El infierno es... el estado

Hölderlin, ese gran poeta romántico. Ese hombre que, lamentablmente, pasó media vida loco. Ese escritor que nos dejó frasecillas clarividentes como la que sigue:

«Immerhin hat das den Staat zur Hölle gemacht, dass ihn der Mensch zu seinem Himmel machen wollte» 
F. HÖLDERLIN, Hyperion oder der Eremit in Griechenland, 1, 33.

O sea: "Cada vez que el hombre ha querido hacer del estado un paraíso, lo ha convertido en un infierno".
La tradición religiosa mundial ha hablado siempre de uno o varios infiernos: un lugar de sufrimiento al que uno va porque quiere.

Pues bien, aquí Hölderlin presenta esa eterna aspiración humana de lograr que el paraíso no esté en el más allá, sino en el más acá. Y el resultado que parece tener siempre ese intento vano.
La relación entre los dos estados de nuestra única vida ha sido complicada.  
Es conocida la crítica marxista a la religión católica. A una supuesta religión católica, podríamos decir. A su sombra. Decían: "la religión es el opio del pueblo". O sea, que la religió adormece al creyente, lo atonta, lo hace ciego para el mundo de aquí. Y con cierta razón lo afirmaban, lógicamente. Basta abrir los ojos unos años más tarde y ver que todavía hay quienes entienden la religión (de la católica hablo, que es de la que algo sé) como un simple consuelo mientras uno pasa malos días en este torpe lugar de tormento. Y algo así es y debe ser también, pero no solo eso. 
Se trata, además, de cambiar este lugar y devolverle su amable y primigenia forma.
Dice el catolicismo que el cielo está allí pero hay que es para quienes han sabido hacer de esta tierra un segundo cielo. Nadie es feliz allí si no ha logrado serlo aquí. 
Sostener esto sería estúpido e iluso si esa fuera la entera suposición. Pero el cristianismo no es iluso: es realista. Sabe que hay cruces. Y que, después, resurrección.

Ahí está el error -comprensible, pero error- que nuestro corazón y anhelos profundos comenten, y que tan bien explica Hölderlin. No es posible hacer de este mundo un cielo. Es necesario prepararlo en lo posible y esperar que venga el Amo y lo deje a punto.

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