Escuchar con los ojos (así de difícil)

¡Qué crueldad pueden esconder los anuncios sin darse cuenta apenas!
Fijaos, si no, en este. 

Sería bonito que siempre fuera así, que siempre pasara lo que sugiere la Caixa:
Lo bueno de tener a alguien cerca es que te escucha 
Pero lo cierto —y doloroso— es que no. Tener a alguien cerca no conlleva que te escuche. (Y puede decirse al revés: puedo estar yo cerca de alguien y no escucharle). 
Lo mínimo es, eso sí, que te oiga. Pero, ¡ay!, esas dos cosas —oír y escuchar— son tan diferentes. Oír es algo meramente físico: que te llegue el sonido. Escuchar es prestar atención. 
Además, podemos añadir el componente subjetivo del diálogo. Y en ese momento deberíamos sumar un definitivo y sumamente personal "saberse escuchado", que es algo más que solo "ser escuchado". 

Hay, como se ve, tres pasos. Ser oído, ser escuchado y saberse escuchado. 

¡Qué dolor cuando alguien está cerca pero no te escucha, sino que solo te oye!
Y qué dolor también cuando, aunque sea un paso intermedio,  alguien parece no escucharte, por mucho que sí lo haga. 
La cercanía, en definitiva, no es algo meramente físico: se trata de algo metafísico, propio de la atención voluntaria. Escucha activa, la llaman: te escucho con mis ojos, con todo mi yo. 
En el otro extremo, lo que dice Shakespeare en Coriolano, poniéndolo en boca de un ciudadano anónimo, que no está dispuesto más que a oír las palabras de otro: 
"Bueno, la oiré (vuestra opinión), pues, señor; pero no debéis esperar que un cuento acalle nuestras exigencias. Si eso puede complaceros, contad en buena hora."
"Que no voy a escucharos", parece querer concluir la frase. 

Vamos a acabar con dos bofetones: un hecho que ocurrió realmente y me contó una persona a la mucho quiero, y unas recomendaciones de uno que puede darlas.

El hecho. En una estación de tres ciudad mediterránea, vio esta persona a otra en postura sospechosa —arrodillada, creo que me contó—, junto a alguien que no tenía mucha pinta de estar ahí por ser conocida. Decidió acercarse para ver qué pasaba, y el falso acompañante de la chica arrodillada, se fue, no sin antes comentar "ahora esta mujer que te hará caso". Y, por suerte, sí lo hizo. En resumen: la chiquilla estaba por suicidarse, por tirarse a la vía del tren. La mujer, a base de hablar con ella y escucharla, la sacó de allí, se la llevó a merendar y le preguntó su historia, escuchándola con los ojos y con todo su ser. "Tú eres importante para mí, ¿sabes?", le espetó a la recién ya no suicida. Y ella, sincera a más no poder, respondió: "claro. Lo sé porque me has invitado a merendar y me has escuchado". El valor de sentirse escuchado: de saberse valioso. Lo más triste, en mi opinión, es que la chica en cuestión es hija de un psiquiatra y una médico. Mejor no juzgar más la situación, pero da que pensar: mucho trabajo fuera y pocas fuerzas o habilidad para lo de dentro de casa. 

Finalizamos esta entrada con un párrafo prestado que viene como anillo al dedo. Lo he tomado de "El poder oculto de la amabilidad", de Lawrence G. Lovasik. Es un texto claro como la luz del día:

No sabes escuchar si en cualquier conversación lo único que te importa es llevar más voz cantante y no manifiestas ningún interés por nada de lo que dicen los demás; si te sientes incómodo mientras hablan los otros y te dedicas a pensar en lo que vas a decir tú en cuanto tengas ocasión; si subestimas la verdad o el valor de lo que se dice, metiendo siempre baza con algo más importante y rematándolos lo que cuentan de un modo más convincente; si interrumpes para poder hablar y evidencias tu orgullo y tu vanidad; o si eres incapaz de guardar silencio mientras otros intentan mantener una conversación. Sabes escuchar si prestas atención a los demás con seriedad e interés porque consideras que no eres omnisciente, y que siempre tienes algo que aprender. (...) Sabes escuchar si callas tanto como hablas, porque de ese modo deseas mostrar tu comprensión y consideración hacia alguien.

Podríamos seguir adelante y explicar las bondades de ser comprendido, pero eso ya excede el post.
Acabaremos concluyendo que, bien visto, el anuncio de la Caixa no es más que un deseo: ojalá escuchemos a quien tenemos cerca siempre, y seamos cercanos y accesibles. Otro gallo nos cantaría.


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