Barça y verdad ("y gnoseología" queda muy empalagoso)

A esto se le puede llamar post oportunista. Pero no quiero quedarme en el oportunismo (en versión negativa, al menos. Sería, por ejemplo, vender pulseras del Bayern; o camisetas con un "En el Camp Nou les meteremos 5"), sino en la oportunidad de hablar de cosas todavía más importantes. Porque un evento de las dimensiones del fútbol no puede tomarse a la ligera. 

No se trata sólo de veintidós tipos corriendo en calzón corto tras un balón de cuero, para introducirlo etcétera, etcétera. No. Está en juego algo muy humano, que los grandes pensadores (si lo son, tienen tiempo de pensar en las cosas cotidianas, también: lo cómodo es instalarse en su torre de marfil y hablar de cosas que a nadie interesan) han tratado en sus escritos. 

¿De qué estamos hablando? De muchas parejas de conceptos, que están relacionados: el juego y la educación; el juego y la ética; la ética y la educación; la educación y la emoción; la emoción y la ética; la emoción y el juego; la emoción y verdad; la ética y la verdad; la verdad y el juego... Palabras mayores, que se esconden tras una realidad que puede parecer tonta.

Me quedo, sin embargo, con un concepto que, indiscutiblemente, está en juego en todos: la verdad.

En cada partido de alta tensión, como el de ayer, ocurre algo vital. Y es buena palabra. La vida entra en juego. Todo mi yo está ahí, adherido a la pantalla. Mis pasiones más ocultas, mis ilusiones, mi cerebro. Todo. Y la verdad: la realidad.

Eso quería yo realzar: el valor de la verdad, de la realidad. "La verdad es decir lo que es", sugería San Agustín. Y cómo nos vamos a olvidar de ella en un partido: si nos va la vida. Se cumple otra de las grandes sentencias del citado Agustín: "He encontrado a mucha gente que quiera engañar, pero a nadie que quiera ser engañado".

Si es fuera de juego, lo es. Aunque el árbitro no lo vea. De hecho, decimos "no lo ve", porque lo es, a pesar de eso. Y es buena cosa: muestra nuestros límites (tanto físicos como morales: no lo ve, o no quiere verlo).
Si es falta, lo es: hay unas reglas objetivas (aunque sean convencionales), que se deben cumplir.
Y cuesta, más que conocer las cosas, reconocerlas: re-conocerlas. Es decir, plegarse ante la realidad. "Mira, fue falta: te guste o no". Y eso, amigos míos, no es ser dogmático: es ser realista.
Y los datos, no se discuten: se mejora su conocimiento, se estudian, se odian (el resultado de ayer es un dato), se intentan conocer sus causas, etc...
Es decir, que la verdad está en todos y cada uno de los pasos que se dan. El fútbol es muestra patente de lo estúpido del relativismo total. Y si algo como el fútbol ya lo es, imagínese usted lo sólido de esa postura "intelectual".

¡Qué maravilla el deporte, que es el microlaboratorio de la vida humana!
Por eso se dice, con grandísimo acierto, que "en la mesa y en el jeugo, se descubre al caballero", porque se pone de manifiesto el señorío, el dominio... de las pasiones.

Una maravilla.

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