Lamine Yamal, los dos otros, y ¿la marca personal? Andreu Buenafuente (y los de siempre) al rescate


"Al final, yo trabajo para el Barça, juego para el Barça. Y cuando estoy fuera de la Ciudad Esportiva, disfruto de mi vida y ya está"
Pues parece que no está, no. 
A Lamine —lo siento— le pasa lo mismo que a cualquier padre o educador (profesor de lo que sea, entrenador, director de coro o de teatro y un largo etcétera ... por mediocre que sea). Tiene a gente, a muchísima, mirando y, por eso mismo, hablan de él: es famoso. 
De nada sirve que sea joven. Veamos ahora otro caso sonadísimo y de actualidad, con una simple foto:
 
No sé quiénes son, exactamente. Pero sí, que se han hecho famosos: fueron a un concierto de Coldplay y la cámara que suele proyectar imágenes tiernas del público les pilló así de abrazadetes. 
Resulta que están casados, pero con otras personas. Y les dio vergüenza verse así. Y se escondieron lo más rápido que pudieron. Pero no fue suficiente. Es más: la prisa por ocultarse les traicionó, porque evidenció que ahí pasaba algo. 
Vamos a obviar el comentario facilón y cínico de quien echa la culpa al matrimonio: "no tendrían que esconderse si no estuvieran casados". Mentira grosera por decir solo una parte de la verdad: no tendrían que esconderse si no fueran conscientes (porque lo eran, evidentemente) de que algo no va bien: si no estuvieran ocultando algo entre tantísima gente. (Añado un apunte breve: Todo tendrá arreglo, me parece, si actuó tan rápido la vergüenza: un ser humano puede usarla para salir de los peores lugares, aunque sea de modo imperfecto. Dicho de otro modo, es peor hacer el mal sin ninguna vergüenza). 

Repito, no es cuestión de edad: a (casi) toda edad se puede hacer algo bien o mal. 
Tampoco es la fama. Pero abundemos en ella.
 
La fama. Esa palabra procece de "femí", decir: lo que se dice de uno. Carácter es lo que eres. Fama, lo que de ti dicen. Reputación, lo que se piensa. Podríamos precisar mucho más y relacionar estas palabras, porque salta a la vista que van unidas en el mundo real. Pero falta la mejor: marca personal. Mucho hay escrito al respecto. En wikipedia se dice, en buen resumen, que se trata de la huella que dejas en los demás. Y que conviene gestionar. ¿Es la influencia? ¿Somos todos influencers en algún sentido? Me vienen demasiadas cosas a la cabeza. 

Una. El primer punto de Camino, que, en su primera frase, ya deja claro que la obligación de dejar poso o marca no es una cuestión de fama o no fama, sino cosa de todos y cada uno: 
Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil, deja poso. 
Otra. La frase final de George Eliot, en la impresionante película Vida oculta, en cartel negro ya. La frase se refiere al protagonista de la película, un completo desconocido —Franz Jäeggerstätter, ese "campesino austríaco" que se negó a jurar pro Hitler— hasta el momento, cuya influencia ha sido al final inmensa y, sobre todo, desconocida para él:
“El progreso del Mundo depende en parte de actos ahistóricos. Que las cosas no estén tan mal para todos como podrían haber estado, se debe en parte gracias a aquellos que vivieron conscientemente una vida oculta y que descansan en tumbas que nadie visita”.
¿A qué viene entonces este escrito? 
A que suena a reduccionista llamar "problema de marca personal", como han hecho muchos, a todo esto que ha ocurrido con estas tres personas. (Aun así, también es un problema de marca personal, qué duda cabe).

El problema con Lamine no es que sea joven, con lo que eso ha significado casi siempre... quizás hasta ahora.  Los problemas pueden ser tres. 

