Lo que santo Tomás Moro decía sobre cómo educar a su hijos

Podemos encontrar un resumen del ideal educativo de Santo Tomás Moro si leemos una carta que le escribe el 22 de mayo de 1518 a uno
de los preceptores de la "escuela familiar", William Gonell: 

Su belleza natural (la de los niños) no debe sufrir por falta de aseo, pero tampoco debe acentuarse con todos los medios artificiales posibles. Lo esencial debe ser para ellos una vida virtuosa; el estudio debe ocupar solo un segundo lugar; por eso deben estudiar aquellas asignaturas que les conduzcan a ser fieles a Dios, a amar al prójimo, a ser modestos y a tener humildad cristiana frente a sí mismos. Entonces les caerá en suerte la gracia de una vida de buena reputación; entonces no se asustarán pensando en la muerte; pues sus corazones estarán llenos de la verdadera alegría»

Vamos a decir alguna cosita de cada idea-sugerencia de Moro. Lo mejor, me temo, serán las obviedades, como siempre:
  1. Los niños tienen una belleza natural: nacida, y no venida de la cultura (aunque nazcamos todos inmersos de algún modo en una). Cultura cosmética, podríamos llamarla. La mirada limpia de los chiquillos. Su sonrisa sincera. Eso es natural. Y eso es bello. Eso hay que cultivar en un sentido: no evitarlo, estar pendiente de que la tontería cultural no la apague. Cuando un chico deja de sonreír, alerta.
  2. El aseo es parte de la belleza no natural y debe tenerse en cuenta con moderación, de modo que no se acentúe con todos los medios artificiales posibles. Es decir, que cada cual debe llevarse bien con su relativa belleza o relativa fealdad. Es decir, que compensa no imitar a ciertos modelos, no sea que uno se exceda en buscar ser quien no es y ponga su autoestima ahí. Porque, como canta Paul Simon en Outrageous, un temazo de un disco impresionante, "who's gonna love you when your looks are gone", (¿quién va a quererte cuando tu belleza se vaya?). Buena pregunta. Y la responde: "God will, like He waters the flowers on your window seal": Él mismo será, igual que cuida tus flores y las riega en el alféizar. 
  3. El estudio debe ocupar el segundo lugar. Tomás Moro sabía latín y griego, y tenía amigos de la altura de Erasmo de Rotterdam. Era un intelectual de pies a cabeza. Fue Canciller de Inglaterra, el primer laico de la historia que ocupó ese puesto de responsabilidad. No es sospechoso, por tanto, de no tener en cuenta el estudio. Pero le da el segundo lugar. Porque...
  4. Lo esencial debe ser una vida virtuosa: el cultivo —que tiende a lo práctico— de las maneras de ser buenas en las personas. No se puede ser de cualquier modo. Tenía fama de honesto y de abogado justo. De profesional a quien no podía sobornarse. Y enumera entonces Santo Tomás Moro algunas de esas virtudes, a las que el s.XXI es tan ajeno: "ser fieles a Dios, a amar al prójimo, a ser modestos y a tener humildad cristiana frente a sí mismos". Su biografía, que estoy conociendo poco a poco, incluye todas esas virtudes: por eso podía enseñar a sus hijos poniéndose como modelo sin ningún rubor o miedo. 
  5. Entonces les caerá en suerte la gracia de una vida de buena reputación. Vienen ahora, podríamos decir, las dos consecuencias de una buena educación: no tener miedo a la vida ni a la muerte, por tener el corazón lleno de la verdadera alegría, añadirá después. Son las dos vertientes. Las últimas palabras audible de Tomás Moro fueron "muero siendo un buen servidor del rey, pero de Dios primero". Decir que tuvo buena reputación es algo innecesario cuando se conoce su biografía y su ascenso al éxito mundanal, a pesar de que su conciencia le obligara a renunciar a todo aquello, fiado de que había bienes mayores.
