Releyendo La Odisea en 2025: Canto XIX (quien no trabaja, que no coma; la venganza y la educación con los vagabundos)
En el canto XIX se presentan ya a modo de esbozo los acontecimientos finales de la epopeya. Odiseo, como se había dicho ya, conversa por fin con Penélope. Como suele hacerse, le pregunta por su nombre y origen, a lo que Odiseo no responde más que a la segunda, inventando una historia. En ella, describe a Odiseo —a sí mismo— con tal detalle que logra que Penélope llore. Su mujer le cuenta que, a pesar de haber soñado que su marido va a volver, no lo cree, y le explica su pasado plan del telar: tejía de día y deshacía de noche para retrasar la boda a los pretendientes. Complacida con la conversación con el mendigo, Penélope manda que las criadas le laven, pero él pide que lo haga una más anciana. Su nodriza Euriclea, que le descubre una cicatriz mientras le lava los pies, le reconoce. Después del baño de pies, Penélope le anuncia a Odiseo que decidirá su boda mediante la famosa prueba del arco, que compensa leer.
En este canto podemos destacar varias actitudes, si nos fijamos atentamente en las palabras que se usan. 
En primer lugar, el comentario práctico de Telémaco. Le pide a la nodriza que se lleve a las criadas a la estancia superior, mientras él cuida de las armas de Odiseo y las coloca en otro lugar, lejos del fuego, que las malogra. La nodriza no entiende cómo va a ver las armas sin tener a las criadas para iluminar la estancia, pero Telémaco ha pensado ya en ello. Y da una buena razón: 
—Pero ¿quién será la que vaya contigo llevándote la luz, si no dejas venir las esclavas, que te habrían alumbrado? venir las esclavas, que te habrían alumbrado?
Contestóle el prudente Telémaco:
—Ese huésped; pues no toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío, aunque haya llegado de lejas tierras.
El subrayado muestra un modo de actuar claro. Si estás bajo mi techo y protección, ayúdame en las cosas de la casa, y no permanezcas ocioso. Más tarde, lo usará también san Pablo a su manera con los cristianos de Tesalónica: 
el que no quiera trabajar, que no coma.
Todavía se oye de vez en cuando el comentario en boca de, por ejemplo, algunos conferenciantes, cuando ya llevan un tiempo hablando: "bueno, ya me he ganado los garbanzos". Esa es la idea de fondo, por supuesto: ya he trabajado, ya me he ganado mis honorarios, que usaré en parte para comer, sin duda. 
El problema aparece cuando uno limita el trabajo al único medio para su sustento. O trabajo, o no como. 
La frase de Telémaco parece estar en contra de la hospitalidad, pero podríamos decir que está por encima: la supera. Está en mi casa, como yo mismo lo estoy. Y ahora tengo que trabajar, y eso hará él también. 
Podemos comentar, en segundo lugar, la venganza de Odiseo. Aparece a menudo en la obra, pero la constancia se incrementa al llegar el final del libro. Por ejemplo, en este canto: 
el divino Odiseo se quedó en la sala, y junto con Atenea pensaba en la matanza de los pretendientes
¿Es normal que sea así? Parece ilusa la pregunta. Por más que alguna cosa arda en nuestro interior al ver la injusticia, ¿no será mejor hacer justicia, a secas, y no una matanza? Tiene una sana sensibilidad quien nota indignación ante el mal, sea cometido o sufrido. El mal hay que repararlo, decimos y sentimos. Pero no son la misma cosa la venganza y la justicia. "Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego", señalaba oportunamente alguien. Y lo estampó en una camiseta.  
Hay daños irreparables, sin duda. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Cuándo hay que cortar la escalada de violencia? Si tú me haces eso, yo lo otro. El hecho de que la justicia sea igual para todos es el mejor intento para conseguir parar los desmanes de los hombres. No puede nadie tomarse la justicia por su mano. Si el vecino lo hace contigo, será difícil, sin duda, que te pares y acudas a quien tiene el poder de aplicar la ley... que, siendo igual para todos, tu vecino se ha saltado contigo. 