Primero, el problema puede ser más bien social, exterior a él. Es la estatua de oro con pedestal de mármol en que tenemos hoy día a la juventud, que sigue siendo juventud a pesar de tener dinero y fama. Es decir, que sigue estando necesitada de buenos ejemplos: que no sabe vivir. ¿Quién en la sociedad ha decidido que un tipo que apenas ha cumplido 18 años tenga ya más dinero que muchos hombres hechos y derechos? Nos guste o no, ese modelo de sociedad existe y vivimos en ella: se ha sacralizado la juventud. La moda está hecha para los jóvenes: el mercado en muchos de sus campos. 
No quiero decir con esto, ni de lejos, que el joven no tenga un papel en la sociedad. Quiero decir que no es el único ser humano que lo tiene. Y que no los tiene todos. Por su propio bien y el de los demás. 

Segundo, el problema puede ser de roles; problema exterior a él pero que tiene que ver con él de lleno. Puede ser problemático que un chico de 18 haya sido declarado modelo de los jóvenes únicamente porque es famoso, cosa que es únicamente porque juega bien a fútbol, y por su apariencia y desparpajo (que serían ridículos y hasta signo de mala educación a otra edad). Puede que el mundo que hemos creado —lo que decíamos en el primer problema— sea un mundo en que ser modelo no es modélico. Es decir, que no es fácil llegar a ser famoso y ser buen modelo: que no queremos que nos dé ese mensaje a los jóvenes, pero el que queremos que dé le cae muy lejos al pobre Lamine
Queremos que sea humilde, pero eso no es fácil si ganas tantísimo dinero solo porque juegas bien a futbol. 
Queremos que sea un tipo trabajador, pero no es fácil si tienes tanto dinero que no necesitas trabajar: quizás podría jubilarse ya. 
Queremos que no se emborrache... o que no lo haga con tanta claridad... o no sé bien qué queremos. Pero queremos, en definitiva, que sea modelo de algo que ni sabemos claramente —la perfección, ni más ni menos—, ni puede cargar en su jóvenes espaldas. ¿Quién le va a ayudar a ser su mejor versión? En breve lo citaremos en su contexto, pero baste ahora transcribir los cinco versos de Hesíodo que usa Aristóteles  para mostrar qué debe hacer un hombre:
«Lo primero es poderse dirigir a sí mismo,
sabiendo lo que se hace en vista del fin.
también es bueno seguir el sabio consejo de otro;
Pero no poder pensar y no escuchar a nadie
Es una acción propia de un tonto de todos abandonado.»


Y, tercero, es un problema personal, moral, interior. Porque puede ser pero que muy problemático vivir ese tipo de vida —inasequible, por suerte, para la mayoría de gente— tan joven. Puede que le vaya muy mal, aunque no lo sepa él todavía y siga en la fase del "disfrute fácil sin importar lo que venga, que soy joven, caray". Puede que estén aprovechándose de él.... aunque a él —y a mucho joven y no tan joven con poca cabeza— le apetezca el producto que le ofrecen. Puede que la vida que está viviendo no sea la más apropiada para un ser humano. "Es joven, tiene tiempo". No es cuestión de tiempo, como bien sabemos. Alguien deberá enseñarle —hay muchos y muy variados ejemplos de lo mal que puede acabar uno así— cómo ser todavía mejor tipo, y no solo buen jugador. No se trata —eso sería asquerosamente cínico— de conseguir un mejor Lamine-futbolista-producto-de-marketing-que-me-da-dinero muchos años; sino de que sea buena persona. Quizás él no sea muy consciente tampoco.  
Quizás no está de más decir que, de grandes males, grandes remedios. Que siempre hay segundas oportunidades. Que siempre se puede y debe rectificar. Que nadie es perfecto. Ni se le espera. Salvo Dios. 

Para acabar, no se me ocurre nada mejor que dejar hablar a Andreu Buenafuente, ese humorista. 
En su monólogo más reciente, se muestra preocupado y, entre bromas y veras, como todo artista debería hacer, le suelta en pleno rostro una gran verdad... con una parcial confusión: 
"Lamine si me estás viendo, o alguien de tu entorno... se trataría de que los jóvenes hicierais un mundo mejor, no quedarte con lo peor del actual. Si puede ser".
Y digo "parcial confusión" porque el mundo mejor lo hemos de hacer entre todos, y no solo los jóvenes. Los adultos deben dar esperanzas y poner a los jóvenes en el buen camino, que recorrerán como les dé la gana. Y eso hace —de ahí el "parcial"— tan adecuadamente Buenafuente, con ese bofetoncillo de palabras. 
Ojalá le llegue. 



