Lecciones olímpicas IX: Las lágrimas de Garbajosa

"Ya tocaba ganar algo", dice el optimista.
Ayer ganamos a Rusia, con una remontada digna de ese nombre. Y, al acabar el partido, los comentaristas estaban eufóricos, emocionados. Y el que más, Jorge Garbajosa, que fue jugador de la selección unos años. Ahí estaba, llorando a moco tendido. 
No se le oía, pero otro comentarista se encargó de aclararlo: "Jorge, ¿estás llorando?". Se escuchó un suspiro y un "pues sí", susurrado. Luego pudo añadir con cierta dignidad: "Dadme un minuto". Pero no hubo minuto, porque se cortó la retransmisión. ¿Dónde está aquí la lección? En el hecho de que llorara. "Los hombres no lloran", se decía. Y es cierto, ni las mujeres ni los hombres deberían llorar a la primera. Y menos lo hombres, que en principio son más fuertes en lo físico. (Prueba de ello son las diferencias en las mismas olimpiadas). Pero los sentimientos no son malos. No es malo llorar de vez en cuando, siempre que sea algo objetivo. Si Garbajosa siguiera llorando ahora, mal iríamos. Pero no me extrañó que lo hiciera ayer, aunque fuera ante todo el público. Parece que por fin volvemos a entender que no sólo las manifestaciones de sentimientos fuertes (los gritos, los aplausos, los empujones, etc. ) son buenos, sino también los llamados tiernos.

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