Releyendo La Odisea en 2025: Canto XXI (lo efímero, la alabanza de la madre, el poder del vino y el clasismo —envidioso y excusero— y la relación con el padre)
En el canto XXI, Penélope —siguiendo de nuevo el consejo de Atenea— decide que tenga por fin lugar el famoso certamen: muestra a los pretendientes el arco de Odiseo, que solo él era capaz de tensar, y les explica el reto: sólo se casará con quien, habiéndolo logrado, dispare una flecha a través de doce segures de hacha alineadas.
Uno tras otro, los pretendientes fracasan. Odiseo, disfrazado de mendigo, observa y calla. Eumeo y Filetio, fieles servidores, que ya le han reconocido en secreto, le ayudan.
Al final, Odiseo pide intentar la prueba y todos se burlan, pero Penélope insiste en darle la oportunidad. Odiseo toma el arco, lo examina con calma y, para sorpresa de todos, lo tensa como si nada. Después, dispara la flecha y la hace pasar por las anillas. Al final del canto, Odiseo hace una señal a su hijo Telémaco para que, por fin, empiece la venganza. Pero eso es ya el siguiente canto...
Uno tras otro, los pretendientes fracasan. Odiseo, disfrazado de mendigo, observa y calla. Eumeo y Filetio, fieles servidores, que ya le han reconocido en secreto, le ayudan.
Al final, Odiseo pide intentar la prueba y todos se burlan, pero Penélope insiste en darle la oportunidad. Odiseo toma el arco, lo examina con calma y, para sorpresa de todos, lo tensa como si nada. Después, dispara la flecha y la hace pasar por las anillas. Al final del canto, Odiseo hace una señal a su hijo Telémaco para que, por fin, empiece la venganza. Pero eso es ya el siguiente canto...
¡Qué maestro del suspense, Homero! Puedo imaginarme a los oyentes pidiendo el siguiente capítulo de esta inmortal historia.
Pero no avancemos más de lo que corresponde. Ya ha regresado Odiseo a su casa —aunque, por el momento, solo sea el mero edificio y no su hogar— y se acerca el momento de poner las cosas en su sitio. Ya hablamos de la venganza hace unos cantos. Así son las cosas en La Odisea. Se acerca, también, el inicio de la madurez de Telémaco, el hijo que, con algo más de 20 años, ha tenido que hacerse el amo de la casa. Ese proceso es interesante. Aquí veremos, al final de este comentario, cómo Homero lo concluye.
Para comentar las cuatro cosas que prometemos en el título, empecemos por unas palabras del pretendiente Antínoo, ajeno a su prontísima muerte. Se dirije a los sirvientes para reprocharles su cortedad de miras:
—¡Rústicos necios que no pensáis más que en lo del día!
En otras traducciones, se lee de este modo:
Campesinos zopencos, que solo pensáis en lo efímero.
El lector no sabe aún —porque ocurre en el siguiente canto, y allí lo comentaremos— que Antínoo morirá de un certero flechazo lanzado por Odiseo a su arrogante cuello. Eso le da más fuerza todavía a sus palabras. ¿Puede alguien proferir una gran verdad sin aplicársela a sí mismo? Sin duda.
¿Es algo zopenco y necio el hombre que no mira más que a lo del día? Eso parece pensar el que pronto irá a la tumba. Es propio del ser humano proyectarse hacia el futuro, apoyado firmemente al pasado. Mucho podríamos comentar de esto: sin pasado —cultural o propio—, poco se puede avanzar de modo firme. No implica esto que estemos atados a nuestro tiempo y acciones anteriores de modo siempre inevitable. Por eso, el hombre se lanza hacia el futuro que él mismo crea en gran medida. Pensar simple y únicamente en lo del día es signo de poca inteligencia. Por otra parte, para equilibrar la balanza, es prudente vivir con los pies en el día a día. La cultura popular ha inventado hace años el cuento de la lechera, que se dejó guiar demasiado por una vana esperanza que jamás vio realizarse.
La palabra "efímero" tiene una etimología muy visual, como la mayoría de conceptos abstractos: proviene de "epí-hémera", por encima del día, sobrevolando el día. Esa es la duración de lo efímero: un día. Aprendamos, por tanto, a vivir con los pies en el hoy concreto, y la mirada en el futuro que mejore el hoy: soñar es sano si uno no sustituye su vida por un sueño. Sin perder de vista —y aquí nos ilustra la sabiduría popular cristiana— que "muerte, infierno y gloria / tiene el cristiano en su memoria": que este mundo pasa, y, con Jorge Manrique, podemos olvidar "cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando". Que le pregunten a Antínoo.