Como regalo y colofón elevador, añado aquí unos frescos textos de Aristóteles y santo Tomás de Aquino. Tratan sobre el fin de la vida humana: lo que nos mueve. ¿Puede ser la riqueza y los honores y fama? Tiene su gracia que ambos fueran famosos en vida... aunque a otro nivel, mayor.
Sin querer imitar a los hermanos Marx, citaremos a santo Tomás y su Suma Teológica: tiene tres partes. Pues bien, en la primera parte —porque hay dos— de la segunda parte de la Suma teológica, el de Aquino se dedica a pensar esta cuestión: ¿En qué consiste la bienaventuranza o felicidad del hombre?

Lo hace a través de las siguientes preguntas, de las que voy a citar una frase notable:
1. ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en las riquezas?
2. ¿La bienaventuranza del hombre consiste en los honores?
3. ¿La bienaventuranza del hombre consiste en la fama o gloria?
4. ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en el poder?
5. ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en algún bien del cuerpo?
6. ¿La bienaventuranza del hombre consiste en el placer?
7. ¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún bien del alma?
8. ¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún bien creado?


1. ¿Consiste la bienaventuranza o felicidad en las riquezas?
Es imposible que la bienaventuranza del hombre consista en las riquezas. Hay dos clases de riquezas, (...), las naturales y las artificiales. Las riquezas naturales sirven para subsanar las debilidades de la naturaleza; así el alimento, la bebida, el vestido, los vehículos, el alojamiento, etc. Por su parte, las riquezas artificiales, como el dinero, por sí mismas, no satisfacen a la naturaleza, sino que las inventó el hombre para facilitar el intercambio, para que sean de algún modo la medida de las cosas vendibles.
Es claro que la bienaventuranza del hombre no puede estar en las riquezas naturales, pues se las busca en orden a otra cosa; para sustentar la naturaleza del hombre y, por eso, no pueden ser el fin último del hombre, sino que se ordenan a él como a su fin. Por eso, en el orden de la naturaleza, todas las cosas están subordinadas al hombre y han sido hechas para el hombre, como dice el Salmo 8,8: Todo lo sometiste bajo sus pies.
Las riquezas artificiales, a su vez, sólo se buscan en función de las naturales. No se apetecerían si con ellas no se compraran cosas necesarias para disfrutar de la vida. Por eso tienen mucha menos razón de último fin. 
Es imposible, por tanto, que la bienaventuranza, que es el fin último del hombre esté en las riquezas.
2. ¿En los honores?
Es imposible que la bienaventuranza consista en el honor, pues se le tributa a alguien por motivo de la excelencia que éste posee, y así el honor es como signo o testimonio de la excelencia que hay en el honrado. Pero la excelencia del hombre se aprecia sobre todo en la bienaventuranza, que es el bien perfecto del hombre, y en sus partes, es decir, en aquellos bienes por los que se participa de la bienaventuranza. Por tanto, el honor puede acompañar a la bienaventuranza, pero ésta no puede consistir propiamente en el honor.
3. ¿En la fama o gloria?
El reconocimiento multitudinario de la bondad de un hombre ilustre, si es verdadero, debe derivar de la bondad existente en ese hombre y, entonces, presupone su bienaventuranza, perfecta o sólo iniciada. Pero si este reconocimiento es falso, no concuerda con la realidad y, por tanto, la bondad no se encuentra en quien la fama ha hecho célebre. En consecuencia, queda claro que la fama nunca puede hacer a un hombre bienaventurado.
La fama no tiene estabilidad, es más, la destruye fácilmente un rumor falso. Si alguna vez permanece estable es por accidente. Pero la bienaventuranza tiene estabilidad por sí misma y siempre.
4. ¿En el poder?
Del mismo modo que lo mejor es que alguien desempeñe bien el poder en el gobierno de muchos, lo peor es que lo desempeñe mal. Es que el poder vale lo mismo para el bien que para el mal.
5. ¿En algún bien del cuerpo?
Los bienes exteriores tienen como fin al cuerpo, lo mismo que el cuerpo al alma. Y, por eso, igual que el bien del alma es preferible a los del cuerpo, el bien del cuerpo es preferible, con toda razón, a los bienes exteriores, que son los señalados con la palabra tesoro
6. ¿En el placer?
Todos desean la delectación del mismo modo que desean el bien; sin embargo, desean la delectación en razón del bien, y no al contrario, como se acaba de decir (ad 1). Por tanto, no se sigue que la delectación sea el bien máximo y esencial, sino que acompaña al bien, y una delectación determinada, al bien que es el máximo y esencial.
7. ¿En algún bien del alma?
 la cosa misma que se desea como fin es aquello en lo que consiste la bienaventuranza y lo que hace al hombre bienaventurado. Pero se llama bienaventuranza a la consecución de esta cosa. Luego hay que decir que la bienaventuranza es algo del alma; pero aquello en lo que consiste la bienaventuranza es algo exterior al alma.
8. ¿En algún bien creado?
Es imposible que la bienaventuranza del hombre esté en algún bien creado. Porque la bienaventuranza es el bien perfecto que calma totalmente el apetito, de lo contrario no sería fin último si aún quedara algo apetecible. Pero el objeto de la voluntad, que es el apetito humano, es el bien universal. Por eso está claro que sólo el bien universal puede calmar la voluntad del hombre. Ahora bien, esto no se encuentra en algo creado, sino sólo en Dios, porque toda criatura tiene una bondad participada. Por tanto, sólo Dios puede llenar la voluntad del hombre, como se dice en Sal 102,5: El que colma de bienes tu deseo. Luego la bienaventuranza del hombre consiste en Dios solo.


