La paz (o "La flauta mágica", Kant, el Papa, y lo que quiera cada uno)

Ayer noche tuve la suerte de poder ver "La flauta mágica". La vi en inglés -aunque el cartel esté en francés y el original, en alemán- y en versión cinematográfica de un grande: Kenneth Branagh.

Además de la mítica bronca de la Reina de la Noche a su hija, Pamina, que podéis ver aquí, hay otras cosas...

Y una especial en la que me quiero centrar. Las últimas palabras, que se repiten cantadas varias veces, son éstas:  "La humanidad quiere que haya paz por siempre jamás". 

Se representó por primera vez en 1791, en pleno apogeo de la revolución francesa, con todo lo que eso quiere decir. Cuatro años más tarde, en 1795, también Kant  escribió sobre la paz y un sistema posible para hallarla en su "Sobre la paz perpetua" ("Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer Entwurf). Más que lo que ahí dice, me interesa el hecho de que lo escribiera: la paz perpetua. Nos interesa a todos los hombres. 

¿O no? Pues parece que no. Es un tópico, pero verdadero: las economías, tal y como están ahora montadas, parecen necesitar de las guerras. Dan mucho dinero. Y de ahí, por lo visto, no pasamos. Ese es el último razonamiento. 

Ojalá no haya que empezar una guerra muy grande por acabar una, la que sea.
Para lograrlo, cada uno hace lo que puede. El Papa ha dicho lo que buenamente puede, a su nivel: sobrenatural. O sea, rezar y ofrecer sacrificios.  ¿Por? ¿Para qué? Porque el decide las cosas es un hombre de carne y hueso -político- reunido con otros... ¿Cómo va a influir lo que yo haga?

Bueno, es sencillo. Un ejemplo -sencillo e incompleto- lo explicará. 
Llega el jefe de uno (u otro, ya se verá en breve) y le pide a uno de malos modos que haga una cosa. Una cosa que, además, uno no está dispuesto a hacer. No es que el mensaje no llegue. Si no, precisamente, que llega, pero no entra: no se quiere hacer la cosa en cuestión.
Pero luego llega la madre (o la persona querida) y se lo pide a uno de aquella manera: tirando del hilillo que todos tenemos y que es de donde hay que tirar para que la cosa cambie. Esa madre que te hace cosquillas y te lo pide riendo. Etc.
Y entonces, uno, que no quería, empieza a querer. Cambio.

Eso busca conseguir -y consigue tantas veces- la oración. 

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