"Die with a smile": aprender a morir, habiendo aprendido a vivir
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"Die with a smile": morir con una sonrisa. Así les gustaría morir a los creadores de esa gran canción: Bruno Mars y Lady Gaga.
La conocí en agosto, cuando salió. Bastante de casualidad. Cada cierto tiempo, hago un experimento y escucho las canciones virales en las listas de 50 éxitos globales de Spotify. Die with a smile estaba en primera posición. De las sólo tres que soporte escuchar enteras, sin pasarlas, fue la que más me gustó. A día de hoy, tiene cerca de 800 millones de escuchas.
He buscado datos, porque me ha parecido mucho en poco. Otras canciones, que al final han llegado más lejos en número de escuchas, no llegaron a esa cantidad hasta los 6 meses, o incluso el primer año.
Esta lo ha logrado en unos 3 meses. Algo tiene, ya se ve. Cantan de fábula los dos y es un melocotonazo, como diría mi amigo Subra, de cabo a rabo, con una batería (que seguramente toca o al menos diseñó el propio Mars) impresionante.
Pero esto no va de canciones, sino de la muerte... y de la vida.
Los católicos, que procuran tener la muerte en la memoria, dedican a los difuntos todo un mes. O deberían hacerlo. Es algo más que notable, en un mundo que, con bastante razón, huye de la muerte.
Esta canción no me recordó a la muerte de buenas a primeras, sino a todo lo contrario: a la vida y al amor. Y eso, a pesar de la letra, que une ambas cosas: ante un sueño —pesadilla— en que uno de los cantantes debe separarse de la otra, se cae en la cuenta de lo que se pierde al perder al otro, y se promete una y mil veces (es el estribillo) que solo quiero estar contigo y morir con una sonrisa. De ahí el título.
Acabamos de decirlo: parece muy razonable huir de la muerte. Es natural: ¿cómo no hacerlo? Pero luego llega, inexorable. Ineluctable. Recuerdo cuándo aprendí la sustantivación de ese adjetivo: ineluctabilidad. Fue en 8º de EGB —actual 2º ESO, diría—, al estudiar las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Me traía a la memoria el sonido que hace uno al exagerar el tragar para señalar que uno se da cuenta de una metedura de pata. Tonterías.
La muerte es inevitable. Pero todos querríamos evitarla, hasta cierto punto. La Odisea, que estoy releyendo, muestra en el Canto X al héroe Odiseo, lleno de vida y rico en ardides tantas veces, con un estado de ánimo totalmente depresivo,
"al que han abandonado las ganas de vivir y de volver a ver la luz del sol".
¿Por qué? Porque iban a peder la vida y, por tanto, a sus amores.
Dostoievsky lo explica magistralmente en Crimen y castigo con una imagen tremendamente plástica:
"En algún sitio he leído —pensó Raskólnikov siguiendo su camino—, en algún sitio he leído que, una hora antes de su ejecución, un condenado a muerte decía o pensaba que si hubiera tenido que vivir en lo alto de un risco, en un espacio tan reducido que sólo le permitiera permanecer de pie, rodeado de precipicios, de tormentas, de un océano, de la eterna oscuridad, y de la soledad eterna, y quedarse así, de pie sobre un palmo de roca, toda la vida, mil años, una eternidad, habría preferido vivir así que morir en aquel momento. ¡Cualquier cosa con tal de vivir, de vivir, de vivir! ¡Vivir como sea, pero vivir!...¡Qué verdad tan grande! ¡Dios mío, qué verdad! ¡El hombre es ruin!"
Pero luego... ¡luego están algunos hombres que mueren de otro modo! Añado cuatro ideas.
Yo he conocido y admirado mucho a Joaquín Romero, de quien añado aquí una preciosa biografía y entrevista sobre él. Gracias a Dios, los que le cuidaban (siempre estaba con gente), nos pidieron ir a acompañarle algunas tardes, y así legué a saber de él. Recuerdo que iba con gente adolescente, que salía cambiada. Como yo. Y un día murió, muy seguro de adónde iba y de Quién le esperaba ahí.
