El crucifijo y el crucificado

El año 432 a.C. se emprendió el proceso civil por impiedad contra Anaxágoras: su doctrina no convenía a la religión politeísta oficial. Años más tarde, el 399 a.C. se ejecutó a Sócrates por el mismo hecho. Si no me equivoco, ambos vivieron en la época llamada clásica de la esplendorosa civilización griega. Y no va con rintintín. Jenófanes, teólogo griego un siglo anterior, sostenía que los dioses "a quienes han cargado todo lo que es vergonzoso entre los hombres" no son reales. A nadie, con todo, se le ocurre quitar de la educación el griego, y, de la historia del arte, sus espléndidos templos (el Partenón y compañía) y sus discóbolos, y demás. La corrupción de lo mejor tiene como resultado el peor mal. Lo que conviene es purificar el mal, no suprimir el conjunto, que es bueno. Hay quienes han levantado un crucifijo para justificar cosas malas. Lo han hecho mal, y en mayor medida en cuanto han perveritdo algo bueno: un crucifijo. Dicho con palabras de un santo de la Iglesia Católica: "No levantes jamás una cruz sólo para recordar que unos han matado a otros. Sería el estandarte del diablo". La cruz es el paso de la barbarie al perdón y al amor; al menos la cristiana. Si alguno la toma de otra manera, se confunde, o miente, que es peor.
Yo llevo una, pequeña, discreta, en el bolsillo. No me molesta. La noto y me ayuda a ser más comprensivo; a pedir perdón por mi bocaza, tantas veces; a corregirme y a corregir sin herir. Para mí, y en esto no me aparto de lo católico, no es un madero, es una persona: un crucificado, víctima inocente, incluso por los que en su nombre han cometido atrocidades.

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