Pero no acaba aquí el asunto. Lamentablemente, acogerse al amparo de la ley puede hacerte quedar como un iluso, como un idealista. "¿Quién me va a hacer justicia?", nos preguntamos cuando nos duele algo que nos han robado para siempre. De ahí, precisamente, surgen interrogantes muy profundos, y respuestas adecuadas. Hasta religiosas. Kant pensaba, por ejemplo, que Dios tenía que existir, de modo que fuera el pagador y garante de la justicia hasta su último punto: solo Dios puede saber por lo que he pasado para ser justo, en medio de injusticias manifiestas.
En el caso que nos atañe, no veo por qué Odiseo tiene que matar a todos los pretendientes. A fin de cuentas, él "estaba muerto", y tampoco es que hubieran matado a nadie. Serían maleducados y bellacos y aprovechados, pero parece poco ponderado ir y matarlos a todos. No veo el porqué de tanta ira, repito, a no ser porque su cultura —griega– era así de... realista.  Entiendo que el perdón no estuviera tan desarrollado. Y que ahora tampoco lo esté, qué duda cabe. Es uno de los puntos en que el cristianismo tiene algo que decir.
Avancemos ahora hacia el tercer punto que queríamos comentar en este canto. Se trata de la manera de tratar a los vagabundos y sintecho. Partiremos del diálogo que Melanto, criada impertinente y maleducada, tiene con Odiseo, que sigue caracterizado de vagabundo:
Y Melanto reprendió a Odiseo por segunda vez.
—¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía, andando por la casa durante la noche y espiando a las mujeres? Vete afuera, oh mísero, y conténtate con lo que comiste, o muy pronto te echarán a tizonazos.
Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odiseo:
—¡Desdichada! ¿Por qué me acometes de esta manera, con ánimo irritado? ¿Quizás porque voy sucio, cubro mi cuerpo con miserables vestiduras y pido limosna por la población? La necesidad me fuerza a ello, y así son los mendigos y los vagabundos. Pues en otra época también yo fui dichoso entre los hombres, habité una rica morada y en multitud de ocasiones di limosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallárase en la necesidad en que se hallase; entonces poseía innumerables siervos y otras muchas cosas con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Zeus Cronión me arruinó, porque así lo quiso.
Las palabras de Odiseo son muy realistas y, por eso mismo, pueden educar a nuestra generación, como lo hicieron con la suya. 
Leer la descripción que hace de sí mismo como vagabundo es más que interesante. La suciedad y miseria en la vestidura no son una cosa que se elija, porque son cosas que repugnan naturalmente: todo queremos ir limpios de cuerpo y ropa. Y espíritu, añadiría. Por eso mismo conviene ir con cuidado: nadie es su ropa, sea buena o mala; nadie es únicamente su cuerpo, sea precioso o repugnante. Ya hemos hablado en alguna ocasión de la bondad de acoger al forastero que se muestra en La Odisea casi como virtud de la cultura griega, común a todos. No sé si era así, pero nos vendría bien tenerlo en cuenta. 
Otro problema, muy unido a este, es cómo hacer que los vagabundos recuperen la dignidad y la mínima salud económica; tantas veces, en forma de hogar. No hay respuesta sencilla a ese complejo entuerto, y, sin duda, supera el espacio que le vamos a dedicar aquí.
Otro problema, muy unido a este, es cómo hacer que los vagabundos recuperen la dignidad y la mínima salud económica; tantas veces, en forma de hogar. No hay respuesta sencilla a ese complejo entuerto, y, sin duda, supera el espacio que le vamos a dedicar aquí.
Para acabar, un regalo. El texto en que Homero explica cómo la vieja nodriza de Odiseo le reconoce. Brillante, emotivo y fácil de imaginar. Ahí va, sin comentarios:
Al tocar la vieja con la palma de la mano esta cicatriz, reconocióla y soltó el pie de Odiseo; dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, inclinóse la vasija hacia atrás, y el agua se derramó por tierra. El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el corazón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz sonora se le cortó. Mas luego tomó a Odiseo de la barba y hablóle así:
—Tú eres ciertamente Odiseo, hijo querido; y yo no te conocí hasta que pude tocar todo mi señor con estas manos.
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