  6. Entonces no se asustarán pensando en la muerte; pues sus corazones estarán llenos de la verdadera alegría». Es el colofón final, el resultado de una buena educación: no tener miedo a la vida ni a la muerte, por tener el corazón lleno de la verdadera alegría.  Sabiendo cómo murió Moro —fiel a su conciencia, le cortaron la cabeza por no plegarse a los caprichos del rey, en resumidas cuentas—, pesa más lo que dice en estas frases, por ser su vida la fiel continuación de sus palabras: su encarnación. 
  7. Cita wikipedia unas famosas anécdotas que paso a copiar:
Mantuvo hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso se dirigió al verdugo en estos términos: I pray you, I pray you, Mr Lieutenant, see me safe up and for my coming down, I can shift for myself («Le ruego, le ruego, señor teniente, que me ayude a subir, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo»). Luego, al arrodillarse dijo: «Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte». Finalmente, ya apartando su ironía, se dirigió a los presentes: I die being the King's good servant—but God's first («Muero siendo el buen servidor del rey, pero de Dios primero»).
Un resumen posible de esta entrada, ya lo escribí por otros lares internáuticos en otro contexto, pero podemos decirlo aquí otra vez: nos iría mejor siendo cristianos. Buenos cristianos, arrepentidos cada día y vueltos a levantar.
Eso mismo decía San Agustín desde el siglo IV, defendiendo a la Iglesia en una carta dirigida a Marcelino, presidente de la colación de Cartago. Ahí argumenta en favor del cristianismo, explicando que la doctrina de Jesucristo no solo no es enemiga de la res publica —algo de lo que la acusaban los paganos—, sino que es su mejor aliado, ya que hace a los hombres notablemente mejores:
Por tanto, los que dicen que la doctrina de Cristo es contraria a la república ¡que nos den un ejército tal de soldados tales cuales los exige la doctrina de Cristo! ¡Que nos den gobernantes, maridos, cónyuges, padres, hijos, señores, siervos, reyes, jueces, contribuyentes y exactores del fisco tales cuales los quiere la doctrina cristiana, y atrévanse entonces a decir que es enemiga de la república! ¡Es más, no duden en reconocer que si se la obedeciera, sería de gran salud para la república! […] En este lodazal de pésimas costumbres y de una antigua disciplina ya perdida, hubo de acudir a nuestro socorro la autoridad celeste para persuadirnos la pobreza voluntaria, la continencia, la benevolencia, la justicia, la concordia, la verdadera piedad y el resto de luminosas y vigorosas virtudes vitales, y esto no sólo con el fin de llevar esta vida con suma honestidad, ni tampoco solo para lograr la concordia social de la ciudad terrena, sino también para alcanzar la salvación eterna y la celeste y divina de la que nos hacen ciudadanos la fe, la esperanza y la caridad, de modo que, mientras peregrinemos lejos de ella, soportemos —si no podemos corregirlos— a aquellos que quieren mantener en pie sobre la impunidad de los vicios una res publica que los primeros romanos fundaron y aumentaron sobre las virtudes. […] Mostró así Dios, en el opulentísimo e ilustre Imperio Romano, cuánto valían las virtudes civiles sin la vera religio, para que se entendiese que, si esta se une a aquéllas, se generan hombres ciudadanos de otra ciudad cuyo rey es la verdad, cuya ley es la caridad y cuya norma es la eternidad»  (Epistulae, 138, 15.17).
Para acabar, sugeriría dos cosas: le lectura de un libro y el visionado (y disfrute) de una película. 
1. El libro, uno de Mariano Fazio que estoy leyendo estos días: Contracorriente... Hacia La Libertad, un libro en que habla de santo Tomás Moro, el santo cardenal John Newman, y G. K. Chesterton, ese tercer gran intelectual que está también en proceso de canonización. De ahí he sacado la carta, que está citada en A. Silva, Un hombre para todas las horas. La correspondencia de Tomás Moro (1499-1534) (Rialp, Madrid 1998, pp. 124-128). 
2. La película, Un hombre para la eternidad, ganadora de 6 Óscar. Impresionante interpretación de un personaje impresionante. 



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