¿Mi centésima macedonia? (de amores va la cosa)

You can call me old, but... me acuerdo de cuando se usaba la expresión "media naranja". Uno encontraba su media naranja cuando, por el camino de la vida, se topaba con alguien que le complementaba y del que se enamoraba para, con el tiempo, pasar a amarle y descubrir que, ¡caray!, juntos somos una naranja perfecta. Lamento no decirlo mejor, pero creo que es suficiente.

Pero hoy... hoy pasa lo mismo. Claro que sí. Lo que sucede es que antes se valoraba la espera en el proceso amoroso, por llamarlo de alguna manera. O sea, que se sabía que enamoramiento (o flechazo automático) y amor no era -ni es- lo mismo. Uno se tomaba su tiempo antes de lanzarse a una relación amorosa como Dios manda. (Mira que esa expresión tiene dos sentidos, y en ambos la uso). Y hemos pasado de las medias naranjas a las centésimas macedonias: todo tipo de relaciones y miles de ellas. No deja de ser penoso decir que "he encontrado a mi centésima macedonia").

Se me ocurre una causa de que uno no espere o no valore ese para el carro. Repito que todavía sucede lo mismo: conozco casos. Quien descubre que compensa dar tiempo al tiempo, no se arrepiente. Pero hay que estar preparado para descubrir lo que se ha llegado a llamar el valor de la espera.
Sucede lo mismo que con un niño goloso, incapaz, por lo visto, de dejar que el pastel de chocolate llegue a tocar la mesa cuando lo traen de la cocina. "Niño, calma, que el pastel no se va a ir", me decía a mí. Porque el chaval tiene apetitos indomados, más que indomables. Al grano: se echa de menos la virtud de la templanza, la que regula (para más o para menos) el disfrute de los placeres, que son buenos por ser creados; pero que pueden hacer daño si se toman desbocadamente. Y resulta que parte de esa virtud, la templanza, es la que regula el placer sexual. Es la castidad, que tiene como loable y buscado fin el de poner al amor por encima del placer. Por encima significa eso: por encima. No "en lugar de". Lo cierto es que no todo lo que hacemos es placentero. Pero se trata de que, cuando lo es, no pierda uno el norte: estás con una persona, no con un cuerpo que te da gusto. Ahí está la clave. 

En nuestra querida sociedad (y no lo digo con rintintín) hay algún que otro obstáculo al respecto. El primero sería la exagerada polisemia de la palabra "amor", que ha llegado a vaciarla de sentido. El segundo, que poco a poco nos han convencido de que la apariencia es lo único que importa: ponte cañón, vístete sexy y ¡venga! El tercero, que el placer es lo único que vale la pena buscar con todas las fuerzas. 

Si se unen estas tres cuerdas se genera una cuerda que ahoga.
La solución está en cada uno: coger la maroma y separar. Volver a educar en el amor, no en la sexualidad a secas. Y usar otras cuerdas. Amor como entrega personal, no sólo corporal: eso también lo hacen los animales. Apariencia como tarjeta de presentación de lo que soy, y no como máscara: eso también lo hacen los animales. Y placer como realidad regulable y regulada para mi mejora personal, que eso también lo hacen los animales. No sé si queda claro lo de los animales...

Con esto y un bizcocho... 

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