Releyendo La Odisea en 2025: Canto XVI ( Los hombres tienen que llorar... y dormir. Penélope, mujer leal y fuerte)

 

El Canto XVI se puede resumir con brevedad y acierto así: Telémaco reconoce a su padre. El hijo de Ulises vuelve por fin a la cabaña de Eumeo, el fiel porquero, y allí está, disfrazado de mendigo. Eumeo los presenta, y ellos hablan entre sí, sin reconocerse aún. Cuando Eumeo se va a avisar a Penélope, Atenea  entra en acción y le dice a Ulises que ha llegado el momento de dejar de esconderse y empezar a pensar en cómo hacer justicia en su propia casa. Para todo eso, le toca con su vara y le devuelve su aspecto real: más alto, fuerte y joven. Telémaco, sorprendido y emocionado, primero cree, con bastante sentido, que es un dios, pero Ulises le revela su verdadera identidad.

Ya hemos visto más de una vez lágrimas femeninas a lo largo de las heroicos versos de La Odisea. Y masculinas. Volvamos a la carga con los lloros como primero de los tres asuntos que merecen un breve comentario en este canto. 
Porque, en esta vida, hay, como recuerda La Biblia a su modo también, tiempo para reír y para llorar. 
Ulises ha vuelto a su apariencia normal y se muestra ante su hijo, Telémaco, que a duras penas puede reconocerle y cree ver a un dios. Ahí va su réplica:

—No soy ningún dios. ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas las violencias de los hombres. 

Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en tierra. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su padre, respondióle nuevamente con estas palabras:

Es interesante el hecho evidente de que Ulises llora, y la natural justificación que a toda cabeza alcanza: lleva 20 años sin ver a su hijo. Pero no solo eso. Hay un matiz muy significativo: son lágrimas "que hasta entonces había retenido". Ahí está el contrapunto que hace a Ulises modélico: llora cuando tiene que llorar, y no antes. Es fuerte y prudente. Me ha venido a la cabeza un breve texto de san Josemaría en su libro de homilías Amigos de Dios. Y tal cual lo copio:
Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. 
Ulises se ha bebido muchas veces muchas lágrimas, pero ahora deja que corran. Y esos momentos son purificadores de su ánimo: son lagrimones que alegran y alivia. Porque son naturales, también en el sentido más profundo de la expresión. 
Su hijo, una vez reconocido ya a su padre como tal, hace lo mismo que quien le vio nacer:
Telémaco abrazó a su buen padre, entre sollozos y lágrimas. A entrambos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamente, plañendo más que las aves —águilas o buitres de corvas uñas— cuando los rústicos les quitan los hijuelos que aún no volaban; de semejante manera, derramaron aquéllos tantas lágrimas que movían a compasión. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si Telémaco no hubiese dicho repentinamente a su padre...
...que tenían que vengarse de una vez por todas. 
Porque, y aquí vendrá el segundo comentario que pretendíamos llevar a cabo en este canto, Penélope, la fiel mujer de Ulises, demuestra una fortaleza ejemplar, pero también tiene un límite. Veamos ahora sus palabras a Antínoo, a quien recrimina que quiera matar a Telémaco:
 —¡Antínoo, poseído de insolencia, urdidor de maldades! Dicen en el pueblo de Ítaca que descuellas sobre los de tu edad en el consejo y en la elocuencia, mas no eres ciertamente cual se figuran. ¡Desatinado! ¿Por qué estás maquinando cómo dar a Telémaco la muerte y el destino y no te cuidas de los suplicantes, los cuales tienen por testigo a Zeus? No es justo que traméis males los unos contra los otros. ¿Acaso ignoras que tu padre vino acá huido, por temor al pueblo? Hallábase éste muy irritado contra él porque había ido, siguiendo a unos piratas tafios, a causar daño a los tesprotos, nuestros aliados; y querían matarlo, y arrancarle el corazón, y devorar sus muchos y agradables bienes; pero Odiseo los contuvo e impidió que lo hicieran, no obstante su deseo. Y ahora te comes ignominiosamente su casa, pretendes a su mujer, intentas matarle el hijo y me tienes grandemente contristada. Mas yo te requiero que ceses ya y mandes a los demás que hagan lo propio. 

Penélope es fiel, no vayamos a engañarnos, porque es fuerte: he aquí una unión de conceptos importante y obvia. Una lección directa.

Digamos unas breves líneas sobre el tercer tema, que no deja de aparecer en esta epopeya, con la consiguiente domesticación de los héroes que por sus versos viven. Parece que Homero era muy consciente de que, para ser humano, no es necesario vivir de heroicidades todo el tiempo. Se puede dormir. Y se debe. Veamos cómo lo expresa en esta ocasión:

Y ya satisfecha la gana de beber y de comer, pensaron en acostarse y el don del sueño recibieron.

El sueño es un don. Nunca ha dejado de sorprenderme que necesitemos estar desconectados. El misterio que eso es. Es algo parecido a lo imposible que un ser vivo, activo, esté ocho horas diarias "sin hacer nada", tumbado. Sospecho —es un recurso literario— que ese periodo de inactividad es de lo más activo, y preparados para lo activo, que tenemos en nuestros día a día. Nada descansa más que el sueño. Nada prepara más para la acción que el dormir bien. Repitámoslo sin miedo: "lo consultaré con la almohada" es un decir incrustado ya en el hablar popular: sabiduría. Algún día la ciencia descubrirá con más claridad qué narices ocurre en nuestra biología —cerebro incluido— al apagarnos y recibir el don del sueño. Por ahora, anotemos que los griegos, con Homero a la cabeza, pensaba que era un don. Y de quién, sino de Dios.  
Shakespeare, usando a Lady Macbeth, lo expresará de forma maravillosa también: 
"Te falta la sal de la vida, el sueño"
Dejo para el final la recomendación obvia: cuanta más responsabilidad o momentos de dificultad, más prudente es tener descanso: al reto difícil hay que acudir descansado, en la medida de lo posible. Puntilla: los adolescentes, a domir: el número de sus tonterías es inversamente proporcional a sus horas de sueño. Algún día saldrá un estudio que lo señale. Al tiempo.


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