Releyendo La Odisea en 2024: Canto IX: ¿nacionalismo o patriotismo?, otras tantas virtudes de Odiseo (templanza, fortaleza, justicia y prudencia), y Polifemo


En el canto IX de La Odisea, Odiseo relata a los feacios sus aventuras después de la guerra de Troya. Describe su llegada a la tierra de los cícones, donde fue atacado, y luego a la isla de los lotófagos, que ofrecían una flor —el loto— que hacía olvidar el deseo de regresar a casa. Después, narra uno de los episodios más memorables: cómo él y sus hombres quedaron atrapados en la cueva del cíclope Polifemo. Con astucia y algo de fuerza, Odiseo logra cegarlo y escapar, burlándose de él al final, lo cual desencadena la ira de Poseidón contra él y su tripulación.

Los lotófagos ponen a prueba a Odiseo y sus compañeros. Con gran prudencia y fortaleza tienen que se templados y dejar de comer aquel manjar de nefastas consecuencias: les hacía olvidar el propio hogar. Todas las virtudes se ponen en juego ante el gran mal, que quiere evitar el gran bien que es el hogar. 

Avancemos. 
No creo que haya cosa tan agradable como ver la alegría reina en todo el pueblo.
Así dice Odiseo. Y es una gran muestra de patriotismo: el alegrarse del bien común y del común disfrute de la gente, y no solo del individual. Y lo que hace positivo a esta actitud patriótica.
El amor al terruño, a la patria, al lugar que me vio nacer y me dio mi manera de ser, es algo sano y virtuoso. Patriotismo, se le suele llamar. Y, su defecto, el nacionalismo. Sobre la diferencia entre ellos vamos a hablar brevemente. Ojalá el lector sepa ser mínimamente avispado para no quedarse en las palabras y avanzar a los conceptos. Es decir, si uno considera que el amor a la patria es nacionalismo, que busque otra palabra para el amor defectuoso a la patria, que consiste en lo que en breve explicaremos. Pero que no se ofusque con las palabras. 
De hecho, son muy parecidas en el origen de sentido: patria, de patrós (padre: el que me pare con mi madre); y nación, de natio, derivado de natus: nacido; es decir, lugar que me vió nacer.

Leamos un breve fragmente, precioso, de este Canto IX:
Habito en Ítaca que se ve a distancia: en ella está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en contorno hay muchas islas cercanas entre sí, como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Ítaca no se eleva mucho sobre el mar, está situada la más remota hacia el Occidente —las restantes, algo apartadas, se inclinan hacia el Oriente y el Mediodía— es áspera, pero buena criadora de mancebos, y yo no puedo hallar cosa alguna que sea más dulce que mi patria
Ese amor por lo propio es sano. ¡Qué buena descripción de Ítaca, que incluye algo negativo —"es áspera"— pero que es aceptado por los que allí habitan. 
Por eso sigue el mismo discurso, en un punto y seguido:
Calipso, la divina entre las deidades, me detuvo allá, en huecas grutas, anhelando que fuese su esposo; y de la misma suerte la dolosa Circe de Eea me acogió anteriormente en su palacio, deseando también tomarme por marido; ni aquélla ni ésta consiguieron infundir convicción a mi ánimo. No hay cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta, pero lejana, en país extraño, apartada de aquellos.
No es solamente la tierra, que también, sino la gente que la habita: mi familia, y mis vecinos, y mis compatriotas, que tienen mis mismas tradiciones.
Lo insano —lo malo y dañino: por torcido— está en el desprecio de lo ajeno por ser ajeno. Es decir, en basarse en que algo es bueno porque es mío. Y solo por ese motivo. La consecuencia sería lógica: si no es mío, no será bueno. Lo de los demás es o peor o malo. Y eso, salta a la vista, es falso. 
Decía mi hermano una vez que todo lo malo empezó cuando uno aseguró que las albóndigas de su abuela eran las mejores del mundo. Aunque podría suceder lógicamente que lo fueran (no es ilógico lo contrario: debe haber unas mejores y las de esa abuela son unas, ergo podrían ser las mejores), suele tratarse de una exageración cariñosa.

