet, esa maravilla que entra mejor que la horachata fría en verano (y en cualquier época). Polonio da a Reinaldo unos consejos para intentar encontrar a cierta persona: 
"No le hagas imputaciones de otro modo, diciendo que es muy dado al desenfreno, eso no: tú habla de sus faltas con tal arte que parezcan las lacras de su libertad, el estallido de un ánimo fogoso, la braveza de una sangre indómita que a todos les asalta."
Otra vez lo mismo: las imputaciones que se le hacen son las de ser bebedor, jugador, putero, etc. Así lo dice en algunas versiones españolas. Y le pide que no lo pinte como un hombre desenfrenado, sino de modo "positivo": fogoso, de sangre indómita, brave de sangre...
El típico engaño que nos encanta. ¡Que mueran los apocados, los que no son ! ¡Viva el desenfreno!
Pero resulta que el señorío, el autodominio es bien positivo también. Nos lo están mostrando día a día las adicciones que pueblan nuestras noticias. Adicciones de todo tipo, pero debidas siempre al exceso: muy tristes y capaces de aherrojarnos, de atarnos a nuestros deseos sin que pintemos ya nada en si nos apetecen o no.
Saber cómo funcionan estos posibles engaños de nuestro carácter es una interesante parte de la educación emocional.
¡Y bien nos la pueden proporcionar los clásicos, que por algo lo son!

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