Como segundo asunto, quería destacar una frase de Telémaco, porque me parece una preciosa alabanza de su madre:
Ea, pretendientes, ya que os espera este certamen por una mujer que no tiene par en el país aqueos ni en la sacra Pilos, ni en Argos, ni en Micenas, ni en la misma Ítaca, ni en el oscuro continente, como vosotros mismos lo sabéis. ¿Qué necesidad tengo yo de alabar a mi madre?
Toda, respondo audazmente pero con cariño.
A las madres —a la propia, especialmente—, hay que alabarlas. Agradecerles todo o que han hecho. Es la de madre una vocación para toda la vida. Supera la figura del rol o de profesión. Y es un segundo vestido que nunca abandona a la persona, ni a los hijos, porque con ellos empieza a vestirse. Agradecimiento, por tanto.
Avancemos al tercer y cuarto comentario, sobre el poder del vino y el clasismo y sus causas. Para ello citaremos dos textos algo más largos.
Ya sabemos que el estratagema de Odiseo —y Atenea— es de lo más hábil —él es apodado "rico en ardides" en toda La Odisea—: aparecer transformado el pobre vergonzante y anciano venido a menos en vigor ante los pretendientes, poderosos y pagados de sí mismos. Se une en la reacción de estos un desprecio notable con una también notable y constante hospitalidad, que era por lo visto algo ya común: cultural. Una cosa no quita la otra. Veamos el diálogo, justo antes de que Odiseo tense el arco con la facilidad de quien pone la cuerda a una cítara:
Todos sintieron gran indignación, temiendo que armase el pulido arco.Y Antínoo le increpó, hablándole de esta manera:—¡Oh, el más miserable de los forasteros! No hay en ti ni pizca de juicio ¿No te basta estar sentado tranquilamente en el festín con nosotros, los ilustres, sin que se te prive de ninguna de las cosas del banquete, y escuchar nuestras palabras y conversaciones que no oye forastero ni mendigo alguno? Sin duda te trastorna el dulce vino, que suele perjudicar a quien lo bebe ávida y descomedidamente. El vino dañó al ínclito centauro Euritión cuando fue al país de los lapitas y se halló en el palacio del magnánimo Pirítoo. Tan luego como tuvo la razón ofuscada por el vino, enloqueciendo, llevó al cabo perversas acciones en la morada de Pirítoo; los héroes, poseídos de dolor, arrojáronse sobre él y, arrastrándolo hacia la puerta, le cortaron con el cruel bronce orejas y narices; y así se fue, con la inteligencia trastornada y sufriendo el castigo de su falta con ánimo demente. Tal origen tuvo la contienda entre los centauros y los hombres; mas aquél fue quien primero se atrajo el infortunio por haberse llenado de vino. De semejante modo, te anuncio a ti una gran desgracia si llegares a tender el arco; pues no habrá quien te defienda en este pueblo, y pronto te enviaremos en negra nave al rey Equeto, plaga de todos los mortales, del cual no has de escapar sano y salvo. Bebe, pues, tranquilamente y no te metas a luchar con hombres que son más jóvenes.
He subrayado algunas frases para señalar el papel negativo que puede tener el vino. No quería dejar de comentarlo: se puede beber con tranquilidad, o pasándose de la raya, cosa que trae consigo un cierto enloquecimiento, que comporta perversas acciones e infortunios personales. Todo un resumen de lo malo.
En cuanto a lo segundo —los clasismos y sus ocultos y mentirosos argumentos—, sirve también este texto. ¡Qué orgullosos se muestran a plena luz del día quienes creen que son tan superiores en presencia y conversación, que compensa estar ahí y verles para ser felices, como quien contemplara a un dios! Pero es todo una patraña: en el fondo, temen que Odiseo les venza.
