Los cuentos clásicos acababan todos igual: mal para los malos y bien para los buenos. Y, para concluir la narración, se usaba una frase mítica. Alguien ha pintado una versión más ajustada a la realidad en la cochambrosa puerta de la foto (foto que, por cierto, me envió alguien que cumple años hoy):
No comimos perdices, pero vivimos felices.
Me parece brillante: esconde una gran verdad y ¡de qué modo: te hace hasta sonreír!
Todavía hay quien no pone su felicidad en la ingesta de perdices... o, generalizando, en algo material buscado como fin último. Pero también es verdad que, cada vez más, tendemos a darnos cuenta antes de que no estamos hechos solamente para las cosas materiales. Podemos comer bien, pero no se trata solamente de eso: mejor comer con alguien... y con alguien bueno, y no solo que esté bueno. No son cosas contradictorias, en principio. En este torpe ejemplo, se ven ya algunos aspectos claros, que ya Platón conocía, y su propio maestro, Sócrates.
Todavía hay quien no pone su felicidad en la ingesta de perdices... o, generalizando, en algo material buscado como fin último. Pero también es verdad que, cada vez más, tendemos a darnos cuenta antes de que no estamos hechos solamente para las cosas materiales. Podemos comer bien, pero no se trata solamente de eso: mejor comer con alguien... y con alguien bueno, y no solo que esté bueno. No son cosas contradictorias, en principio. En este torpe ejemplo, se ven ya algunos aspectos claros, que ya Platón conocía, y su propio maestro, Sócrates.
Platón se aseguró de recoger sus palabras en el juicio en que le condenaron. Con la clarividencia del sabio que está viendo cómo se acaba aquí su vida, expone verdades como puños. En concreto, queríamos resaltar la petición que hace a sus jueces, cargada de profundidad, a pesar de la ironía:
Sólo una gracia tengo que pedirles. Cuando mis hijos sean mayores, os suplico que los hostiguéis, los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren las riquezas a la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado con vosotros. Si me concedéis esta gracia, lo mismo yo que mis hijos no podremos menos de alabar vuestra justicia. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios.Dos cosas podemos comentar.
La primera, la más evidente: que no es más preferible la riqueza a la virtud. Y, por eso mismo, no debe buscarse con más fuerza o constancia. Que es preferible no tomar perdices y ser virtuosos, que lo contrario: porque la virtud da la felicidad, y la perdiz, por sí sola, no. Habría mucho que hablar —un día nos animaremos— sobre la relación entre tener perdices y ser virtuoso (ergo feliz).
La segunda. He dejado, a propósito, las dos últimas frases, que no tienen que ver (aparentemente, al menos) con el asunto que nos ocupa aquí: la felicidad. Muy al contrario: tienen todo que ver. Ahora añado las palabras que Sócrates pronunció justo antes de las que acabamos de comentar:
que no hay ningún mal para el hombre de bien, ni durante su vida, ni después de su muerte; y que los dioses tienen siempre cuidado de cuanto tiene relación con él; porque lo que en este momento me sucede a mí no es obra del azar, y estoy convencido de que el mejor partido para mí es morir desde luego y libertarme así de todos los disgustos de esta vida. He aquí por qué la voz divina nada me ha dicho este día.
Podríamos abandonar aquí este escrito. Pero vamos a darle una salida más feliz todavía.
Si acabáramos con Sócrates casi moribundo dando lecciones de cómo vivir, sería difícil la tarea. Estamos vivos y con expectativas de durar. Queremos ser felices aquí y ahora. Todos. Mala comprensión del cristianismo han tenido muchos mucho tiempo. Marx y Nietzsche alimentaron su saña de esa insana compresión: "estos cristianos abandonan esta vida en pro de la otra, que ni existe".
Matizable: con matiz que cambia del todo la realidad.
Así lo dice Josemaría Escrivá, en Forja:
Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra.
Y, en otro libro —en el punto 57 del la 'Carta nº 29'— da más pistas todavía, con un realismo que nos viene de fábula a la mayoría:
El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano: en encontrar la alegría escondida, que hay en la llegada al hogar; en la educación de los hijos; en el trabajo, en el que colabora toda la familia; en el aprovechamiento también de todos los adelantos que nos proporciona la civilización, para hacer el hogar agradable –nunca nada que huela a convento, que sería anormal–, la formación más eficaz, la vida más sencilla.
Felicidad en lo cotidiano: sin buscar necesariamente felicidades extraordinarias en sucesos extraordinarios. Si luego ocurren, adelante: si luego caen esas perdices, bien que las comeremos.
Claro que sí.
PS. Ya había cerrado. Y me ha venido a la cabeza el espectacular poema de Miguel D'Ors, "Contraste". Nos va como anillo al dedo para resumir.
Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.
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