El día del padre

A mi padre 
Hoy es el día del padre.
Mi hermana, gran aficionada a muchas cosas, lo es también a las frases motivadoras. Sabedora —no hay duda— de que me chiflan los acrónimos, ha puesto en el chat familiar este de @72kilos. 
¿Qué significa ser papá? Paciencia, amor, paciencia y amor. 
Amén, hermana. Esa repetición, aparentemente idiota, es de lo más bonita. 
Padre. Todos tenemos el nuestro. Eso es obvio, pero no deja de ser una de las verdades más profundas de nuestro ser: somos porque somos hijos. Sin mi padre y mi padre, no sería yo. Luego pondremos todos los matices de la vida: casi infinitos. Pero así es: un padre y una madre. 
Pero no va por ahí lo que yo quería comentar. 
Hace días que tengo dos cosas que dejar por aquí para que quien quiera las lea (y se las tatúe).

La primera, una cita que se comenta solo y que pienso regalar a todos mis alumnos de 2º de Bachillerato cada año antes de que se vayan del colegio. (Spoiler: luego quizás no me da la vida: así somos). Es de un libro impresionante: "El arte de recomenzar", de Fabio Rosini, una maravilla. Al hablar del padre, cita un libro de un psiquiatra italiano (R. Marchesini y su "Quello che gli uomini non dicono. La crisi della virilità”) que a su vez recorre al mismísimo Freud. Y nos deja una perla tremenda y caracteriza de modo absolutamente imprescindible a los padres, y a las sociedades cuyos hombres abandonan ese papel tan importante. Ahí va:
“El padre —como escribió Sigmund Freud (1856-1939), el padre del psicoanálisis— es quien pone un límite; la madre eliminaría todo obstáculo en el camino del hijo; el padre atestigua que hay algo más importante que él, para la madre nada es más importante que el hijo; el padre enseña a sufrir, la madre tomaría sobre sí cualquier infelicidad del hijo; el padre educa a pagar; la madre querría extinguir con la vida cualquier deuda del hijo; el padre recuerda la renuncia, la madre sueña con que al hijo se le ahorre cualquier privación; para la madre la vida del hijo es sagrada, para el padre la vida se hace sagrada (sacrificada) por los demás o por algo aún más sagrado; la madre da la vida, el padre tiene el deber desagradable pero necesario de repetir “memento mori”, acuérdate de que debes morir. La madre enseña a vivir; el padre enseña a morir, después de haber dado un objetivo a la propia vida y enseñar a vivirla con honor.
Si no hay nada por lo que valga la pena gastar la vida, esto es lo que vale la vida: nada. ¿Cuántos jóvenes mueren literalmente por nada, o sea, después “después de una velada de vacía diversión? ¿Cuántos suicidios de nuestros adolescentes y jóvenes son la reacción de quien no sabe cómo comportarse ante un fracaso? ¿Cuántos homicidios de mujeres jóvenes son causados por un “no” dicho a quien nunca había recibido uno, y pensaba que todo deseo suyo era una orden para los demás?».” 

Y la segunda, para acabar, un libro sobre el mejor de los Padres (Dios, of course), y el menos conocido o reconocido: "El padre del hijo pródigo", de Jose María Cabodevilla. Es el libro que más veces me he comprado (y regalado). Y del que más notas he tomado. Voy a hacer el precioso regalo de tres citas sobre la Paternidad de Dios y sus consecuencias. No hace falta que las comente. A disfrutar. 

“Una tarde, el niño Jean-Paul Sartre se había quedado solo en casa y se aburría.
No se le ocurrió nada mejor que dedicarse a encender cerillas. De pronto, la alfombra empezó a arder. Mientras intentaban sofocar el fuego, el niño advirtió que Dios lo estaba observando.Se sintió traspasado por su terrible mirada. Y no lo puedo soportar. En ese mismo momento renegó de Dios  para siempre. ¿Cómo tolerar la existencia de un Dios omnipresente que lo ve todo y lo penetra todo? Ante él, la criatura se encontraría sin refugio, sin privacidad, sin libertad. Pasaron los años, el niño se hizo mayor y llego a formular en términos filosóficos aquel episodio de su infancia: los ojos de un ser supremo, una mirada objetivadora, anularía la subjetividad de la persona humana. (...)  ¿Realmente se trata de una mirada tan implacable como temía aquel niño que de repente, indignado o aterrado, abjuró de su fe? El creyente no cree que la mirada de Dios sea así. Ante unos ojos fríos y escrutadores, ciertamente uno siente su intimidad en peligro instintiva mente se cierra, trata de defenderse. Por el contrario, una mirada benévola invita abrir el alma y a confiar. ¿cómo es la mirada de Dios?, ¿Qué siente un creyente ante ella? “ Señor, tú me miras por dentro y me conoces, sabes cuando me siento me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos“. En vez de sentirse amenazado, se siente protegido. “Me envuelves por detrás y por delante, tus manos me guardan” (salmo 139,1-5). La mirada de dios no intimidad, ofrece amparo y cobijo. No desnuda, sino que abriga. No paraliza, estimula. No abraza, caldea suavemente. P. 53. 

La segunda: 
“¿Qué significa que Dios es amor? Para el amor todo es importante y al mismo tiempo todo carece de importancia. Sufre con el más ligero desdén y, no obstante, persiste intacto ante los golpes más terribles. No se le podría doblegar con toda la fuerza del mundo, pero basta una lágrima para desarmarlo. Lo perdona todo, pero todo le hiere. Me pregunto una cosa, me pregunto si un Dios concebido como rigurosamente justo y solamente justo podría disuadir del pecado mejor que este otro Dios, un Dios que es sumamente misericordioso, pero también sumamente vulnerable.”.  P. 104. 

Y la tercera: 
“ Las imágenes que a menudo se han ofrecido del cielo eran ineptas, muy insatisfactorias. El hombre anhela un lugar a la medida de su corazón y le dan un cielo abstracto, desea una casa y le presentan el Empireo, quiere una patria y le dan un estado, quiere una familia y le ofrecen una corte. Desearía un hogar y la muestra en un palacio. La parábola del hijo pródigo nos ha dado la imagen más justa y convincente del cielo: una casa paterna. Y cuando el hijo pródigo añora esa casa, o lo que es igual, cuando el hombre deja hablar al niño, el niño que fue y que nunca dejó de ser, entonces ha comprendido en qué consiste la bienaventuranza. Ese niño recuerda un espacio cálido y sosegado, una sensación de cobijo, bienestar  Y seguridad, la presencia constante de un ser benéfico junto a él, alguien que consuela y apacigua y dice que todo está bien y en orden, una luz amiga que se filtra por la puerta entreabierta del dormitorio. Se trata de vivencias tan hondas, tan primordiales, que pertenecen a la estructura misma de la memoria, más que su contenido. En el principio era la casa, y lo será también al final. Me pondré en camino, volveré a la casa de mi padre. No un palacio, sino una casa paterna. No un Rey, sino un Padre. Así describió Jesús en el cielo. En sus labios, la descripción alcanza la categoría de definición rigurosa. El nos habló de la casa del Padre y dijo que en ella hay habitaciones para todos y que el mismo personalmente nos prepararía el sitio (Juan 14,2). Todo lo contrario de un palacio dispuesto para los invitados: allí nos vamos a hacer “huéspedes o advenedizos”, sino “familia de Dios” (Efesios 2,19).  (Pag. 128-129)

¡Feliz día del padre a todos!

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