Pero no todo son rositas. Un día fui solo (quien iba conmigo no podía venir). Llegué y su madre, que aprovechaba para retirarse cuando aparecíamos, estaba muy nerviosa. Ese día "casualmente" estuvo a punto de morir. Lo pasó mal, obviamente, porque su enfermedad —ELA—, no le dejaba respirar (y eso es un resumen suavísimo): y se estaba ahogando. Aquella tarde se recuperó y "duró" un tiempo más. Le vimos empeorar... y mejorar. Su parte corporal se iba aniquilando, pero algo en él crecía: todo él. Se notaban sus esfuerzos por sonreír... por sonreír hasta la muerte. Pero solo algunos los notaban, porque cuando estaba con gente joven no se le veía del todo enfermo. Solo pensaba en los demás, y en Dios primero. Él mismo escribió un libro donde se cuenta su vida y su modo de afrontar con Dios la enfermedad, El invitado imprevisto, que así se tituló su obra.
Otro, al que no he tenido el gusto de conocer en persona, es Franz Jaeggerstätter: ese mártir que ya es beato; es decir, que está en el paso previo a que se le considere santo: feliz junto a Dios por haber sido feliz aquí junto a los hombres, ayudándoles en lo posible. Murió decapitado por el poder nazi. Ayudando a subir el ánimo a los demás presos. Perfectamente se ve en la película que le ha dedicado Terrence Malick, "Vida oculta", basándose en las cartas que se escribían desde la cárcel, que se han publicado. Fue un hombre enamorado de su mujer y sus hijas. Pegado a la tierra en que vivía, y pendiente de quienes le rodeaban hasta el momento mismo de la muerte, el momento más importante de la vida de un hombre: el encuentro definitivo con su Creador, como dice el cristianismo. Su mujer, tan enamorada de él, era una ferviente creyente. Sabía lo que en sus oraciones grita a Dios:
"Tú le quieres más que yo".
Es un acto de entrega muy notable y, a pesar de todo, muy realista y lógico, desde el punto de vista de la fe. "Es tu hijo antes que mi marido. Ya me lo devolverás", parecía decir su fortísima mujer, apoyo segundo de su marido.
Los parientes sufren también y muy principalmente la muerte de los seres queridos. Quisiera hacer una mención especial a un documental que se ha estrenado recientemente: "Una estrella fugaz". En Filmaffinity se hace un buen resumen del contenido:
Pep murió a los cuatro meses de vida, incapaz de remontar la última y definitiva intervención en su corazón. Durante todo este tiempo en la UCI, Ignasi vio como Ágata era siempre capaz de mantenerse fuerte y esperanzada mientras estaba al lado de su hijo. Ignasi tenía muy presente a su madre, que años atrás había sufrido la muerte de un hijo. Pero a diferencia de Ágata, quedó profundamente afectada y había sido incapaz de superarlo del todo. Han pasado siete años e Ignasi ha decidido finalmente solicitar al hospital el historial clínico de Pep. Quiere entender exactamente qué pasaba a su alrededor mientras Ágata y él lo cuidaban en la UCI. Así, inicia un viaje emocional en el que visita a médicos, enfermeros y a los padres y madres de algunos niños con los que coincidieron en la UCI.
Más claro todavía lo dice aquí el padre y director del documental, Ignasi Guerrero.
Y añadiremos más, ya para acabar. Aquí se puede comprar este buen libro o escuchar los audios (yo me he decantado por esto último) de "Totalmente. Historias recientes de juventud, alegría y santidad", en que se narran de modo fluido, humano y emocionante muchas veces 18 historias de jóvenes que han fallecido recientemente (todos del s.XXI) y de las más variopintas procedencias y modos de practicar el catolicismo. Rasgo en común: la juventud de su vida de servicio a los demás... y de su muerte. Rasgo en común: la manera sorprendentemente feliz de morir, imposible de entender por quienes no se abren a entender que sus motivos tenían: los expuestos aquí arriba. Es decir: que estaban esperando abrazar a su Dios y Amigo, visto que Él ya no les quería usar más aquí y les esperaba allí.
Bruno Mars y Lady Gaga les cantan a todos ellos la canción de su vida y de su muerte: Die with a smile.
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