Lecciones (que podemos sacar) del Coronavirus (II): el clasismo y los adjetivos

Una de los hechos más sencillos de ver sobre el Coronavirus conlleva, paradójicamente, la lección quizá más difícil de asumir. El hecho: el Coronavirus no es clasista. La lección: a pesar de que podemos llegar a serlo sin darnos cuenta muchas veces, no es obligatorio que lo seamos.

En este tipo de berenjenales me gusta meterme, sí. Pero no de cualquier modo. Prefiero armarme con un poco de objetividad y luego, pensar, por si a alguien le ayuda a darle a la cabeza.

Primero: definir el asunto. Porque ya hemos dado por supuesta una definición de clasismo, al asegurar que el Coronovirus no lo es. Y se entiende por qué lo hemos hecho. 

Dice la RAE que el clasismo es:
Actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo.
Eso nos remite a clase, por supuesto, y la cosa se pone complicada, porque hay muchas acepciones. La propia RAE añade esta:
Clase social: 1. f. Conjunto de personas que pertenecen al mismo nivel social y que presentan cierta afinidad de costumbres, medios económicos, intereses, etc.
Si vamos ya a discriminación, la cosa se acaba de ajustar: 
1. tr. Seleccionar excluyendo.
2. tr. Dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental, etc.
Juntemos las tres y encontraremos una definición de clasismo: 
Actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de conjuntos de personas que pertenecen al mismo nivel social y que presentan cierta afinidad de costumbres, medios económicos, intereses, etc., y que da un trato desigual a esas personas: las selecciona, excluyéndolas.
Espero que estemos bastante de acuerdo en esta definición. 
Si no, ahí va otra, como más directa: 
Pensar -y actuar de ese modo- que alguien es menos o más que otro por su nivel social: económico, vamos. 
Bien. Por lo que sé, el Coronavirus no lo es: infecta a todo ser humano, sin discriminación de riqueza o costumbres o intereses. 

Quisiera solamente decir dos cosas al respecto:

a. Un católico (un cristiano, y, que nadie se líe: no hace falta serlo para saber esto) no puede jamás ser clasista. De hecho, lo somos a veces, porque no vamos al centro de la cuestión. Nadie es más que nadie por tener o no tener dinero. Se suele suponer -y es un error- que dinero y educación (no hablo de enseñanza) van juntos, pero todos conocemos a ricos muy maleducados, a ricos muy educados, a pobres muy maleducados, y a pobres muy educados. Las cuatro opciones lógicas posibles. Lo que está claro es lo que sigue: alguien que no distingue en clases, no será jamás clasista. Y esto otro: no es lo malo el interés común, sino la discriminación: el que otro sea menos.

b. No hay que negarlo: la mayoría de veces se usa la palabra clasismo para afear la conducta de los pudientes, de los adinerados. Es clasista quien tiene dinero y minusvalora al pobre. Sin duda. Pero... Hay un clasismo -un tanto extraño, sin duda, pero numeroso también- que consiste en un despropósito: meterse uno mismo en el clasismo por considerarse a uno mismo menos que otros por no tener dinero. Un hombre sin recursos que menosprecia a alguien con dinero a priori, por simples motivos de clase: es rico, ergo es malo y me desprecia. Peculiar, pero comprobado a diario.

La (difícil) solución: obviar las clases. Algo tan difícil como esto. Olvidarse, ya que estamos, de los adjetivos. En eso consiste, y por esa razón lo decía, el cristianismo. Tratar a los hombres por el nombre. Y nunca más por adjetivos: rico, pobre, blanco, negro, homosexual, heterosexual... Eso son adjetivos. No nos interesan. No deberían.

Para acabar, dos ejemplos clamorosos: el deporte y Netflix y una de sus actrices. 

¿El deporte? Sí: ese lugar en que te da igual que sean del país que sean, si son de tu equipo. Ese lugar gracias al cual has gritado, coreado y vitoreado ¡por su nombre! a gente de otros países. ¡Cuánto futbolista ha salido de las favelas más pobres! Vinícius mismo es un ejemplo, si es que podemos considerar futbolista a alguien que falla tanto. (Con cariño va la broma; soy merengue). 

¿Netflix?
Of course, my friend. 
Aquí, la historia. En resumen: 
"Roma y Yalitza Aparicio fueron grandes protagonistas de la pasada ceremonia de los Premios Oscar 2019. Y si bien la actriz no se llevó la estatuilla, su presencia en la gala y su trabajo en la película de Alfonso Cuarón fue de lo más comentado.
Poco después del evento, una usuaria de Twitter que se presenta como “Ursu”, publicó un polémico tuit que la cuenta oficial de Netflix en la red social salió a contestar.
"No sabía que se podía llevar a la señora que ayuda en casa a los Oscar", escribió esta usuaria argentina que en su descripción pone: “Mother of lagartos. Me encanta el flan pero me llena de pedos”.
Sin dejar pasar el tuit, la cuenta de Twitter de Netflix España respondió: "Perdona, no consigo oír tu comentario clasista, estoy admirando el talento de la primera actriz indígena de la historia en estar nominada al Oscar a Mejor actriz".
Bravo. Para mi gusto, se dejó poner el nombre en el tweet. Habría sido ya de 11 sobre 10.

Aquí, el tweet. 

¿Cómo acabar con el clasismo? ¿Viajando? No sé. Pensando. Mirando a los ojos. Mirándose a uno mismo y reconociendo el que haya dentro. 
El punto final, que lo dé Shakespeare, con su Hamlet:
¿Quieres vanagloriarte de una hazaña? Que te baste con ser un hombre.


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