En cuanto a Aristóteles, basta con empezar su Ética a Nicómaco para leer lo que piensa sobre la riqueza (y los honores, etc) y quienes la buscan como fin último de su vida. Dice en el capítulo II del primer libro: 
Pero en lo que se dividen las opiniones es sobre la naturaleza y la esencia de la felicidad, y en este punto el vulgo está muy lejos de estar de acuerdo con los sabios. Unos la colocan en las cosas visibles y que resaltan a los ojos, como el placer, la riqueza, los honores; mientras que otros la colocan en otra parte. Añadid a esto, que la opinión de un mismo individuo varia muchas veces sobre este punto; enfermo, cree que la felicidad es la salud; pobre, que es la riqueza; o bien cuando uno tiene conciencia de su ignorancia, se limita a admirar a los que hablan de la felicidad en términos pomposos, y trazan de ella una imagen superior a la que aquel se había formado. A veces se ha creído, que por encima de todos estos bienes particulares existe otro bien en sí, que es la causa única de que todas estas cosas secundarias sean igualmente bienes
(...)
Pero cuando uno no está en posición de conocer, ni el hecho, ni la causa, debe aplicarse esta máxima de Hesiodo:
«Lo primero es poderse dirigir a sí mismo,
Sabiendo lo que se hace en vista del fin.
también es bueno seguir el sabio consejo de otro;
Pero no poder pensar y no escuchar a nadie
Es una acción propia de un tonto de todos abandonado.»
(...)
No es, en nuestra opinión, un error completo formarse una idea del bien y de la felicidad en vista de lo que pasa a cada uno en su vida propia. Y así las naturalezas vulgares y groseras creen que la felicidad es el placer, y he aquí por qué sólo aman la vida de los goces materiales. Efectivamente no hay más que tres géneros de vida que se puedan particularmente distinguir: la vida de que acabamos de hablar; después la vida política o pública; y por último, la vida contemplativa e intelectual. La mayor parte de los hombres, si hemos de juzgarlos tales como se muestran, son verdaderos esclavos, que escogen por gusto una vida propia de brutos, y lo que les da alguna razón y parece justificarles es, que los más de los que están en el poder sólo se aprovechan de este para entregarse a excesos dignos de un Sardanápalo
Por lo contrario, los espíritus distinguidos y verdaderamente activos ponen la felicidad en la gloria, porque es el fin más habitual de la vida política. Pero la felicidad comprendida de esta manera es una cosa más superficial y menos sólida que la que pretendemos buscar aquí. La gloria y los honores pertenecen más bien a los que los dispensan que al que os recibe, mientras que el bien, tal como nosotros le proclamamos, es una cosa por completo personal, y que muy difícilmente se puede arrancar al hombre que le posee. Y además, muchas veces no busca uno la gloria sino para confirmarse en la idea que tiene de su propia virtud; y procura granjearse la estimación de los sabios y del mundo, de que es uno conocido, porque se considera a aquella como un justo homenaje al mérito que se atribuye. 
De aquí concluyo que la virtud, a los ojos mismos de los que se guían por estos motivos, tiene la preeminencia sobre la gloria que ellos buscan. Fácilmente podría por tanto creerse, como consecuencia de lo que va dicho, que la virtud es el verdadero fin del hombre más bien que la vida política. Pero la virtud misma es evidentemente incompleta cuando es sola, porque no sería imposible que la vida de un hombre, lleno de virtudes, fuese un largo sueño y una perpetua inacción. Hasta podría suceder que un hombre semejante sintiese los más vivos dolores y los mayores infortunios, y a no ser en interés de una opinión personal nadie puede sostener, que el hombre entregado a tales infortunios sea feliz.
Pero basta de esta materia, de que hemos hablado ya ampliamente en nuestras obras Encíclicas.
El tercer género de vida, después de los dos de que acabamos de hablar, es la vida contemplativa e intelectual, que estudiaremos luego. En cuanto a la vida que sólo tiene por fin el enriquecerse, es una especie de violencia y de lucha continuas; pero evidentemente no es la riqueza el bien que nosotros buscamos; la riqueza no es más que una cosa útil a que aspiramos con la mira de otras cosas que no son ella. Y así los diversos géneros de vida, de que anteriormente hemos hablado, deberían considerarse con más razón que la riqueza como los verdaderos fines de la vida humana, porque sólo se les quiere por sí mismos absolutamente; y, sin embargo, estos fines no son los verdaderos, a pesar de todas las discusiones a que han dado lugar. Pero dejemos todo esto a un lado.


