Estoy... como estoy

Este adolescente —se ve que lo es en la foto— está camino de convertirse en todo un adulto. 
A pesar de que leer su sartra de mensajes puede dar a entender lo contrario, va por buen camino. Veamos si podemos explicarlo y tomar algo de ejemplo.

Va bien —aunque no se encuentre bien— porque lo nota, con mayor o menor intensidad, y sabe poner un nombre a lo que le pasa: "estoy triste".
Y porque lo reconoce: lo acepta.
Y porque lo da a conocer a otro, a quien sabe que se preocupará de él. 
Y porque quiere poner remedio, por eso le escribe. Mejor hablarlo cara a cara, como bien señala. 

Tiene, eso sí, un muy actual ataque de miedo a quedar mal, a salirse del patrón (establecido por no se sabe quién) según el cual todo el mundo tiene que estar bien —en su prime, dicen– continuamente y para siempre. Pero se corrige, y vuelve a reconocer que está mal.
Es capaz de unir "estar triste" con "estar bien", aunque no sepa explicar muy bien cómo pasa eso. Vete tú a saber si lo está descubriendo en esa ocasión. No es pequeño descubrimiento: se puede estar triste y estar bien. ¿Cómo? Si es de modo razonable: si hay un motivo proporcionado, si hay una causa que así lo explique. Si ha fallecido un ser querido, por ejemplo, lo normal es que esté triste. Y lo anormal, no estarlo.
El último "bien bien no estoy" es simpático. 
¿Cuánto tardó en escribirlos? A saber. Lo que dice la experiencia, eso sí, es que los jóvenes necesitan tiempo para reflexionar. Y los adultos también. 

Cedamos ahora la palabra a un experto, Amedeo Cencini, a quien le robaremos un esquema para educar las emociones, que, mucho más desarrollado, explica en su libro "Desde la aurora te busco". 

Divide el proceso en cinco pasos, que vamos a resumir brevísimamente, porque la gracia está en leer el libro.

1. Sé sincero y preciso: acepta lo que te pasa y aprende a poner un nombre. No es igual "celos" que "malestar".
2. Sé sincero e inteligente: aprende a descubrir la fuente de esa emoción, sea buena o mala. Estoy así por tal motivo, y no por tal otro, que me digo para ocultar el que tal vez me avergüenza o atormenta.
3. Sé lúcido y rápido: aprender a discernir —juzgar lo que hay— inmediatamente si es una emoción «buena» o «mala». Parece obvio, pero no lo es: es malo, por ejemplo, alegrarse de un bien ajeno. 
4. Sé firme y valiente: aprende a actuar de un modo coherente con lo que piensas y con la vida que llevas. Un novio no se va con otra chica, por mucho que se haya enamorado en una fiestecilla.
5. Sé vigilante y responsable: aprender a prestar atención permanente. No dejarse llevar y saber qué pie calzamos, adquirir experiencia positiva —la necesidad de atención— de los errores pasados.

Si releemos ahora los whatsapps de la foto, se puede entender bien por qué el adolescente en cuestión está en buen camino: tiene campo que recorrer, pero se puede aceptar que ha empezado ya con buen pie. 
Esperemos que esté bien.

Comentarios