La fe y el dolor ajeno

Hay quien piensa que la fe es un consuelo fácil -hecho a medida- para no sucumbir frente a los dolores que uno halla, inopinadamente, en la vida.
Sus razones tendrán para pensarlo así. 
Aquí tenemos un testimonio algo diferente:

 
"La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, si
no que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb 12,2).

Es de la Lumen Fidei, en su número 57. 
O sea, de la encíclica primera del Papa, escrita mano a mano con Benedicto XVI.

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