Lo indescriptible y lo inefable: literatura y educación


(Si has tenido un mal día, no leas esto: es una teoría)

Lo indescriptible avanza. Lo inefable nos invade.
Y no estoy escribiendo literatura. Sólo pretendo definir lo que ocurre hoy día en nuestra sociedad.
El lenguaje -el vocabulario del que cada uno dispone- es una de los más importantes ropajes espirituales con que nos vestimos los hombres. No somos simples bichejos que campean por el planeta. No nos basta con nuestra exterioridad. Tenemos interioridad, que hay que compartir, en primerísimo lugar con nosotros mismos.
Digo esto porque la procesión, como se suele decir, va muchas veces por dentro. Y conviene saber exteriorizarla, para entenderse. Y conviene también saber qué tipo de procesiones hay en otros yoes como el nuestro. El diálogo.

Pero para eso necesitamos no solo los conceptos que definen lo que nos ocurre, sino las palabra que han limitado esos conceptos. No en vano definir algo es ponerle fines, límites.

La pobreza de vocabulario es pobreza de interioridad, que conlleva pobreza de exteriorización: pobreza en mis relaciones humanas, que corren el peligro de acabar siendo mera corporalidad: usar ropa bonita, lucir un bello cuerpo. Es algo, pero es tan poco...

Está más que claro que para saber hablar (y pensar y escribir) hay que leer o escuchar. La lectura era una de las fuentes principales de saber y de educación, también sentimental, del hombre. 

Pongamos un ejemplo. Tomo un trozo de diálogo de Dostoievski, en "El jugador", esa novela breve. Puedo asegurar que no he tardado ni un minuto en encontrar el texto: porque no me ha sido necesario buscar.

"Dije esto en francés. El general me miró perplejo, sin saber si debía mostrarse ofendido o sólo maravillado de mi desplante.
-Bien se ve que alguien le ha dado a usted una lección -dijo el francesito con descuido y desdén.
-En París, Para empezar, cambié insultos con un polaco -respondí- y luego con un oficial francés que se puso de parte del polaco. Pero después algunos de los franceses se pusieron a su vez de parte mía, cuando les conté cómo quise escupir en el café de un monsignore.
-¿Escupir? -preguntó el general con fatua perplejidad y mirando en torno suyo. El francesito me escudriñó con mirada incrédula."
¿Por qué citar este fragmento? Sin duda, no por ser este en concreto. Casi cualquiera me valdría: Dostoievski es un genio de la introversión. Y de la literatura: escribe y describe a la perfección el carácter de los hombres. Como Shakespeare y otros tantos, es educador sin dar la lata, sin pretenderlo. Muestra qué es el hombre en movimiento. Y sin ser un ensayo, sino una obra maestra tras otra.

Vayamos al fragmento. Veremos unas descripciones hechas con palabras -y uso increíble de recursos literarios- que nuestros adolescentes muy a menudo desconocen. Pero que cuadran a al maravilla y que dan al texto una fuerza grande:

-se mostró ofendido o sólo maravillado de mi desplante
-con descuido y desdén.
-respondió con fatua perplejidad.
-escudriñó con mirada incrédula.

¿Cómo quedaría hoy eso? 
No lo sé, la verdad, y es arriesgado ser muy crítico. Corre uno el riesgo de ser injusto. Sé que hay también literatos fabulosos hoy día. Pero, en el reino del best-seller, son los menos. No tengo nada en contra de ese tipo de industria del comercio de libros que es el best-seller. Sólo echo en falta lo demás. La lectura de los llamados clásicos educa, al mismo tiempo que uno lee. Es el añadido que hoy, más que nunca, necesitamos.

Pero, mire usted:
a. Cuanto menos vocabulario, más cosas indescriptibles encontramos... con lo bien que las describían antes.
b. resulta que los chicos a quienes les animas, con cierto tino, a leer "El jugador" disfrutan su lectura, y descubren que hay algo más allá de Tom Clancy, por decir algo.

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