Esta actitud —la desmesura, basada en la referencia a uno mismo: lo mío es mejor, porque es mío— pudre la bondad del patriotismo. El motivo: que no es verdad. El patriotismo —"mi patria es buena: me aporta mucho y estoy muy agusto. ¡Viva mi patria!"— es verdadero. El nacionalismo —"mi nación es la mejor, y las demás, basura. ¡Maldito ****!— no es verdad. Así de sencillo. Ninguno de ellos lo es. 
He hecho una definición casi caricaturesca del nacionalismo. Pero todos hemos oído cosas del estilo: "los **** dan pena", o lindezas cargadas de insultos y tacos. 

Avanza el texto, y Odiseo narra sus aventuras en el país de los cicones, hombres descomunales y violentos, desconocedores de la ley y los buenas modales.
Exhorté a mi gente a que nos retiráramos con pie ligero, y los muy simples no se dejaron persuadir. Bebieron mucho vino y, mientras degollaban en la playa gran número de ovejas y de flexípedes bueyes de retorcidos cuernos, los cícones fueron a llamar a otros cícones vecinos suyos; los cuales eran más en número y más fuertes, habitaban el interior del país y sabían pelear a caballo con los hombres y aun a pie donde fuese preciso.
Y acabaron mal: algunos, muertos. Basta eso para explicar por qué compensa ser templado con el vino: uno no se defiende igual. Pongamos "tráfico" o "enfados" en lugar de "cicones". Cada cual sabe pensar. 

El episodio o historieta de los lotófagos arroja luces muy claras sobre cómo comportarse, y cómo no. (Añado la traducción "antigua y arcaica": no pasa nada. Es parte de nuestra historia). 
Fuéronse pronto y juntáronse con los lotófagos, que no tramaron ciertamente la perdición de nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y cuantos probaron este fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria. Mas yo los llevé por fuerza a las cóncavas naves y, aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos. Y mandé que los restantes fieles compañeros entrasen luego en las veloces embarcaciones: no fuera que alguno comiese loto y no pensara en la vuelta. Hiciéronlo en seguida y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. 
Este breve y famoso pasaje contiene grandes lecciones morales. De prudencia. Y de fortaleza. Unidas. 
Para empezar, muestra lo necesaria que es la prudencia no solo contra quienes buscan tu perdición con clara violencia —los cicones—, sino también contra quienes lo hacen de modo indirecto: con el placer y el agasaje: dándote a probar mieles diferentes a las tuyas, de modo que te cueste distinguir lo que quieres y lo que te apetece. Platón, en La República, habla de cuatro enemigos de la valentía: "dolores, placer, deseos y espantos". Ante ellos, solo el fuerte sigue haciendo lo correcto. 
Para el que no, ahí está la segunda lección: a veces, muy pocas, uno no es capaz de regirse a sí mismo. En esos momentos, ¡cuánto se agradece que alguien esté ahí para co-regir! En efecto: esa es la etimología de corregir: regir con otro, o que otro te rija a ti, que te recuerde qué haces allí, o que te fuerce a no estar. Odiseo entiende la situación y decide: "los llevé por la fuerza (...) aunque lloraban" por el caramelo perdido; y les ató, para mejor defenderles de sus pasiones desbocadas. Impresionante ejemplo de 28 siglos. ¡Qué bueno, para aprender! ¡Qué grave error pensar que las generaciones antiguas sabían menos, o que, por ser posterior, hemos de ser mejores!

La historia de Polifemo es antológica:
un varón gigantesco, solitario, que entendía en apacentar rebaños lejos de los demás hombres, sin tratarse con nadie; y, apartado de todos, ocupaba su ánimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las demás cumbres.
¡Qué maravilla de imaginación, de la que hemos bebido durante siglos!
Lo que quería comentar, más allá del feliz desenlace debido a la prudente e ingeniosa acción de Odiseo —emborrachar a Polifemo y llamarse a sí mismo Nadie—, es algo más sutil: Polifemo vive solo y tiene un carácter lamentable: "ocupaba su ánimo en cosas inicuas". No sabemos si la soledad es causa del carácter o viceversa. Pero ahí está la clave: necesitamos a los demás hombres para ser buenos. El carácter se pule en gran parte en el trato con los demás. Y, viceversa, tenemos que aprender a corregir el carácter de quienes con nosotros viven. Es de lo más costoso, pero muy necesario.  

Odiseo, todo un carácter, da lecciones de cómo moderar el suyo y cómo moderar los demás. 

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