Añadamos ahora el fragmento siguiente, claro como la luz del día: los pretendientes están plenamente convencidos de que son mucho mejores que el aquel pobretón mendigo, pero es un convencimiento que se queda en las palabras, en la propia imaginación. El envidioso teme el bien del otro, porque teme que le ofusque en su grandeza. No quiere que el bien del otro oculte o aminore el suyo. Se vuelve antinatural la visión del bien, que debería ser aprobado y facilitado en todos. (Para quien quiera, añado que los suculentos y matizados comentarios que Santo Tomás de Aquino hace en la Suma de Teología sobre la envidia están en la cuestión 36 de la segunda sección de la segunda parte)
Respondióle Eurímaco, hijo de Pólibo:—¡Hija de Icario! ¡Discreta Penelopea! No creemos que éste se te haya de llevar, ni el pensarlo fuera razonable, pero nos dan vergüenza los dizques de los hombres y de las mujeres; no sea que exclame algún aqueo peor que nosotros: «Hombres muy inferiores pretenden la esposa de un varón intachable y no pueden armar el pulido arco; mientras que un mendigo que llegó errante, tendiólo con facilidad e hizo pasar la flecha a través del hierro». Así dirán, cubriéndonos de oprobio.Repuso entonces la discreta Penelopea:—¡Eurímaco! No es posible que en el pueblo gocen de buena fama los que injurian a un varón principal, devorando lo de su casa: ¿por qué os hacéis merecedores de estos oprobios? El huésped es alto y vigoroso, y se precia de tener por padre a un hombre de buen linaje. Ea, entregadle el pulido arco y veamos. Lo que voy a decir se llevará a cumplimiento: si tendiere el arco por concederle Apolo esta gloria, le pondré un manto y una túnica, vestidos magníficos; le regalaré un agudo dardo para que se defienda de los hombres y de los perros, y también una espada de doble filo; le daré sandalias para los pies y le enviaré adonde su corazón y su ánimo deseen.Respondióle el prudente Telémaco:—¡Madre mía! Ninguno de los aqueos tiene poder superior al mío para dar o rehusar el arco a quien me plazca, entre cuantos mandan en la áspera Ítaca o en las islas cercanas a la Elide, tierra fértil de caballos: por consiguiente, ninguno de éstos podría forzarme, oponiéndose a mi voluntad, si quisiera dar de una vez este arco al huésped, aunque fuese para que se lo llevara. Vuelve a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y del arco nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa.
Podemos señalar varias cosas.
La primera: las palabras con que Penélope recuerda a los pretendientes que, por más que sean ricos, son perversos, aprovechándose de los bienes de un hombre cuando no está y "devorando lo de su casa". Es simpático cómo Penélope, sin embargo, parece que da por hecho que, aunque gane el torneo, no se casará con él. Ese premio es solamente para los pretendientes.
La segunda: no es la primera vez que Telémaco corrige de modo tan fuerte a su madre. Ella, por otra parte, acepta lo dicho por esa figura masculina, y se va a su cuarto, donde Atenea le procura un plácido sueño de nuevo.
Vayamos al cuarto comentario para acabar. Lo prometido es deuda: hablemos ahora de Telémaco, su crecimiento personal y la relación con el propio padre. Una vez Odiseo ha ganado el concurso, habla a los allí presentes con toda fuerza de los héroes, por mucho que su apariencia de mendigo siga con él:
¡Telémaco! No te afrenta el huésped que está en tu palacio: ni erré el blanco ni me costó gran fatiga armar el arco; mis fuerzas están enteras todavía, no cual los pretendientes, menospreciándome, me lo echaban a la cara. Pero ya es hora de aprestar la cena a los aqueos, mientras hay luz, para que después se deleiten de otro modo, con el canto y la cítara, que son los ornamentos del banquete.Dijo, e hizo con las cejas una señal. Y Telémaco, el caro hijo del divino Odiseo, ciñó la aguda espada, asió su lanza y armado de reluciente bronce, se puso en pie al lado de la silla, junto a su padre.
¡Qué final de canto! ¡Qué últimas palabras, para sintetizar de modo perfecto cuándo acaba la maduración de un hijo: cuando puede volver a ponerse "junto a su padre"! Me parece que hay mucha profundidad en esas palabras. Reconozco que quizás veo más lo que quiero que lo que aparece, pero lo razonaré. Un adolescente es un hombre que está creciendo, y para hacerlo tiene que separarse de sus padres, para volver después a ellos, ya hecho un "yo mismo", que reconocerá en sí la parte correspondiente de otros yoes: sus padres, sus amigos, y, más profundamente, su Dios. Telémaco ya está preparado para hablar como un adulto. Ha sido un proceso largo y lleno de dudas y dolores y decisiones acertadas y errores. Ha valido la pena. La Odisea es la muestra, también, de ese proceso en que cada ser humano se embarca: el de ser uno mismo, a la luz de los otras personas, y de las Personas por antonomasia.
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