Faltaría, en justicia, decir qué hace falta para ser feliz. También a eso se meten los buenos de Aristóteles y santo Tomás. El que quiera, que lo vea. Spoiler: unos buenos amigos, también... al menos para la felicidad de aquí. 

Si hablamos de la felicidad de la vida presente, como dice el Filósofo en IX Ethic., el hombre feliz necesita amigos; no, ciertamente, por utilidad, pues se basta a sí mismo; ni por delectación, pues tiene en sí mismo la delectación perfecta en la operación de la virtud; sino para obrar bien, es decir, para hacerles bien, y para que, al verlos, le agrade hacer el bien, y también para que le ayuden a hacerlo. Porque el hombre necesita del auxilio de los amigos para obrar bien, tanto en las obras de la vida activa como en las de la vida contemplativa.

Pero si hablamos de la bienaventuranza perfecta que habrá en la patria, no se requiere necesariamente la compañía de amigos para la bienaventuranza, porque el hombre tiene toda la plenitud de su perfección en Dios. Pero la compañía de amigos contribuye al bien ser de la bienaventuranza. Por eso dice Agustín en VIII Super Gen. ad litt.: Para ser bienaventurada, la criatura espiritual sólo es ayudada intrínsecamente por la eternidad, la verdad y la caridad del Creador. Pero extrínsecamente, si podemos hablar de ayudar, quizá únicamente ayude el que se ven mutuamente y se alegran de su compañía en Dios.

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