Un buen recuerdo sobre los ancianos (y las visitas a asilos)

Hace unos días ya fui a Ribes de Freser, un tranquilo pueblo más o menos cercano a la Cerdanya, a tomarme un chocolate con churros, y dar un paseíllo: que nos tocara el aire.
La lluvia, aunque a veces es maleducada, esta vez sí esperó a entrar en acción a que nos metiéramos en el coche, así que tuvimos buen tiempo.  
En fin, ahí estuvieron los buenos churros y la cordial conversación con un hermano de mi amigo y su mujer, que está embarazada. Cuando estábamos ya para irnos, recordé que había visto unos azulejos con un mensaje más que llamativo. Y paré y les saqué una foto más bien mala. Pero suficiente.  
Y ahora, al pensar en lo que proclama, veo que tiene su gracia que estuviéramos con una mujer que está a punto de dar a luz (un "a punto" más bien laxo: le quedan tres meses, aunque luce ya una hermosa tripa). 
"El respeto a la ancianidad atrae las bendiciones de Dios". 
"Toma ya", me dije. "Ahí siguen fijos esos azulejos, que deben de tener lo menos 50 años".
Me pareció muy contundente el mensaje, sobre todo porque ya no es muy actual en algunos ámbitos.
Y no será por falta de actualidad.
Dicen algunos datos que el índice de longevidad en España ha alcanzado su máximo histórico (114%), lo que implica que por cada 100 menores de 16 años, hay ya 114 mayores de 64. Desde  2000, España es un país oficialmente envejecido: cuenta con más personas en edad de jubilarse que con jóvenes. Se calcula que en 2030 los mayores de 65 supondrán el 30% de la población, frente al 18% actual.
Digo que en algunos ámbitos es poco sabido. En otros, sin embargo, es más que popular. El papa Francisco no deja de exhortar -es un decir: se lo he leído y oído algunas veces- que hay que cuidarles y tenerles en cuenta. Y da los motivos.
En un texto que he leído y resumido, se citan algunos. Después de contar una cosa, iremos a por ellos. Son citas de la Biblia. Ya sé que en otras regiones del mundo hay otras tradiciones. Esta es la europea.

Porque esas ideas me han hecho recordar que en julio fuimos a un asilo con bastantes chavales de 15 años a cantar (y a hacer el payaso: el animador sociocultural que todos llevamos dentro). Abuelos de 103 años. Abuelas de idem, encantadoras. Una que había nadado como la mejor -había cruzado el estrecho de Gibraltar, si no recuerdo mal- y que el día anterior había podido disfrutar de un abaño en la playa.
Total: cantamos -berreamos- canciones antiguas y nuevas. Y hubo quien se sorbía las lágrimas de emoción con un solo que hizo un chaval a quien no le ha cambiado todavía la voz. Una enfermera de gran agilidad y activa como pocas, lo mismo.
Y luego los abuelillos, que en su mayoría aplaudían y seguían al animador cultural de turno en los gestos y gritos que les sugería.

Después de agotar nuestras reservas de cantos, pasamos a la acción: en grupos de dos o hasta tres -lo que quisieran ellos- los chicos iban acercándose y sentándose cerca de un abuelillo o abuelilla y se presentaban y les hacían hablar, con sus preguntas. Y reír. Y así, una media hora. Fue un rato muy agradable. Al finalizar, le pregunté a la enfermera algo que me había comentado otra enfermera en otro asilo: "hoy ya no les hacen falta pastillas". En el sentido, me explicó, de que la alegría de recordar los tiempos jóvenes (ver a los chicos les lleva a eso) les rejuvenecía el espíritu. Me faltó poco para contárselo a los chicos. A ellos, y a mí, esa hora nos había transformado: cuesta ir, pero compensa. ¿Por qué? Por lo que el cartelillo de la foto dice. Y por lo que ahora transcribo, lo más brevemente posible.

Que lo lea quien quiera, como todo.
En fin, cosas que genera un buen cartel.


Los ancianos son maestros de vida. Así lo dice el Eclesiástico, ese libro del Antiguo Testamento, en su capítulo 25:
“Dice la sabiduría a los ancianos: la corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor, su gloria”. 
Por eso hay que respetar al anciano. En el Levítico, otro libro bíblico, se lee:
“Ponte en pie ante las canas, [...] y honra a tu Dios”. 
Lo mismo señala el Eclesiástico, de modo más que contundente:
"Quien desampara a su padre es un blasfemo, un maldito del Señor quien maltrata a su madre”. 
Y una de las maneras mejores de respetarles es escucharles:
“No desprecies las sentencias de los ancianos”, 
se lee en el mismo libro de antes, en el capítulo  8.  Algo parecido dice el Deuteronomio, otro libro de la Biblia, en su capítulo 32: 
“pregunta a tu padre, y te enseñará; a tus ancianos, y te dirán”.

Y conviene también atenderles, como señala de nuevo en el Eclesiástico, en el tercer capítulo:
“Hijo, acoge a tu padre en su ancianidad, y no le des pesares en su vida. Si llega a perder la razón, muéstrate con él indulgente y no le afrentes porque estés tú en plenitud de fuerza”.
¿Por qué escucharles?

Porque, y sobre esto el papa Francisco habla bastante a menudo, nos enlazan al pasado y nos enseñan lo fugaz de la vida:
En el Salmo 44, se lee:
 “Nuestros antepasados nos contaron la obra que realizaste en sus días”. 
El Eclesiástico, otra vez él, nos lo recuerda claramente:
“Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud, antes de que lleguen los días malos”
El salmista recuerda con todo realismo que la vida se va volando:
“Setenta años dura nuestra vida, y hasta ochenta llegan los más fuertes; pero sus afanes son fatiga inútil, pues pasan pronto, y nosotros nos desvanecemos”.
Es un carpe diem cristiano, que tiene en cuenta lo bueno de este mundo... y del siguiente.
El anciano lo sabe, y por eso puede enseñar a morir. Es otro tipo de buena muerte. Una eutanasia católica, algo más global. Dice el Génesis:
“Abraham murió en buena vejez, colmado de años, y fue a reunirse con sus antepasados” 
Cosa que se ve elevada al infinito por el Evangelio y las palabras de Jesús, que promete la Resurrección.
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que está vivo y crea en mí, jamás morirá” (Jn 11,25-26)


Comentarios